¿Y con un robot?

Por Javier García Sesma

Lo tenía decidido. Definitivamente no me presentaría al concurso de relatos de aupazaragoza.com. Es cierto que llevaba tiempo dándole vueltas a la cabeza pensando diversas historias que contar y que de hecho habían absorbido buena parte de mi tiempo. Me impulsaba a ello sin duda mi zaragocismo visceral, pero también ese mismo zaragocismo visceral era el que me había dejado definitivamente hundido en el minuto 93 del partido cuando Toño Cotán, jugador del Sevilla Atlético al que el fútbol depare muchos años de gloria, había aprovechado un ingenuo rechace de nuestro portero Saja y conseguido así el definitivo 1-2 que nos acercaba peligrosísimamente a la zona de descenso a 2ª B, esa categoría que hacía tan solo unos pocos años casi ni sabía que existía. Sí, Cotán me había hundido y me había quitado las ganas de presentarme a nada que tuviera que ver con el Zaragoza, ya fuera un concurso o cualquier otra cosa. ¿Para qué perder tiempo con algo que en el fondo me estaba causado tanto dolor? Así que estaba claro: a la mierda con el relato.

La decisión pues estaba tomada. Con la radio puesta, regresaba desde la Romareda a casa en el coche recordando el desastre del partido y repasando los momentos de tristeza vividos cuando el árbitro había pitado el final y un manto de negrura había cubierto la realidad y los sueños. Repasaba también, ahora que ya había renunciado a ellas, las ideas que había pensado para el concurso de relatos, y al traerlas de nuevo a mi mente no sabía si reír o llorar. Cómo se me había esfumado la ilusión…

Recuerdo que mi primera idea fue escribir un relato cuyo narrador protagonista fuera el balón que nos condenó a la 2ª división en aquella noche aciaga del 1 de junio de 2013 en la que el Atlético de Madrid nos derrotó por 3-1. Un balón que contaría el dolor que le había supuesto introducirse en las mallas de la portería del Zaragoza hasta tres veces sabiendo que eso significaba condenar a un grande de la liga a una travesía por el infierno de vete a saber cuánto tiempo. Un balón que se resistiría a entrar en la portería por mucho que fueran Arda Turan o Diego Costa quienes lo empujaran, pero que no podría evitarlo de ninguna manera pese a su dolor. Un balón que oiría el llanto de la grada y que, sumido en la impotencia, desearía no haber sido nunca el elegido para disputar ese partido. Un balón zaragocista, pero honesto, que  años después narraría su dolor de aquella noche mientras evocaba el dolor de todos los aficionados que lo habíamos vivido en directo.

Pronto desestimé la idea porque vi que la historia del balón se me estaba yendo de las manos y el relato iba a adquirir un tono demasiado ñoño y a desprender un tufillo a zaragocismo rancio y desmedido. Nada de balón narrador. Los balones no sienten, ruedan,  aunque a veces lo hagan para introducirse en tu portería.

Mientras continuaba mi ruta hacia casa con el fondo sonoro de las declaraciones vacías de los protagonistas de la derrota frente al Sevilla Atlético, me regodeaba, en una especie de masoquismo incontrolable, con las ideas que había tenido para los posibles relatos y que, dada mi tristeza, había decidido que se quedaran en el tintero.

