Nuestro primer León Zaragocista

El pasado miércoles, Aupazaragoza.com entregaba a Manolo Villanova el premio “León zaragocista”, un trofeo creado este año y que pretende recompensar una trayectoria de fidelidad al club de nuestros amores. Me parece una idea magnífica, tanto la de crear el premio, que nos permitirá cada año identificarnos con uno de esos personajes que han hecho grande al Real Zaragoza, como la de dárselo a Villanova, un hombre que se ha caracterizado por trabajar siempre al servicio del club, sin estridencias, con discreción y, sobre todo, con una disposición incondicional a hacerlo sin importarle las circunstancias, estando a las duras y a las maduras y sin pedir nada a cambio.

Pienso que no podía haber persona más adecuada para abrir brecha a la hora de recoger este premio, por lo ya dicho y porque, ante todo, Villanova es un zaragocista convencido, sin aristas, sin recovecos, un hombre íntegro que ha dado al club mucho más de lo que ha recibido.

Tengo grabada en mi memoria la trayectoria de Villanova en el Zaragoza, aunque seguro que hay muchos detalles que se me escapan. No se si llegó a jugar con la camiseta blanquilla en su primera etapa como portero, pero recuerdo perfectamente que su fichaje, cuando ya agotaba sus últimos años como profesional tras brillar en el Betis, fue ya una antesala de lo que sería su trabajo en el club, pues firmó para aportar su granito de arena en momentos difíciles: el equipo había descendido a 2ª (corría el verano de 1971) y no tenía un duro para gastarlo en fichajes. Manolo comenzó la temporada en el banquillo, pues el titular era Manolo Nieves, entonces un joven y prometedor guardameta. En la cuarta jornada de liga el Pontevedra visitaba La Romareda y, tras haberse adelantado los blanquillos con dos goles, el equipo gallego empató el partido con tantos de los que la afición culpó al meta asturiano, decidiendo Rosendo Hernández, que sería cesado al día siguiente, dar la alternativa a Villanova: el meta respondió a la confianza y tuvo unas cuantas intervenciones que entusiasmaron al público y devolvieron la seguridad al equipo, que acabó venciendo 4-3. Desde entonces Villanova se apropió de la meta aragonesa y se convirtió, junto a Violeta, Luis Costa y Ocampos en una de las claves del ascenso a 1ª División.

Tal vez pocos recuerdan que Villanova comenzó la siguiente temporada en plena forma, manteniendo su meta imbatida en los primeros partidos y teniendo actuaciones destacadísimas (empates en Los Cármenes, Mestalla y Benito Villamarín, entre otras). La seguridad que el veterano meta ofrecía a su defensa resultó fundamental para el formidable inicio del equipo en su primer año tras el regreso a la máxima categoría, algo que acabó siendo esencial para que el equipo pudiera culminar una temporada sin sobresaltos. Como queda dicho, Villanova estaba ya en el final de su carrera y poco a poco Carriega fue dando la alternativa a Nieves e Irazusta, decidiendo el meta aragonés sacarse el carnet de entrenador, creo recordar que lo hizo junto al mítico Enrique Yarza, y poner fin a su etapa de futbolista.

Como entrenador, Manolo Villanova ha rendido excelentes servicios al equipo en tres ocasiones. La primera entre 1978 y 1981; en 1978 estuvo como segundo del yugoslavo Vujadin Boskov y su papel fue determinante para ayudar a éste a formar un equipo que si bien pasó apuros por su debilidad como visitante (solamente pudo obtener tres empates en todo el año) deleitó a los aficionados de La Romareda con un fútbol ofensivo en el que destacaban Radomir Antich, Amorrortu, Arrúa y Pichi Alonso; pero donde su papel resultó primordial fue en una parcela donde ha sido uno de los pocos que en la historia reciente del club ha sabido trabajar con valentía y coherencia: el cuidado de la cantera; Manolo Villanova intervino decisivamente en la promoción al primer equipo desde la pretemporada del meta Zubeldía, el defensa Benedé y los centrocampistas Pérez Aguerri y Lafita padre, así como el ascenso al primer equipo en el transcurso del campeonato del extremo Crespo y los medios Paco Güerri y Belanche.

