Sonrisas en las costuras

Por Jorge Pérez Díaz

Apenas una pequeña fracción de tiempo puede bastar para cambiar el discurso de la historia; el breve espacio que tarda un balón en recorrer una decena de metros después de un arrebato de locura del pateador, que desde la distancia observa como el resultado de su acción se eleva en el aire, y tras atravesar el cielo vuelve a caer con la sonrisa de un millón de almas dibujada en las costuras. Seguro que Seaman también pudo contemplarlas al vencerse de espaldas a su arco, y al hacerlo supo que cualquier esfuerzo iba a ser vano porque tras ellas planeaba el velo del destino, y este siempre ha estado del lado de aquella valentía que se haya atrevido a desafiarle mirándole de frente. Cuando cayó al suelo su gesto, abatido, se sostuvo en un horizonte en el que Nayim acababa de dibujar la leyenda. Aquellos ojos, tristes y lejanos, buscaban explicarse lo que acababa de suceder. Sentado, en aquel parque tan distinto al de su niñez pero que parecía sumido en el mismo silencio ronco, empezó a entender que el pelotazo de Mohamed Ali Amar, aquel pequeño de tez tostada que de la mano de Paul ya le había amargado alguna que otra tarde en White Hart Lane, había atravesado en esos 49 metros la delgada línea que separa lo real de lo imaginario y había empezado a pisar el prado de la parte impersonal de quienes jaleaban un vuelo que ya era eterno. Y una sonrisa se dibujó en la cara de David. Y en la de cientos de miles al verle.

Un momento como aquel se convierte en mágico porque es capaz de transportarte en el tiempo por más años que hayan pasado; para algunos, fue solo un tanto bonito, para otros un pasaporte imperecedero con el que viajar hasta el instante exacto en que se produjo y revivir todo un mar de sensaciones que entonces se paladeaban donde quiera que hubiese dos ojos capaces.
Mientras Víctor abrazaba a Miguel en el césped de Paris un padre cualquiera hacía lo propio con su hijo con los ojos empañados en miles de rincones anónimos. Las lágrimas de quién ha redescubierto la felicidad, las de quien acaba de transmitir un legado que aún hoy, en tiempos menos lustrosos, sigue reinando en los corazones aragoneses.

Aquel 10 de Mayo un arrebato inolvidable llevaba tras de sí un guion que indicaba el camino a seguir, un camino que devolverá a Zaragoza y a su gente, más pronto que tarde, a una final en la que la locura de un genio vuelva a fotografiar el momento hasta convertirlo en perenne. La historia está escrita, falta ir descubriendo los nombres que la adornarán cuándo en el futuro los que fueron hijos hace ya 20 años puedan devolver el abrazo y el legado a los suyos propios.

De corazón gracias a Nayim y a quienes aquel día atravesaron el umbral que concede la inmortalidad del recuerdo. Desde ese efímero instante es imposible volver sobre los pasos dibujados en el suelo, por eso y por más de 80 años de historia podemos estar seguros de que el tiempo volverá a coronar las cabezas de los que nunca han dejado de creer en la grandeza pintada de blanco y azul.