Tampoco vería la luz nunca otra de las ocurrencias que se pasaron por mi cabeza cuando tenía la ilusión de presentarme al concurso de relatos. Me acuerdo de que como lo del balón no me acababa de convencer, a los pocos día comencé a pensar en algo más atrevido y rompedor, un relato que introdujese la ciencia ficción y que trasladase al Zaragoza al siglo XXII, por ejemplo. En esa época, en la que el equipo se arrastraba ya por las categorías más bajas jamás pensadas, un historiador local comenzaba a investigar las causas del descalabro de un equipo de fútbol que allá en el siglo XX había ganado importantes competiciones de entonces: una recopa de Europa y seis copas del Rey. El historiador, amante del fútbol y de su ciudad, descubría en los sótanos de lo que en su día fuera una peña zaragocista, un documento que daba fe de la celebración de un ritual satánico en la noche del 1 de junio de 2013 (la misma noche del balón narrador) por parte un grupo de aficionados antiagapitistas con inclinaciones esotéricas que tenía por fin apartar de forma no muy ortodoxa al tal Agapito de la presidencia de un club al que estaba llevando a la ruina más absoluta. Pero fruto de su inexperiencia en estas lides oscurantistas, la cosa se les había ido de las manos y lo que en principio pretendía quitar a un señor de su puesto se había convertido, he aquí la sorprendente tesis del investigador, en una maldición en toda regla que había caído sobre el Zaragoza hasta el fin de los tiempos. Eso explicaba que pese a las buenas intenciones de dirigentes, entrenadores y jugadores, en dos siglos el drama no hubiera hecho sino aumentar, pues el club estaría inmerso en esa maldición hasta que alguien pudiera deshacerla. Y en mi relato imaginado ese alguien, según sostenía el curioso historiador, no podía ser otro que el Papa Agapito I (¡oh terrible coincidencia antroponímica!) pues la maldición estaba fundamentada en creencias religiosas por heterodoxas que estas fueran. Ante la intervención del diablo solo Dios podía hacer algo. Y el representante de Dios en la tierra en el siglo XXII seguía siendo el papa. Así que nuestro historiador, cargado de su documentación y de su forofismo, se presentaba en el Vaticano y lograba una audiencia con Agapito I, quien sorprendido por la entrega y dedicación de un hombre a tan noble causa, convocaba a toda la curia y en una solemne misa en la basílica de san Pedro desterraba la maldición y apartaba de una vez al diablo del destino del Zaragoza al que tanto tiempo había estado unido por culpa de unos descerebrados. El tiempo pasaba y justo el año en que el heroico historiador moría, el Real Zaragoza ganaba la liga de la 1ª división y ofrecía el triunfo, como no podía ser de otra manera, a su salvador, fallecido poco antes de poder saborear toda la gloria que su ímprobo trabajo hubiera merecido.

Al repasar el frustrado relato no pude evitar esbozar una sonrisa consciente de que lo que había pensado era una solemne majadería que afortunadamente no había llegado a adquirir forma definitiva, pues hubiera provocado la risa (o lo que es peor, el enfado) del jurado del certamen. Una cosa era intentar ser original, y otra bien distinta contar estupideces. Menos mal que la derrota ante el Sevilla Atlético me había hecho desestimar la posibilidad de participar en el concurso de aupazaragoza.com.

Absorto estaba en estos pensamientos frente a un semáforo en rojo, cuando de pronto la radio, que por fin ya no hablaba del partido, captó mi atención con una noticia que me dejó atónito: al parecer una inteligencia artificial, vamos, un robot llamado Benjamín, había sido capaz de escribir un guion para un cortometraje. Sus creadores, alimentándolo con centenares de guiones de ciencia ficción, habían logrado hacer una película de ese género titulada Sunspring que al parecer no estaba nada mal.

Con el coche de nuevo en marcha, mi cabecita comenzó a maquinar impulsivamente. De acuerdo que se me habían quitado las ganas de contar las historias del baloncito y del historiador tanto por mi desánimo como por mi poca fe en su posible calidad literaria, pero, ¿y si fuera capaz de crear una historia de fondo zaragocista tremendamente original con ayuda de un robot? La idea de escribir algo de esta manera era tan sugerente que incluso me podía hacer olvidar la debacle futbolística que estaba sufriendo jornada tras jornada. Era todo un reto que se me había presentado de pronto. ¿Cómo no aceptarlo?

Pero claro, por mucha ilusión repentina que tuviera por crear un relato con ayuda de un robot, no estaba todavía tan loco como para creer que el susodicho Benjamín, cuidado entre algodones por sus creadores, iba a estar disponible para mis caprichos y bastaba con solicitar que me lo mandaran por una temporada para que me escribiera el guion soñado. No pasaba nada. Ahí era donde entraba en juego mi amigo Raúl, ingeniero mecatrónico becado en la Escuela de Ingeniería y Arquitectura de la Universidad de Zaragoza (EINA), o por decirlo de una manera más clara: todo un experto en robots. Ya sabía que en la universidad él no dispondría de un Benjamín, pero seguro que un apasionado en las inteligencias artificiales como él, entendería mi demanda y podría hacer algo para atenderla.

Aunque ya era tarde, al llegar a casa no dudé en ponerle un escueto whatsapp. “Tengo algo que proponerte. Mañana lunes te espero a las 13h en el Cuko. Tomamos vermú y te cuento”.  Raúl respondió con un simple “Ok”.

Al día siguiente nuestro bar de encuentro de siempre, el Cuko, fue testigo directo de la propuesta más alocada formulada bajo su techo en sus largos años de historia. Durante la primera cerveza Raúl se mantuvo frío, con un mutismo un tanto inquietante, pero con mi verborrea y la segunda cerveza, su actitud empezó a cambiar. En definitiva, que quedé emplazado a reunirme con él en su laboratorio de la Escuela de ingenieros el sábado por la mañana. Hasta entonces, Raúl se encargaría de asimilar bien mis ideas y sobre todo de ir adaptando algunos de los robots a los que tenía acceso a las exigencias por mí requeridas. Labor de chinos, pero Raúl era capaz de todo.