Cuando Boskov se marchó reclamado por los oropeles del Bernabeu, el club otorgó los galones de mando a Villanova, que respondió con creces a la confianza depositada en él. El nuevo primer mister volvió a confiar en la cantera y se llevó a la concentración de agosto a hombres que con el tiempo jugarían en el primer equipo como Casajús, Blesa y Latapia, entonces aún en edad juvenil. De ese año recuerdo muy especialmente dos partidos: uno frente al Betis de Carriega, allá por el mes de septiembre, en el que el equipo jugó como los ángeles, venciendo 5-1 y donde destacaron Víctor Muñoz, a quien había subido años antes al primer equipo Lucien Muller pero que adquirió las estrellas de pulmón del equipo con Villanova y Güerri, un jugador que si llegó a ser titular indiscutible durante siete años e internacional fue gracias a Manolo, pues sin él nadie le hubiera dado minutos y muy posiblemente hubiera acabado, como tantos otros, perdido en la Tercera División aragonesa. El otro encuentro que quedó en mi memoria fue uno jugado en El Molinón en el mes de noviembre; el Zaragoza llegaba a Gijón con el agua al cuello y el Sporting figuraba como líder imbatido y contaba en sus filas con lo más granado de la primera de entonces: Maceda, Jiménez, Mesa, Ferrero, Joaquín y el mismísimo Quini, pero lo que se presumía un paseo asturiano acabó siendo una exhibición maña: 1-4. Esa temporada el Zaragoza acabó 8º, un puesto por encima de sus posibilidades.

Al año siguiente el Zaragoza tuvo un inicio fulgurante, siendo líder hasta la jornada 5ª y ganando los cuatro primeros partidos; jugadores jóvenes como Salvatierra, Benedé, Pérez Aguerri, Modesto o los citados Víctor y Güerri estaban causando sensación en esos primeros compases de liga; diversas lesiones, el fiasco del fichaje estrella del año, Marcelo Trobbiani y la escasez de recambios suficientes en la plantilla acabaron pasando factura y la cuerda, como siempre, se cortó por el lado más débil: se cesó a Villanova y comenzó la era Beenhakker a quien se dieron los medios que se habían regateado al aragonés, pero quién cerró el grifo a la cantera.

La segunda etapa como entrenador de Manolo fue en la temporada 1987-88; la directiva cesó a Costa tras ser el equipo eliminado de la Copa del Rey por el Celta de Vigo; el mister maño volvió a llegar en momento complicado, pues estaba en la parte media-baja de la tabla, jugadores como Güerri, Pineda o Herrera, que habían sido esenciales en la conquista de la Copa de 1986, estaban físicamente rotos y fichajes de los que se esperaba mucho –Lumbreras, Tino, Juanito, Orejuela- estaban fracasando, solamente los goles de Pardeza y Rubén Sosa sostenían al equipo. Villanova volvió a usar su receta: trabajo constante y apoyo a la cantera: su primera medida fue subir al primer equipo a Javier Villarroya, la eterna promesa de entonces y que seguramente nunca hubiera llegado a primera sin la presencia del nuevo inquilino del banquillo; un par de meses después, tras caer en Pamplona estrepitosamente frente a Osasuna (4-1) y una sonrojante derrota (1-3) en La Romareda frente al las Palmas, el mister volvió a tirar del filial y se llevó de golpe a la primera plantilla a su sobrino Isidro, a Juan Vizcaíno y a Jesús Tejero. Con la ocasional ayuda de Rijkaard, la ilusión de los jóvenes y los citados “pitufos” Pardeza y Sosa, el equipo acabó salvando sin problemas el año.

El último servicio de Villanova al Zaragoza lo tenemos reciente; todos recordamos su llegada al banquillo aragonés en momentos de zozobra total, cómo se entregó a su casi imposible misión, cómo fue capaz de sacar petróleo en determinados momentos y cómo fue de los pocos que supo caer con dignidad. En la entrega de Trofeos del Memorial Memotiva Manolo Villanova asumió haber sido el entrenador que bajó al equipo a “ª División, pero los que nos encontrábamos allí escuchando sus palabras sabíamos que de todos los que estuvieron en el fregado el único que no tuvo culpa alguna fue él.

Gracias, Manolo Villanova, sabes que te seguimos necesitando.

Por Falçao.

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