Por Emilio Gil Moya
-Pepe, deberías hablar con tu hijo, lo noto extraño últimamente y me preocupa – le dijo Gloria en cuanto le oyó entrar en casa.
La urgencia y la preocupación que notó en las palabras de su mujer encendieron las alarmas en su cabeza.
– No te preocupes – le contestó mientras le daba un beso y se acomodaba a su lado en el sofá- ¿pasa algo grave?
– No – contestó ella levantando la vista del montón de facturas que estaba tratando de ordenar – Supongo que no, aunque lo noto triste estos últimos días y, ya lo conoces, como es tan callado….
– Tranquila, esta noche cuando estemos cenando le preguntaré. Seguro que no será nada.
Pablo llegó pasadas las 9 de la noche. Ese día había tenido el último examen parcial de su primer año de universidad y después se había ido con sus amigos a jugar un partido. Nunca había destacado mucho en el futbol pero su afición e interés podían con todo.
– Hola – dijo con un susurro de voz apenas perceptible.
– Hola hijo, ¿qué tal el examen? – le contestó su madre a la vez que se le acercaba para darle un beso en esas mejillas sonrosadas por el esfuerzo.
– Bien, creo – contestó con su acostumbrada brevedad.
– Tu padre está en la cocina. Creo que la cena ya está lista. Deja la bolsa en tu cuarto y vamos a cenar, que tendrás hambre.
Absorto, escuchando su programa deportivo favorito, Pepe no tuvo noticia de la llegada de su hijo hasta que se abrió la puerta de la cocina.
– Hola papá – dijo mientras se acercaba a la encimera y levantaba la tapa de una de las sartenes – ¿Qué hay para cenar? Tengo un hambre que me muero.
– Borraja y morcilla. Lo que trajimos ayer de Rivas – le contestó su padre al tiempo que le miraba a los ojos intentando encontrar la causa de su preocupación.
Mientras madre e hijo se sentaban en su sitio de costumbre, Pepe sirvió tres platos de borraja generosamente apañados con aceite de oliva – Aquí tenéis, con carambullo, que esto no engorda – dijo. Se sentó y se sirvió una copa de vino.
– ¿Te pasa algo, hijo?- preguntó, como quitándole importancia al tema – Te veo preocupado. ¿Te ha ido mal el examen?
La tertulia deportiva del programa de radio estaba en su máximo apogeo, criticando duramente la actitud del Real Zaragoza del día anterior. Posiblemente, la actuación frente a la UD Las Palmas había sido la peor de toda su historia.
– Es que…. musitó Pablo. Ya sé que no tiene lógica, pero no lo puedo evitar. Seguro que ellos – dijo señalando el aparato de radio – no sufren tanto como yo. Ni siquiera tú, con lo zaragocista que eres. Perdemos partidos, hacemos el ridículo casi cada semana, echamos al entrenador,…… Y cada vez peor. Sé que no tiene sentido pero me afecta mucho. Los días después de los partidos siento que me falta algo, vacío, sin carambullo. Luego se me va pasando pero llega el fin de semana y otra vez.
Su madre continuó cenando como si no hubiese escuchado nada, aunque un hondo respiro interior la reconfortó. ¡Ah, es eso! -pensó-, igual que su padre…
Te entiendo perfectamente, hijo – dijo su padre mientras retiraba ligeramente el plato en señal de inicio de un discurso interminable – pero no debes exagerar, esto es sólo una mala racha que pasará. Y, además, como dices, no debería afectarte tanto.
¿Cómo? – Dijo Gloria en un gesto inequívoco que incredulidad – ¡no puedo creer lo que estoy oyendo!
Sí – prosiguió Pablo ignorando la sorpresa de su madre – un juego en el que siempre perdemos. Soy del Real Zaragoza desde que nací. Tengo 19 años y solo recuerdo malos momentos. Tres descensos a segunda división, problemas con jugadores, directivas que han llevado al equipo a la ruina económica y deportiva. Los periódicos y las radios nacionales solo hablan de nosotros para denunciar casos de compra de partidos, despidos improcedentes,… Hacienda –continuó cada vez más convencido- nos persigue como a delincuentes. Y la única vez que hacemos algo grande, aquel año que quedamos terceros con posibilidades de ganar la liga en la última jornada, a alguien se le ocurre interpretar el reglamento a su voluntad y nos dejan fuera de la Champions. ¿Cómo quieres que me sienta?
Gloria le miró perpleja. No estaba acostumbrada a oír hablar a su hijo con tanto entusiasmo.