Confieso que cuando el día señalado entré en el laboratorio y vi el robot que debía encargarse de hacerme el guion perfecto para mi relato, de quien primero me acordé fue de Mazinger Z. Nuestra “inteligencia artificial” era un mamotreto enorme que seguro no se parecía en nada a Benjamín, pero uno no se podía poner exigente. Los medios eran los que eran y mientras el cacharro cumpliera su función, el aspecto importaba un pepino.

Ahora la cuestión era organizar bien el trabajo. Raúl había estudiado concienzudamente cómo alimentar al robot para que pudiera procesar bien los datos, que serían introducidos a través de un ordenador conectado, y conseguir con ellos crear un guion original. Yo no hacía más que decirle a mi amigo que le metiera a nuestro Mazinger  toda la información de las gestas zaragocistas, los títulos, los grandes nombres.  Pero Raúl interrumpió mi exaltada perorata y me dijo:

– No sé cómo es ese concurso al que quieres presentarte, pero a mí me enseñaron que la literatura debe tener verosimilitud.

– Si, sí, claro … pero, ¿por qué me dices eso?

– Porque entonces, si no quieres una epoyeya lacrimógena del zaragocismo, al robot habrá que alimentarlo con datos de todo tipo, no sólo de los que te interesen. Le tendrás que contar lo de los títulos, pero también lo de los descensos; lo de 6-1 al Madrid, pero también lo del 6-3 del Llagostera; los nombres de los 5 magníficos, pero también los de otros de infausto recuerdo…. En fin, me explico, ¿no?

Estaba claro que Raúl tenía más razón que un santo. Así que me limité a asentir y a seguir escrupulosamente sus instrucciones: iríamos metiendo un dato positivo y uno negativo, un recuerdo exitoso y otro penoso, en un orden minuciosamente establecido y que escribiríamos en un papel antes de pasárselos a Mazinger. La cosa nos llevó su tiempo y alguna que otra discusión por cuestión de interpretación de los hechos, pero al final de la mañana, el robot disponía ya en su almacenamiento interno o como quiera que se llamara su prodigiosa mente, de todos los datos necesarios. Así que sólo faltaba seleccionar la opción del programa diseñado por Raúl que aparecía en la pantalla del ordenador y que decía: “Generar guion en robot”. La suerte estaba echada. Raúl me cedió a mí el honor de dar el click definitivo. En cuanto lo hice, a Mazinger comenzaron a iluminársele diversas lucecitas en los múltiples dispositivos de su complejo armazón, mientras su voz metálica repetía cada minuto aproximadamente “Procesando guion. Procesando guion”

– Pues ahora a esperar, campeón -dijo mi ingeniero preferido- A este “bicho” hay que darle su tiempo.

Y su tiempo fueron ni más ni menos que tres días en los que estuve en un sinvivir constante a la espera de noticias de Mazinger y de la gran historia zaragocista que me iba a regalar.

Al fin llegó el momento esperado. Raúl me había citado en el Cuko para hacerme entrega de lo que el robot había sido capaz de hacer con nuestros datos. Cuando llegué, él ya estaba allí tomando una cerveza con una cara que lo decía todo. Me mosqueé. Raúl no se anduvo con rodeos. De una vieja carpeta de cartón, sacó un montón de papeles perforados que al parecer habían salido de las tripas de Mazinger y que para mí eran indescifrables, y una cuartilla con un pequeño texto que venía a ser la “traducción” de los otros. Este sí que era perfectamente comprensible pues estaba escrito de puño y letra por el propio Raúl. Me lo dio y lo leí en voz alta: “Imposible elaborar guion. Datos completamente incompatibles para generar relato coherente. Iniciar sesión con nuevos datos.”

– Esto es lo que ha dicho la máquina -sentenció Raúl-. De verdad que lo siento. Ya ves… lo del Zaragoza es un sinsentido. Es más propio que con los datos que tienes escribas una tragedia y te dejes de inteligencias artificiales que no pueden con lo imposible.

– Vale Raúl… quizás tengas razón. Todo esto es un sinsentido. Pensaré lo de la tragedia -sonreí estúpidamente- De todas formas, muchas gracias por tu ayuda.

No recuerdo siquiera si me llegué a tomar algo con mi amigo en el Cuko o si ya simplemente me marché a casa abatido por mi intento fallido, y bien fallido, de crear una narración distinta a cualquiera. Definitivamente, el destino se había empeñado en que no participara en el concurso de aupazaragoza.com.