Agapito, el hombre que no sabía amar

De Agapito Iglesias, dueño de la inmensa mayoría de las acciones de la Sociedad Anónima “Real Zaragoza”, se ha dicho y escrito mucho. Grandes periodistas, magníficos escritores e incluso reconocidos representantes políticos han derramado sobre la llanura zaragocista sus impresiones y opiniones y han prodigado adjetivos que trataban de dibujar el perfil de este empresario que un día llegó, abrazado a las bruñidas ruedas del éxito social y económico, para ungir a la afición blanquilla con el aceite de un futuro glorioso y hoy alienta el desprecio de la sociedad a la que nunca sirvió.

Decenas de artículos, pues. Y decenas de tertulias televisivas y radiofónicas en las que su nombre se ha mencionado perfumado con palabras rugosas y melodías carcomidas por la ira. Con razones, con la verdad que nos otorga el dolor que nos mata poco a poco, y con la tristeza que nos produce que este ciudadano, cuyo nombre de raíz griega significa “Amado”, haya logrado que sean tan oscuras las nubes que ocultan la luz que apenas nos quede fe para creer en el Cielo que un día nos cobijó.

Sin embargo, es hoy el momento en que me atrevo a exponer una circunstancia en la que nadie ha reparado o que, por lo menos, a nadie he escuchado argumentar. Si es cierto que Agapito / Amado no es un hombre respetado ni, por supuesto, querido por el zaragocismo, no menos verdad es que el drama que el máximo accionista vive y del que es probable que ni él mismo sea consciente, no es su inmadura incapacidad para gestionar un club de fútbol, ni su infantil soberbia, ni su altanería de capa sin espada, ni su insípida displicencia hacia la afición. La fatal realidad es que Agapito / Amado es un hombre incapaz de amar, absolutamente incompetente en el arte de darse a los demás.

Agapito / Amado es un ser estéril y eso es mucho más triste que ser malvado, desaprensivo o inepto. Estéril porque no sabe mostrar compasión hacia quien sufre, en este caso la afición zaragocista; porque nunca encuentra palabras de consuelo con las que calmar la tristeza de quienes tanto confiaron en él, en este caso la afición zaragocista; porque actúa con insolencia ante las lágrimas de los débiles, en este caso la afición zaragocista; porque escribe con tinta de hiel mensajes cargados de impudicia dirigidos a los olvidados, en este caso la afición zaragocista.

Es un hombre incapaz de amar, porque nunca ha consolado al desconsolado. Ha preferido la huida cuando tanta falta nos hacía su presencia y ha evitado calmar las heridas producidas por su desamor cuando la tristeza ha golpeado con fiereza a todos los zaragocistas. A ese hombre estéril, incapaz de amar, le regalo dos palabras de un niño vestido con su camiseta blanca, un lunes por la mañana, con los surcos aún vivos del llanto. Me gustaría verlo cerrando las olas de la tormenta cuando las playas recogen los restos de tantos naufragios. A ese hombre estéril, digo, le regalo los silencios de la afición cuando tenemos que escuchar los ecos de la vergüenza que él ha construido con sus actos de desamor.

Don Agapito / Amado es un ser yermo, espejo de los versos de Lorca, pero lo que nunca podrá ser es víctima. Porque quien no ama no vive la vida en plenitud y quien no es pleno difícilmente puede darse al otro, a quien respira el mismo aire y construye la vida con la misma sangre. El hombre que no sabía amar ha conseguido, junto con otros que habitan el silencio escondidos en la sombra de la mentira, que la afición zaragocista viva en soledad este drama y no encuentre ni un abrazo breve en el que encontrar cobijo. Porque las palabras de los periodistas de fuera, dichas bajo el terciopelo de la noche, tienen tanto óxido en cada sílaba que no hacen sino agudizar el dolor.

Agapito, el hombre que no sabía amar, haría bien en aprender a querer.

Por arrúa10.

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