Cuando todo luce blanquillo

Por Francisco Aguilar Marín

 30 de junio de 2001. Estadio de la Cartuja, Sevilla:

Un niño de once años sale de mano de su padre del estadio con una bufanda y una camiseta del Real Zaragoza. Ha visto a su equipo por primera vez ganar un título en directo, ante un equipo que se codeaba con los mejores de Europa y al que se le daba como claro favorito. Les rodean miles de aragoneses y zaragocistas con igual alegría, natural tras la dura temporada en la que se sufrió por no descender. Los aficionados gallegos con los que se cruzan, por lo general, felicitan con deportividad, así como la mayoría de sevillanos con los que tienes ocasión de hablar y te ven con los colores blanquillos. S.M. el Rey Juan Carlos I entregando la copa al capitán Xavi Aguado, los diarios nacionales ilustran sus portadas con la gesta maña y los telediarios abren con la Plaza del Pilar a rebosar. El fútbol español se pinta por unos instantes de blanquillo y azul.

1 de junio de 2013. Estadio de La Romareda, Zaragoza:

Aquel niño tiene veintitrés años. Sale del estadio de La Romareda junto a sus amigos, cabizbajo, atento a las crónicas deportivas post-partido de la radio, tras haber visto caer de forma humillante a su equipo 1-3 frente al Atlético de Madrid, hecho que junto a la victoria del Celta -rival vencido doc años atrás en Sevilla- asegura que el Real Zaragoza jugará en Segunda División la próxima temporada. Se cruza con un grupo de seguidores enfadados -quizá algunos estuvieran con él aquella noche en La Cartuja-, aunque las formas en algunas personas se han perdido y la situación se torna violenta, incluso. La radio dice que los jugadores no saldrán hasta unas horas después, escoltados por la Policía y por otra salida. La vuelta a casa, aunque en compañía, es silenciosa. Él y otro amigo zaragocista escuchan la radio por el auricular: nadie da la cara, los periodistas pintan un negro panorama, etc, etc. Es doloroso despedirse así de la élite. Hoy no hay felicitaciones como doce años atrás: hoy sólo hay algún merengue o culé oportunista que se mofa cuando ve la bufanda. La misma que llevó con orgullo doce años atrás y que esta vez tiene la función de abrigarte en esta fría noche de junio.

Del deporte se pueden aprender cosas y comprobar las dos caras de la vida: victoria y derrota. Hay quien dirá que «tal y como está el país…» o que «con la que está cayendo y la gente triste por el fútbol». Tienen razón. Pero ese día el fútbol cubrió mi cupo de enfado y decepción, si acaso acallado y apenas consolado por el sentimiento de que VOLVEREMOS.

3 de marzo de 2018, Estadio de los Pajaritos, Soria:

“Volveremos otra vez, volveremos a Primera, volveremos otra vez”. La mencionada bufanda se agita bajo el gris y lluvioso cielo castellano, que ha visto dieciocho años después ganar al Real Zaragoza al otro lado del Moncayo, testigo silencioso del peregrinaje y fervor zaragocista de las miles de gargantas que como una sola retomamos el “¡Sí se puede!”, haciendo valer lo que el capitán Alberto Zapater dijo en 2009 de que el Real Zaragoza será lo que quiera su gente. Y su gente hoy, en Soria, ha hablado, como habló en Sevilla, Montjüic, Gerona, Las Palmas de Gran Canaria, Palamós, Zaragoza o París.