Mi gran noche

Por Olga Torres Carreras

Qué haces mañana? Si quieres, yo puedo llevarte a ver las estrellas. Me acompañas?

Ese era el mensaje que recibí en mi trabajo, y remataba la nota la firma de mi amigo Héctor, otro futbolero apasionado del Real Zaragoza como yo.

Releí lo escrito y me dirigí al teléfono del trabajo dispuesta a llamarle, estaba sorprendida por el tono “romanticón” de su invitación, algo que no encajaba para nada en su estilo.

“Hola Héctor, soy yo, te llamo desde el trabajo, Donde dices que me llevas mañana a ver las estrellas?” …. silencio de escasos instantes y mi interlocutor respondió: “A Barcelona, a la final de Copa contra el Madrid, te vienes?”

Esta petición tan repentina, llegaba gracias a dos amigos de mi amigo que tenían entradas y viaje a Barcelona y que debían de quedarse en Zaragoza, por motivos de fuerza mayor y habían pensando que nadie mejor que Héctor para ser que pudiese disfrutar de esas entradas.

Ellos pensaron en él, él pensó en mí y yo tenía que pensar cómo lo hacía para poder ir. Tenía que encontrar alguien que me sustituyese en el trabajo al día siguiente y sólo tenía un par de horas para hacerlo, antes de terminar la jornada de ese día, pues el viaje a la final arrancaba temprano.

Lo que parecería que sería un problema, tuvo un pronta solución con una de mis compañeras de fin de semana y con la misma celeridad que resolví, el único inconveniente que me separaba de la cita copera, pasó la noche que sería la previa a mi gran noche.

Ese 17 de marzo de 2004 Barcelona se alzaba ante nuestros ojos, nuestros ojos la miraban con la emoción de un chiquillo en la noche de reyes. Eso éramos los zaragocistas, niños ilusionados esperando el regalo que estaba por llegar.

La película de lo que paso sobre el césped del Estadio de Montjuic, ha sido contada innumerables veces, el intercambio de goles, la expulsión que parecía que iba a marcarlo y el gol que le salió a Galleti desde el fondo de sus huesos y el corazón, para volver la mitad del campo del revés y acallar la otra mitad.

Y ahí empieza verdaderamente la noche…

Sobre el césped la entrega de la Copa, precedida por las caras de decepción de esas estrellas apagadas que eran la cara de los jugadores del Real Madrid, esas que no podía dejar de mirar absorta en las pantallas del Estadio de Montjuic.

Absorta fue el tiempo pasando, como pasaron todos los jugadores de mi Zaragoza campeón, que desbordaban la alegría del que ha conseguido hacer posible lo imposible, como fue ganar esa copa.

Así nos sentíamos todos en la grada blanquilla, y yo pronto iba a tener que en práctica lo de hacer posible lo imposible.

Noche en Barcelona, montaña de Montjuic, miles de personas buscando su autobús para volver a sus casas y yo tenía que llegar a la estación de Sants, para volver a la mía… todo en menos de una hora antes de perderlo.

Funicular y carreras por el metro, carreras entre la gente y contra el reloj que me decían que podía llegar por los pelos. No importaba el cansancio, el subidón copero nos daba alas, sentíamos que podíamos lograrlo como lo había logrado nuestro equipo.

Pero no fuimos tan certeros como Galleti, llegamos a tiempo, pero a tiempo de poder despedir al último autobús que salía hacía Zaragoza.

Por unos instantes, entendí como se sintió Zidane o Beckam, decepcionada por no lograr el objetivo, noqueada por un contratiempo que no entraba en mis planes.

En aquel momento pensaba, que en apenas 12 horas tenía que ir a trabajar y estaba a 300 km de destino y también pensaba que tenía una noche pasar, en una ciudad que no me esperaba.
Preguntamos a un taxi, y nos dio una solución inesperada. “Más barato que una pensión, es que vayas a pasar la noche al aeropuerto del Prat, desde allí en 5 horas sale un tren que volverá a dejarte en esta estación y podrás volver a Zaragoza”.

Será divertido pensé, divertido y diferente y en el Prat que nos plantamos. Unas butacas cómodas, cafeterías abiertas y un buen lugar donde estar a refugio, por sólo 18 euros.

Un lugar donde he vivido uno de los momentos más mágicos de mi vida. Al entrar Héctor y yo, ataviados con todos los distintivos blanquillos posibles, algunas personas nos ovacionaron.

“Vaya partido, vaya lección a los blancos y vaya forma de ganar” eran algunas de las cosas que nos dijeron. Mientras sentía como el orgullo zaragocista me “hinchaba”, vi al fondo otro grupo de seguidores que estaban allí.

Sin conocernos de nada, nos reunimos, nos abrazamos y de un modo espontáneo empezamos a cantar el himno del Zaragoza a pleno pulmón, tan fuerte que la música del hilo musical del Prat, quedaba en un segundo plano.

Y al himno le siguieron todo el repertorio del cancionero de animación, una y otra vez, pese a los reiterados intentos del guarda de seguridad para que bajásemos el tono, fue imposible contener nuestra alegría.

Estábamos teniendo nuestro Tiempo Extra de la final, algo tan increíble y tan difícil de repetir como lo que había sucedido en el campo. Algo que para nosotros iba a ser tan memorable, como lo que habíamos vivido desde la grada.

Me cuesta creer que haya muchos seguidores del equipo que tuvieran una celebración tan particular, incluso me cuesta creerlo hasta en el caso de los jugadores.

Aquella noche en Barcelona, fue una gran noche, mi gran noche zaragocista. Fue un momento imborrable que me recuerda el orgullo que se siente por seguir a este equipo, aunque te fallen los planes, no importa hay que seguirle. Un orgullo, que convierte a desconocidos en hermanos y que hace que haya que gritarlo, rugirlo como si fueses el león del escudo, no importa donde, hay que proclamarlo a los cuatro vientos, aunque sea en la sala de espera de un aeropuerto.