Elegante y distinguida

Por Ricardo García Ferrer

El partido estaba empatado, era un encuentro feo, bronco, duro. Tampoco el tiempo acompañaba, un calor asfixiante cubrió los graderíos del Municipal de todo tipo de sombreros, gorras, abanicos e incluso paraguas a modo de sombrilla. Yo no veía claro que aquella tarde pudiera acabar victoriosa y mucho menos entendía los motivos por los que se había paralizado el encuentro, no obstante aproveche para entablar una agradable conversación con una amable señora, bastante más optimista que yo:

– ¿Y dice usted, señora, que este partido lo ganamos?.
– Yo creo que sí, he visto muchos así, este en concreto me recuerda mucho a aquella tarde contra los checos del Olomouc, no hay que desesperar.
– Muy optimista es usted, señora.
– No te creas, muchacho, no te creas, no siempre lo soy, solo cuando hay motivos. No como aquel partido ante el Borussia Dormund, estábamos cerca, sí, pero ellos eran mejores y bueno, al final lo demostraron.
– Oiga, ¿Usted todo lo comenta con ejemplos?.
– No puedo evitarlo, muchacho, no puedo evitarlo, son muchos años aquí, he visto tantas cosas, sufrido y disfrutado tanto – Matizó la amable señora tras una sonora carcajada.
– Sí, se nota que ha visto usted mucho futbol, de hecho… – Intentaba explicarme, cuando me interrumpió de nuevo.
– La que más muchacho, la que más me dicen constantemente, la que más entiendo, la que más he visto, quizás demasiado dicen otros.
– ¿Quizás demasiado?, ¿A que se refieren?.
– Bueno, digamos que hay gente que me ve ya muy mayor, y no les falta razón, pero luego te lo explico mejor muchacho, antes cuéntame tú, ¿Por qué estás tan nervioso?, ¿Te merece la pena?.
– ¿Qué por qué?, pues no puedo evitarlo, desde que vine con mi padre por primera vez esto se ha convertido en una de las cosas más importantes de mi vida. Y este partido como bien sabes es clave señora, de hecho, ¿me lo pregunta usted?, tantos años viniendo debería entenderme mejor que nadie.
– Y claro que te entiendo, muchacho, lo entiendo, pero precisamente con los años aprendí a relativizar, las grandes victorias preceden a épocas más desafortunadas, pero afortunadamente al revés ocurre lo mismo, así que con los años he aprendido que hay que disfrutar de las grandes victorias y saber llevar los peores momentos.

Se trataba de una señora mayor, agradable, sentías el conocimiento y los años de fútbol a su lado, desprendía confianza, era elegante, despertaba curiosidad, ganas de saber, en definitiva de hablar con ella. El hecho de que el partido continuara paralizado favoreció poder continuar con tan entrañable conversación:

– Y dígame, señora, ¿Cuáles son sus mejores recuerdos?.
– Muchos, a nivel general indiscutiblemente los 5 magníficos y la generación de la Recopa. Pero hay veces que quedan mejores recuerdos de otras citas menos glamurosas, que podrían parecer menores solo por no suponer títulos, como puedan ser los ascensos, aquellas fiestas ante Albacete y Córdoba, recuerdo que aquel día del ascenso ante el Córdoba lucí de gala, la ocasión lo merecía.
– Sí, ese partido lo recuerdo, creo que fue también el día que más he disfrutado yo.
– Sí muchacho, con lo joven que se te ve pocas más ocasiones has tenido de pasarlo bien aquí, aquella remontada del año de Jiménez y poco más, ¿me equivoco?.
– Así es, y no nos sirvió de mucho, volvimos a descender al año siguiente.
– No me lo recuerdes muchacho, no me lo recuerdes, el peor año que aquí se ha visto con diferencia. Pero no desesperes, créeme, yo he visto mucho fútbol y te aseguro que los tiempos buenos volverán, recuperaremos el orgullo perdido, volveremos a ganar partidos, volveremos a ver a grandes jugadores, ya lo veras.
– Hablando de grandes jugadores, ¿Quiénes son los mejores que usted ha visto?.
– Es difícil decantarse por uno, ha habido muchos, Violeta, Aguado, Arrua, Canario, Señor, Aragón, Milosevic, bueno, muchísimos como te digo, pero si tuviera que hacerlo lo haría por Lapetra como jugador más representativo de nuestra mejor época. Eso sí, por los peores mejor no me preguntes, no estaría bien que me decantara por ninguno, aunque créeme, los hemos tenido muy malos también.

Esa respuesta me dejo sorprendido, no entendía que importancia pudiera tener una opinión sobre los peores jugadores, aunque fue más tarde cuando lo entendí. Empecé a comprenderlo porque, aunque la conversación me resultaba agradable y de hecho se extendió bastante más de lo narrado, ya no era suficiente para colmar mi impaciencia respecto del desarrollo del partido, que aún permanecía paralizado, ¿paralizado?; ingenuo de mí.

– Y a todo esto, ¿Cuándo crees que se va a reanudar el partido?.
– ¿Cuándo?, el partido no está parado muchacho, eres tu que no lo ves.
– ¿Disculpa?
– No está parado, muchacho, sigue su curso. De hecho te alegrará saber que ya hemos marcado dos goles y parece que de esta nos libramos, así que ahora necesitare que te relajes y no sufras más.
– Perdone señora, ¿me está tomando el pelo verdad?.
– No, no, créeme muchacho. Perdiste el conocimiento hará ya una media hora, seguramente el calor ha sido decisivo, en este momento estas siendo atendido por operarios de la cruz roja, creo que ya es hora de que despiertes y tranquilices a tu familia, además, ya te dije que ganamos dos a cero así que no te pongas más nervioso.
– Pero señora, ¿y usted?, ¿usted es real?.
– Muchacho, yo soy la que más sabe, la que más he visto, yo soy la Romareda. Y esto no quiero verlo más tiempo, este es lugar de victorias y derrotas, de noches de gloria y decepción, de llantos y aplausos, pitadas y vítores, este es lugar para venir con la familia y amistades, pero sobretodo muchacho, es un lugar para pasarlo bien, no para sofocos de esta índole. Ahora, por suerte, vas a despertar, pero quiero que me prometas que de ahora en adelante vendrás solo a disfrutar de nuestros mejores éxitos, pero que no nos darás más sustos así, ¿deacuerdo?.

En realidad aquella reflexión fue más larga y profunda, yo no encontraba palabras para interrumpirla según iba entendiendo que lo que me contaba era cierto, me sentía entre ridículo y avergonzado de no haber caído a tiempo en que los partidos no se congelan, pero también me sentía impresionado ante la magnitud de la charla que acababa de tener, apenas me dio tiempo a despedirme antes de despertar.

La primera cara que reconocí fue la de mi padre, aunque no la primera que vi, los gestos eran de alivio dentro de la preocupación, poco a poco todo fue volviendo a la normalidad, pase todas las pruebas pertinentes esa tarde para descartar males mayores y aquello quedo solo en anécdota. Tarde que por cierto ganamos dos a cero, pues al final el partido se pudo romper, al igual que aquella tarde ante los checos del Olomouc.

Lo que no fue es una anécdota más, nunca tendré claro si fue una alucinación, un sueño o si pudo ser real, lo que sí tengo claro es que desde entonces al volver a la Romareda cada partido, o simplemente cada vez que por allí pase, jamás volví a verla vetusta y cochambrosa, por más años que tenga y aunque haya visto demasiado (como ella misma bromeó), ya siempre la vi como esa tarde, elegante y distinguida.