La herencia de un buen hombre

Ander Garitano llegó a Zaragoza inesperadamente; corría el mes de agosto de 1996 y la afición zaragocista andaba inquieta porque el equipo, que desde la gesta de París ya había perdido a sus dos estrellas argentinas –Juan Eduardo Esnaider y el “Negro” Cáceres- no estaba siendo reforzado adecuadamente. La temporada recién finalizada había terminado con el descenso al acecho y aunque el equipo necesitaba unos cuantos retoques, solamente se había cerrado el fichaje de Vladislav Radimov, un ruso con juego de seda y sangre de horchata. Esos malditos flecos que siempre agobian las negociaciones blanquillas habían frustrado la llegada de hombres como el brasileño Amaral, los argentinos Matías Almeida –menudo verano nos dieron con este futbolista- y Marcelo Gómez y el ariete francés Madar. De la noche a la mañana los medios informativos anunciaron la llegada de Ander Garitano, un zurdo de Derio que había triunfado en San Mamés y quien al parecer no gustaba en exceso a Luis Fernández, técnico entonces de los leones.

Garitano cumplió con creces en su etapa zaragocista: formó junto a Santi Aragón una excelente pareja de volantes, marcó un número de goles superior a la media de cualquier centrocampista y participó con protagonismo en ese equipo que estuvo cerca de ganar la Liga y se paseó una noche de diciembre por el bernabeu humillando al mismísimo Real Madrid.

Tras abandonar la práctica del fútbol, Ander Garitano pasó a formar parte del equipo técnico zaragocista, convirtiéndose, avalado por Miguel Pardaza, en el entrenador con más futuro de la plantilla. La mala marcha del equipo y el precipitado cese de Víctor Fernández propició un debut anticipado con el primer equipo, aunque su presencia en el banquillo fue sorprendentemente breve. No se sabe bien qué pasó pero su dimisión pareció dejar en agua de borrajas su carrera en los banquillos.

Garitano, hombre discreto y poco dado a los excesos verbales, siguió trabajando en la sombra y con el tiempo acreditó ser un descubridor de talentos notable. A comienzos de la temporada pasada, los sufridos seguidores blanquillos quedamos encantados con el rendimiento de José Mari y Víctor, dos jugadores fichados de 2ª B que tuvieron que suplir las carencias de la plantilla zaragocista, haciéndolo con decoro y buen rendimiento; aunque José Mari parece andar estancado, Víctor es actualmente uno de los puntales del equipo. El desgraciado ejercicio anterior aún tuvo tiempo de debutar con el primer equipo Tarsi, un medio centro también descubierto por el vasco que si nadie le malogra puede ser una de las estrellas del Zaragoza en breve, mientras que ahora andamos sorprendidos con un tal Diego Rico, un jugador que Ander trajo de Burgos y que sin hacer ruido se ha instalado en el lateral zurdo del equipo titular. A esto cabe añadir que por la banda derecha del ataque del filial corre un tal Roberto Simon, que ya ha marcado dos goles y que el domingo pasado dio la asistencia de los tres goles que marcó el Zaragoza B en el “Parque Oliver” y de quien hablan maravillas.

Es posible que en su día a Garitano le viniera grande el primer equipo, pero salta a la vista que ha acreditado un ojo especial para traer jóvenes valores al club, algo que en los tiempos que corren y en un club que no se puede gastar un euro en fichajes es fundamental. A pesar de ello, Garitano fue incluido el pasado verano en la lista negra de técnicos a los que el club dejó en la calle con una frialdad y poco tacto llamativos. Es comprensible que la economía del club exija ajustes, pero lo que no es fácil entender es que se prescinda de quien ha demostrado ser uno de los valores más eficaces de la plantilla de técnicos. Por lo menos, es bueno que públicamente le reconozcamos el mérito a Ander Garitano.

Por Falçao.

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