No venderás al león de nuestro escudo

El día del Juicio final se aproxima. Ante nuestros pies restan sólo cinco encuentros, cinco batallas definitivas que permitirán a las huestes blanquillas quedarse por derecho propio en el Olimpo o, por el contrario, abrir nuevamente el camino hacia el averno futbolístico. Tres de ellas se librarán al calor del hogar, frente a Real Madrid, Espanyol y, la definitiva, ante el Villarreal. Sólo dos en territorio enemigo: Coruña y Xerez, donde nos encontraremos a un ejército abatido por las últimas derrotas y a otro envalentonado pero herido y que podría llegar agonizante y muy mermado al penúltimo combate.

Por ello, porque el destino ha querido que la escuadra de José Aurelio Gay se juegue gran parte de su destino en feudo propio es preciso que La Romareda se convierta en un fortín, en un bastión inexpugnable para cualquier enemigo. Y no debe importar la grandeza del rival, el potencial de sus futbolistas, de su masa social, de su historia o de su poder mediático. Serán once contra once. Sin tregua. Sin cuartel. El Real Zaragoza ha de aferrarse a la vetusta Romareda para salir airoso y escapar de una vez por todas de las llamas de un infierno que casi nos consumió en el ejercicio pasado pero del que supimos salir y resurgir cual Ave Fénix.

Pero el Real Zaragoza está herido. Desde hace ya demasiado tiempo no goza de buena salud. Hace más de dos años nuestro amigo, del que hemos sido siempre fieles compañeros, cayó enfermo y no acaba de recuperarse. Comenzó como un resfriado propiciado por los siempre peligrosos vientos helénicos que, poco a poco, se convirtió en neumonía. Lamentablemente todos los órganos fueron viéndose afectados y el enfermo sufrió un fallo multiorgánico que le llevó a estar un año entero ingresado en la Unidad de Cuidados Intensivos.

Tras salir de la UCI quiso rugir como antaño, pero no lo consiguió. Pronto hubo que volver a operar, a hacer amputaciones, a efectuar injertos. Se perdió mucha sangre, mucha fuerza, mucha fe. Afortunadamente se salió airoso del quirófano. Pero, como en todas las operaciones complicadas, puede haber complicaciones posteriores. Y las hay. Nuestro amigo, nuestro vetusto león que antaño fuese fiero y conquistara España y Europa entera, vuelve a precisar de nuestros cuidados. Es el momento de estar con él, de no dejarle solo.

Llega el Real Madrid, poderoso entre los poderosos, jugándose la Liga. Y muchos de los que se autodenominan amigos del león rampante también lo son del equipo de la capital de España, aquel que tantas veces ha ninguneado a nuestro ahora débil león. Al igual que la política, el fútbol crea extraños compañeros de cama. Y, claro, llegan las indecisiones. ¿A quién quiero más, al león o al merengue? El primer mandamiento del zaragocismo debería ser: No venderás al león de nuestro escudo. Y menos a un enemigo. Porque, en esta batalla, todos somos soldados de un ejército llamado Real Zaragoza.

Por Punkarra.

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