Una apuesta por recuperar la filosofía de siempre

Tras la merecida victoria frente al Málaga y a la vista de la actual clasificación de la 1ª División, todo hace indicar que si los jugadores del Zaragoza se limita a mantener el nivel de compromiso, entrega y orden táctico que han demostrado en la mayoría de los encuentros disputados a lo largo de esta segunda vuelta, el equipo conseguirá la permanencia en la máxima categoría, algo que hace poco más de un par de meses a casi todos nos parecía un objetivo casi milagroso.

Me temo que de consumarse la hazaña de seguir en 1ª, los problemas no terminarán y las posibles denuncias por impago, la cruda realidad de la deuda del club, la amenaza real de una posible vía concursal, … serán problemas que pueden volver a llevar la zozobra al ambiente zaragocista y entorpecer cualquier tarea de reconstrucción de la plantilla, que a la vista de presumibles ventas y bajas de jugadores, de planteamientos de ejercitar opciones de compra y la innegable necesidad de fortalecer por lo menos un par de zonas del campo va a ser tarea imprescindible para que nos e repita lo ocurrido este año.

Por todo lo dicho, creo que ocurra lo que ocurra de aquí a mes y medio seguirán los tiempos difíciles en el Real Zaragoza; y ante estas expectativas, al menos quien suscribe ha hecho el propósito de mantener la calma que le ha faltado en otras ocasiones. Pero, independientemente de la mayor o menor satisfacción que uno pueda sentir por cómo sacan adelante estos asuntos quienes estén al mando del equipo en junio -no tengo ni idea si serán los actuales gestores u otros- me parece que hay una cuestión que no debería ser negociable: la recuperación del espíritu que ha definido siempre al Real Zaragoza, la vuelta a su historia, el regreso de algo que, en tiempos buenos y menos buenos, ha caracterizado el estilo propio del Zaragoza: el gusto por el fútbol de toque y de ataque y la gestión razonable de los fichajes, algo que por causas diversas hemos ido perdiendo en los últimos años, ya antes del aterrizaje en Eduardo Ibarra de Agapito Iglesias.

La afición de La Romareda no es ni mejor ni peor que otras; sufre cuando el equipo va mal, se enfada cuando entiende que se está abusando de su paciencia y recupera el entusiasmo cuando el equipo le ofrece un mínimo de satisfacciones: los futboleros tendemos a olvidar muy rápido nuestros enojos. Pero, a la vez, cada afición tiene sus peculiaridades, y en Zaragoza siempre nos ha gustado un tipo de fútbol, el bonito, el que es grato a la vista, el que da lugar a marcadores abultados, aunque a veces éstos no sean del todo favorables a los intereses clasificatorios del club. Por eso creo que tenemos derecho a que se recupere esta apuesta, a que, dentro de las posibilidades que la situación del club permita, se planifique un equipo fiel a la historia del Zaragoza. Los «Magníficos», los «Zaraguayos», el trienio de Leo Beenhaker o la «Quinta de París» son el fiel reflejo de lo que estoy diciendo, y que conste que no pido ni títulos ni milagros, tan sólo la lealtad a una filosofía futbolística.

Si uno se fija en las épocas que acabo de citar, puede comprobar que en todas ellas el común denominador es el de la calidad obtenida con gasto mínimo: ninguna de esas plantillas fue hecha a golpe de talonario, sino que los mejores futbolistas de cada una de ellas eran hombres que habían llegado al club con menos de 25 años y sin haber triunfado aún en el fútbol de élite: Reija, Santos, Villa, Diarte, García Castany, Rico, Señor, Salva, Pichi Alonso, Amarilla, Valdano, Casuco, Poyet, Aguado, Aragón, Higuera, Pardeza, Esnaider … con alguna aportación de jugadores ya consagrados allende los mares -Arrúa, Barbas, Cáceres, …- comprados a buen precio y con jugadores de aquí que sumaban a una indudable calidad el grado de compromiso propio de quienes sienten unos colores: Lapetra, Violeta, Planas, Güerri, Víctor Muñoz, Belsué, … Y con estos ingredientes se consiguió, ante todo, buen fútbol y, además, bastantes satisfacciones.

Cuando los zaragocistas acumulamos años de amargo peregrinaje por la angustia de las últimas plazas de la clasificación y la mediocridad de la categoría de plata; tras dos experiencias que pienso no han sido positivas como supusieron los fichajes en plan «nuevo rico» de la primera época del «agapitismo» y la opción de Marcelino García Toral -con todo el respeto y agradecimiento a su decisivo papel en el ascenso-, que supuso la inclinación a un estilo de fútbol que rompió la tradición de La Romareda, pienso que, pase lo que pase al final de este ejercicio, la afición se merece que se empiece de nuevo, que se recupere el estilo que siempre nos ha venido bien y que se apueste por un equipo joven, ilusionante y que, por encima de todo, juegue al fútbol. Y repito, que es estos momentos no me planteo si quienes lo tienen que hacer son los que hay ahora u otros que vengan luego; incluso mantendría mis planteamientos si todo se torciera y hubiera que empezar de nuevo desde cero.

Por Falçao.

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