¡Y eso del amor a los colores! -siguió mientras su madre le servía un par de trozos se morcilla en el plato – me río de los besos de algunos jugadores al escudo. No sienten nada. Contados son los que de verdad sufren y sienten el equipo. ¿Te acuerdas de Zapater? Solo verlo en el campo ya se notaba su pasión. Y sin embargo –prosiguió- ¡mira como le trataron! Y lo mismo con los entrenadores. ¿Hay alguien más zaragocista que Víctor Muñoz o Víctor Fernández? ¿Y qué ha pasado? Que resulta que aquí no sirven…..
Pepe miró a su hijo con ternura, dobló meticulosamente la servilleta y apuró la copa de vino.
– Te voy a contar…
– ¡No!– interrumpió su madre con energía – ¡Se lo voy a contar yo!
Pablo le miró con una mezcla de incredulidad y sorna.- ¡Pero si tú no sabes nada de futbol, y además no lo soportas! – le dijo sonriendo.
– ¿Por qué crees que no lo soporto?- respondió. Y dejando dos tazas de café descafeinado sobre la mesa se sentó, cortó un farinoso en tres trozos desiguales y empezó a hablar…
– Conocí a tu padre – dijo- en un bar de la Plaza de San Francisco, un domingo por la tarde hace ya muchos años. Hacía frío y entré con unas amigas a tomar un café – mientras hablaba veía de reojo la cara de sorpresa de su marido- Allí estaba, con sus amigotes, riéndose a carcajadas y comentando no sé qué de un tal Soso o Sosa. Te acuerdas, Pepe?
– ¡Qué si me acuerdo!- dijo – La final de la Copa del Rey que le ganamos al Barcelona el año 86, con gol del Principito. Nadie daba un duro por nosotros, para variar. Gol de falta directa con rebote en la barrera y…
– Vale de detalles. ¿Te das cuenta Pablo? – dijo su madre – ¡qué memoria! Ahora pregúntale que le encargué ayer que comprara…
– Real Zaragoza para arriba, Real Zaragoza para abajo, que si la UEFA, que si la Copa del Rey – su madre continuó el discurso – Que si Urio nos ha robado, que si “ha sido el 6, penalti y expulsión”. Y con unos cambios de humor que no te puedes imaginar.
Pablo escuchaba cada vez con más atención, y cada frase de su madre aumentaba su sorpresa. La suya y la de su padre…
– Por si fuera poco – prosiguió – a ti se te ocurre nacer aquel día. Tenías que haber visto a tu padre intentando conectar la antena de la televisión en la habitación del hospital mientras yo me retorcía de dolores. Los bufidos se oían en toda la planta. Y luego…. – paró un momento y observó a su marido con cariño – ¡quería ponerte de nombre Nayim!
– No me habíais contado eso nunca – dijo riéndose mientras miraba a su padre.
– Y muchas más historias que te podría contar, siempre ligadas al Real Zaragoza. Si ganaba, todo era felicidad. Si perdía, uf!, mejor no decir nada. Recuerdo – siguió su madre- días especiales como aquel que ganasteis por 6-3 al Barcelona…
– Febrero de 1994 – apuntó Pepe – con dos golazos de Higuera. Y aquel 2-5 al Real Madrid. Me acuerdo que tú eras bien pequeño, porque me pasé la noche dando vueltas por el pasillo reviviendo una y otra vez los goles de Milosevic mientras te veía dormir plácidamente abrazado a tu peluche favorito.
– Y cuando ganasteis aquella Copa del Rey al Celta…
– ¿Cuál? – Preguntó Pepe orgulloso – ¿la del penalti de Alejo o la de Sevilla?
– La de Sevilla – contestó su madre, asombrando cada vez más a Pablo con sus conocimientos sobre futbol – Aquella que casi te da algo porque empezasteis perdiendo.
– Si, y al año siguiente bajamos a segunda – dijo Pablo con pesimismo.
Este trozo de pan que tienes por padre – dijo ella mientras le enviaba una sonrisa cómplice a su marido- debe tener la sangre azul y blanca. – ¿Te acuerdas aquel partido que bajasteis a Segunda? Creo que fue en Mallorca- dijo sin esperar respuesta – Estábamos en La Posada y de repente me giro y le veo llorar como un tonto…
Pepe asintió con la cabeza, al tiempo que miraba a su hijo, justificándose. – Hay cosas que no se pueden remediar- dijo.
– Ese día, y los siguientes, fueron horribles -continuó su madre – Qué mala leche se le puso y que tristeza en su cara. Y todo, ¿por qué? Porque unos críos más ricos que nosotros le dan patadas a un balón y no lo meten donde lo tienen que meter.
