Ya estamos aquí

¡Toc, toc! ¿Se puede? ¡Hemos vuelto! 392 duros y sufridos días después de aquel fatídico 18 de Mayo, efeméride que otrora fue motivo de felicidad e ilusión, hemos vuelto. Y lo hemos hecho como sólo lo puede hacer un corazón aragonés: levantándonos del suelo una y otra vez, y sacando, tras cada caída, esa fuerza inverosímil y rabiosa que, a lo largo de los siglos, ha hecho inmortal al pueblo de Zaragoza.

Fue aquel 18 de Mayo, como decía, cuando nos echaron de casa unos cuantos mercenarios ávidos de dinero, enfermos de avaricia y ausentes de rasmia y sentimiento. Unos pocos que, desde el primer y hasta el último día, demostraron que no eran dignos de portar tamaña enseña al lado del corazón, y que fueron, domingo tras domingo, abriendo pequeñas grietas en el casco de aquel ilusionado barco que partía, un caluroso día de Julio de 2007, de las entrañas del zaragocismo. Al último puerto, a Mallorca, llegaron ya con el agua al cuello, casi ahogados y sin apenas chapotear para intentar salvar sus vidas, o más bien, las de todos aquellos que los acompañaron incansables y leales en el viaje; y fue allí, bajo el cielo llorón y predictor de las Islas, donde terminaron de desahuciar a todos los que llevamos al León en el corazón, y no en la billetera. El barco se hundió, y como siempre ocurre cuando eso pasa, las ratas lo abandonaron. A su lado, jurándose devolverlo a flote, sólo se quedaron los que el día del descenso vertieron lágrimas sinceras, los que sabían del fútbol su forma de vida, y del Real Zaragoza su estado de ánimo.

Más tarde llegó un nuevo verano, diferente a los anteriores, un verano frío y casi obligativo. Un verano en el que había que empezar de nuevo, traer hombres y no nombres para no cometer así errores del pasado, traer esperanzas renovadas, traer prioridad y respeto al respetable, traer claridad, limpieza, y, sobretodo, traer intenciones y predisposición, y es que, para conseguir algo en esta vida, lo único imprescindible son las ganas y la confianza en alcanzarlo. Y así ha quedado demostrado: llegaron fichajes desesperados de última hora y a precios propios de un aspirante a UEFA, nos robaron un fiero y rampante león por un estilizado y raquítico “caballo de carreras”, se vendió oro a precio de hojalata y 3 meses de movimientos y oscuras operaciones quedaron expuestos en un escueto comunicado de apenas 8 líneas en la web oficial. Pero aún con todo esto, con todas las equivocaciones y todos los sietes en la vestimenta que fue el trimestre de Mayo a Agosto, no tengo la menor duda de que se pusieron todos los esfuerzos y se invirtieron todas las horas posibles. Creo que desde lo más alto de la institución se hizo todo lo que se pudo, y estoy seguro de que más de uno allá arriba pasó agobios y desazones mil por el futuro de este club. Y me quedo con eso, con esa reflexión. Nos ha costado dinero, deuda, tiempo, problemas, sufrimiento…, pero ya estamos aquí de nuevo, gracias al poder del esfuerzo, de la ilusión, del desprecio a la capitulación. Eso vale más que cualquier decisión equivocada.

Hoy el barco de Mallorca está brillante, exultante, firme, listo para comenzar otra vez a navegar. Lo han reparado miles de almas de todos los lugares: desde los 20000 que no faltamos nunca a nuestra penitencia quincenal en la Romareda, hasta el loco que sufre a su equipo en el exilio del más lejano rincón del planeta; desde el niño que, sin saberlo, se convirtió este año a la religión del blanco y el azul, hasta el abuelo que, puro en mano, recordó por última vez esta temporada que “ya no se juega al fútbol como antes”; desde el que hizo 700 kilometros para ver perder a su equipo en un estadio vacío, hasta el que, a sólo 73, calló por fin a sus paisanos sin tener que decir una sóla palabra; desde el que se enamoró por primera vez en su vida en un día de partido, hasta el que decidió cambiar al amor de su vida por este sentimiento inexplicable… . Todos ellos están ahora subidos al barco, remando en la misma dirección, cuidando más que nunca de que no se abran nuevos boquetes que les hagan naufragar de nuevo y esperanzados con la ilusión de un horizonte que depare más días de unión y de gloria. Cierto es que a bordo no hay grandes riquezas materiales, ni estrellas de relumbrón y talonario, ni tampoco noticias espectaculares que ocupen titulares en todo el mundo, pero eso ya no importa. Lo único que importa es que el año que viene el Escudo del León volverá a estar ahí, en lo más alto, para recordaros que el fútbol no es gastar el dinero en estrellas, ni postrarse a los pies de un lucrativo dirigente… El fútbol es orgullo, pasión y sentimiento. El de una afición, un club de Primera.

Por Madu.

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