Sobre dignidad y autoestima

Sería digno de estudio descubrir la razón de lo que le ha ocurrido al zaragocismo en el último mes; iniciamos marzo sumidos en una depresión enorme, con un equipo bajo mínimos en todo, en un ambiente próximo a la deserción y con una segunda mitad de la segunda vuelta pendiente que nos pesaba como una losa, dispuestos a sufrir la mayor humillación de la ya larga historia del equipo del león.

Pero llegó esa sucesión de milagros inexplicables en los que un grupo de futbolistas hasta entonces en descrédito fue capaz de remontarle al Valencia en Mestalla con uno menos, de devolver al Atlético la etiqueta de “Pupas” que le habíamos usurpado y de vencer en el infierno de ”El Molinón” cuando la rutina de la temporada indicaba que, en todo caso, el gol postrero tendría que ser franjirrojo. El sábado pasado la afición acabó rompiéndose las manos y bufandeando pese al 1-4 que mostraba el marcador, y no era para menos, porque los hombres de Jiménez habían dado toda una lección de honradez, profesionalidad y entrega.

En las durísimas cuestas de enero y febrero, que no fueron sino continuidad de una 1ª vuelta vergonzosa, nos hubiera entrado la risa tonta si alguien hubiera profetizado que a estas alturas estaríamos hablando maravillas del partido de Aranda, valorando positivamente las últimas actuaciones como central de Paredes, planteándonos que sería interesante que Zucculini continuara el próximo año -¡incluso en primera!- o puntuando a Pinter como destacado indiscutible de varios partidos seguidos.

Ahora, la afición zaragocista, que no es tonta y sabe las limitaciones enormes del equipo de sus amores, camina con la cabeza bien alta, orgullosa de lo que están haciendo Jiménez y sus chicos y con unas esperanzas que si contemplamos el calendario las tenemos que ver más bien frágiles, pero que hace pocas semanas eran impensables. Se ha recuperado la dignidad y la autoestima y es algo que, aunque al final la tragedia se consume, tiene muchísima importancia. Creo que el mérito de lo ocurrido, fortuna aparte –¡alguna vez teníamos que tenerla!-, debe repartirse entre un hombre honesto y cabal como Manolo Jiménez, una plantilla que por fin ha mostrado compromiso y una afición que jamás deja sólo al equipo.

Mucho me temo, y ojalá me equivoque, que la reacción ha sido tardía y que el final de esta historia nos llevará de nuevo a la división de plata; pero lo ocurrido este último mes no puede caer en saco roto: la recuperación de las referidas dignidad y autoestima no pueden ser una nube de verano, un romance efímero, un sueño momentáneo, sino el principio de una historia nueva que entierre para siempre ese Zaragoza convertido en caricatura, en sucedáneo y nos devuelva el equipo que siempre conocimos.

Me parece que no yerro si afirmo que, además del saber hacer del mister sevillano, al Real Zaragoza actual lo han resucitado reacciones como la del propio Jiménez en Málaga que en lugar de andar con paños calientes supo poner el dedo en la llaga y la actitud de una afición que desde hace mucho tiempo ha sabido dejar bien claro cual era su postura ante la situación a la que unos cuantos irresponsables habían llevado al Real Zaragoza. Muy posiblemente, sin agapitadas, manifiestos y concentraciones ya estaríamos descendidos.

Por eso, creo que hay que aprovechar esta corriente de ilusión que corre por La Romareda y aledaños, y continuar exigiendo cambios radicales y decisiones tajantes. Ahora que hay esperanzas, que estamos vivos, muy por encima del éxito o el fracaso en la lucha por la permanencia, diría yo que por encima de ella, hay que gritar con más fuerza que no debe tardar ni un minuto más el momento en que abandonen el club los que lo han llevado a donde está y que lleguen quienes, con la ayuda y el esfuerzo de todos, reconstruyamos la obra destruida.

Por Falçao.

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