Señora

Señora, mucho gusto en conocerla. Fue lo primero que le dije al verla de repente, mientras paseaba por el Paseo de Isabel la Católica. Era la primera vez que visitaba Zaragoza y me hacia ilusión aquel encuentro que tantas veces antes había imaginado. Aquella señora, con 76 primaveras, tenía aspecto deteriorado, quizás aparentaba más edad, me asombró la dignidad que, a pesar del paso de los años, se mantenía intacta. No pude evitar mi indiscreción al obsérvala durante largo tiempo, no por su riqueza, por su grandiosidad o prepotencia; sino por todo lo contrario. La señora iba vestida de humildad y sencillez; y fue el espíritu zaragocistas que albergaba en su interior lo que me emocionó.

No pude evitar no acercarme a ella y entonces fue cuando me relato con todo detalle que el día que nació era un 8 de septiembre de 1957 y su Real Zaragoza venció aquel día al Osasuna por 4 a 3, que por sus ojos de anciana pasaron un Mundial y unos juegos Olímpicos, me enumeró de memoria, a pesar de la edad, a los 5 magníficos y que recuerda, como si fuera ayer, a un tal Carlos Lapetra. Según ella, nunca hubo otro igual.

Continuó recordando con cierta nostalgia a los Zaraguayos, un partido de la Recopa en la cual se eliminó a la mismísima Roma y como diluviaba en el siguiente encuentro contra el Ajax de Cruyff, que según me dijo, su Real Zaragoza perdió, aunque no supo decirme el resultado exacto, ya se sabe, la memoria es selectiva y los malos recuerdos siempre se olvidan. No sin menos emoción, me detallo como presionaba el estadio en aquella promoción agónica contra el Murcia y que alivio: ¡Ese año al final nos salvamos!. Acabó su relato de emociones zaragocistas de toda una vida de forma apasionada contando con todo detalle como fueron los 6 goles blanquillos que encajo el Madrid en aquella semifinal de Copa, y que no le fallaba la memoria en esta ocasión, no tenía duda, fueron 6 los goles de aquella noche en que sintió que estaba más cerca del cielo que de la tierra. Solo me dijo que tenía una espinita clavada: Nunca pudo ver en directo los triunfos de su equipo. Cómo me habría encantado ver el gol de Nayim en París, me decía.

Por último, y antes de despedirnos, me confeso que últimamente no se sentía muy bien, y no se refería a los achaques de la edad, sino que le dolía ver a su equipo en horas bajas. Una ya no tiene edad para este sufrimiento, me confesó, ligeramente emocionada. Intenté consolarla. Le dije que no tenía que preocuparse, que al final volveríamos a donde nos merecemos y que tenía el convencimiento que volvería a vestirse con sus mejores galas los sábados y domingos por la noche.

Y allí, donde la encontré, me despedí de ella con la esperanza de volverla a ver y que algún domingo disfrutáramos juntos de algún partido. Continué mi paseo veraniego, no pude evitar girarme y mirar hacia atrás, y allí continuaba ella, alzada, impasible, digna y, sobre todo, zaragocista. Entonces comprendí todo, todo encajaba, esa señora…se llama Romareda.

Por diegol20.

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