– ¿Creéis que vale la pena tanto sufrimiento, o tanta alegría desbordada sin una razón que lo justifique? – Gloria hizo una pausa para saborear el momento y ver como padre e hijo intercambiaban miradas de asombro. Apuró la taza de café y mirando los posos como si tratara de adivinar el futuro continuó…
Como sabes – el tono somardón había desaparecido de repente – nuestra vida ha sido feliz. Con los problemas del día a día, justos de perras pero con lo suficiente para vivir tranquilos y darte unos estudios. Estás en la universidad haciendo lo que te gusta. Aprovéchalo porque eso es lo único que te podremos dejar tu padre y yo. Y déjate de historias de futbol que no llevan a ninguna parte….Hay cosas peores.
Pepe miró a su mujer entre preocupado e inquisidor. Pablo, por su parte, empezaba a ponerse nervioso. No le gustaban ese tipo de discursos.
– Mamá- le interrumpió – que estábamos hablando de fútbol…
– Sí – contestó ella – de futbol… y de lo que os afecta; y de lo que nos afecta. Yo sé a dónde quiero llegar, así que escuchad los dos.
Pablo le miraba extrañado y su padre notó síntomas de que algo andaba mal.
– Lo que os quiero decir es que sí que vale la pena. Cuando uno cree en algo, cuando uno tiene un motivo, algo por lo que luchar, sufrir, emocionarse…. Es cuando realmente se vive. El Zaragoza ha sido todo en esta casa. Ha estado presente en nuestras vidas desde que yo recuerdo. Nos ha dado –continuó – días de alegría, noches de enfados, jornadas de nervios. Sobremesas con Eduardo González y sus exabruptos en Terminal Cero; tardes de domingo con Paco Ortiz y sus retransmisiones interminables; noches ahora con su hijo, que no sé cómo lo aguantáis con lo pesimista que es…. Y todas esas cosas han ido conformando nuestro hogar y nuestra familia. Hemos hablado mucho en cenas como esta. Te hemos visto, tu padre y yo, morderte las uñas frente al televisor porque el gol no llegaba…..En definitiva, hemos vivido juntos una pasión. Tenéis un motivo, no para que afecte a vuestras vidas, sino para disfrutarlo. Porque también las derrotas se deben saber disfrutar.
Pero debes evitar que la pasión te ciegue – miró a su hijo con rostro serio. Es bueno -prosiguió- tener una pasión, algo inmaterial que nadie como tú sabe valorar. Pero, que no te ciegue. Disfrútalo. Vívelo. Y siempre desde el respeto. No lo olvides nunca, hijo.
Gloria recogió las tazas de café y las dejó en la fregadera mientras disimuladamente se secaba una lágrima que le rodaba por la mejilla. No había tenido valor para darles la noticia…
La primavera había llegado y aunque el trayecto en RER hasta el Stade de France había sido rápido, estaba sudoroso y alterado. Tras más de tres horas de espera había conseguido lo que buscaba. De vuelta, decidió darse un capricho y se sentó en la única mesa libre del Comptoir du Panthéon. La proximidad de la Facultad de Derecho se notaba en aquel local repleto de corbatas y zapatos relucientes. Ordenó le plat du jour y una cerveza. Ese era un lujo muy poco frecuente para un estudiante de Erasmus en La Sorbona, pero ese día tenía un motivo muy especial para darse un capricho, mientras esperaba a sus compañeros para estudiar. Sin embargo, su mente estaba todavía lejos de los libros…
Aquel año 2015, después del ridículo en Las Palmas, el Real Zaragoza había ascendido a primera división tras unas emocionantes eliminatorias frente a Valladolid y Osasuna. En dos años el equipo y la suerte habían cambiado de forma increíble. Ya no se hablaba de los errores arbitrales. Las conversaciones giraban en torno al acierto con los fichajes y a los excelentes jugadores que habían subido del filial. Los éxitos deportivos habían permitido saldar la deuda con Hacienda. Pero sobre todo se hablaba de Vallejo. El ahora central titular de la selección española había realizado unas campañas espectaculares. Líder indiscutible del Real Zaragoza dentro y fuera del campo, querido por toda la afición, había rechazado suculentas ofertas de los grandes de siempre con una frase que pasará a la historia: «soy del Real Zaragoza y no quiero jugar en otro equipo». Y ahí estaban ahora, quien lo iba a decir, clasificados para semifinales de la Champions League y listos para enfrentarse nada menos que al todopoderoso PSG de Messi y Cristiano.
Miró el reloj, apuró el café y le mandó un whatsapp a su padre: “Papá, ya las tengo. Otra vez París. Te espero en el aeropuerto. Mamá estaría orgullosa. Besos”.
Camino a la biblioteca se secó las lágrimas.