El clásico

Por Fernando Quílez Fuertes

  • Pues yo ya daría una pasta por un palco en el Bernabéu para este sábado, con sus canapés su champan y un “camata” atento a lo que me saliera de “ahí”- Luis era práctico, el futbol era lo secundario.
  • Y lo que menos te enterarías es del partido – Carlos, forofo zaragocista hasta la médula, le replicaba.
  • Y qué, pero el roto en comida y bebida que les haría iba a ser de “aúpa”.
  • Lo que a mí me jode es el “tostón” que están dando desde primeros de mes, ojalá perdieran los dos – Manolo tiraba por la calle de en medio.
  • Bueno, ¿pero preparamos merienda o no para el partido?, que esto se llenará de merengues y culés – Pascual a lo práctico.
  • ¡Que les den! – Carlos empezaba a irritarse con el tema – ¡anda, pon una ronda!

Allí estábamos aquella tarde, mosqueados una vez más por otra derrota de nuestro Zaragoza, y encima en el Bernabéu.

  • ¿Cómo puede ser que a los catorce minutos expulsen a Belsué por dos amarillas?, vamos no me jodas – Manolo echaba chispas.
  • Y luego a Cáceres, si es que ha sido un robo descarado – continuaba Luis.

Pero el tema había derivado hacia la próxima jornada. Se jugaba el Clásico, el partido del siglo, otro más, el dichoso Madrid-Barcelona, coincidía con el partido de nuestro equipo y seguro que no era en abierto, así que tendríamos que morir al palo y tragarnos el clásico mientras por el “pinganillo” oiríamos el partido del Zaragoza, con lo que nos jugábamos, ¡una pena!

  • ¡Ojalá cayera una tormenta que no pudieran jugar! –Volvía a despotricar Carlos – solo por ver la cara que pondría alguno, pagaría para que algo pasara. ¿Qué estás pensando Juan, que no dices nada?
  • Pues… – con la vista perdida no sé dónde, intenté explicarles a mis colegas la ocurrencia que me daba vueltas por mi cabezota – ¿Cuánto tiempo cuesta labrar una hectárea de césped?
  • Depende del animal que tire o si lo haces con una “mulica mecánica” – contestó Pascual, experto en trabajar la tierra.
  • A mano.
  • ¿Qué? Menudo sobo, ahora nadie labra ya ni con animales tirando.
  • ¿Pero cuánto costaría labrar tirando un par de hombres una hectárea, más o menos?
  • Si son tan “chichas” como tú toda primavera, ja ja ja… – se desbordaron las carcajadas.
  • Anda Ramón pon una ronda – intenté relajar la juerga y que me hicieran caso – A ver, un par de hombres tirando podrían labrar una hectárea de césped, ¿digo yo?
  • Si el césped del Bernabéu – soltó Luis como una gracia.
  • ¡Exacto! – afirmé rotundamente, y todos me miraron como el que acaba de descubrir la piedra filosofal.
  • Eso sí que sería la hostia –Manolo definió en una palabra el pensar de todos.
  • Si claro y llegamos con nuestro motocultor, saludamos al portero y “pa´lante” – Carlos intentaba demostrarme la tontería que estaba calculando.
  • No, escuchad un momento. Manolo tú tienes en casa un arado antiguo tipo “timonero”, que lo he visto yo en tu garaje más de una vez, es muy viejo pero ligero y van las piezas unidas con cuatro tornillos y unas bridas viejas. Se puede desmontar y montar en un momento, incluso, eso ya lo probaremos, se puede eliminar partes para hacerlo más manejable. Sobraría lo que es el timón, el palo largo al que se enganchan las caballerías – cogí un boli que llevaba siempre conmigo y en el mantel de papel les esbocé de un plumazo como era el “arado timonero” al que me refería y como pensaba desguazarlo y dejarlo en la mínima expresión – con dejar la mancera para dirigirlo y una buena reja sería suficiente.
  • Suficiente ¿para qué? –mi explicación los había dejado atónitos, por eso preguntaba Luis.
  • Para que dos hombres puedan arar una hectárea de césped, que si hay tempero la reja lo profundizaría hasta los “higaos”, vamos que ahí no habría quien jugara al futbol en unos meses – observé a mis colegas con cara de ver venir la vaquilla pa las fiestas y no atreverse a arrancar – ¡Ramón otra ronda a la salud de don Santiago Bernabéu!

Llevaba tiempo madurando esa locura, tan descabellado me parecía que no se lo había contado a nadie, había ido calculando probabilidades, estudiando situaciones, elucubrando ante la posibilidad de dar un auténtico golpe, mi imaginación llevaba unos días desbaratada. Aquella tarde fue el momento preciso para planteárselo a mis colegas, sin los cuales aquella osadía no podría llevarse a cabo, aproveché el disgusto que tenían por no poder ver el partido de nuestro equipo al coincidir con el maldito clásico, y un poco en broma, un poco en serio, me fueron siguiendo en mi planteamiento.

  • El primer problema a solventar sería el introducir el arado en el estadio, como os he dicho, facilitaría mucho las cosas que se pudiera desmontar. Así, en varias mochilas o bolsas podemos llevar una pieza cada uno. Tú, Luis, que eres un manitas, nos podrías hacer unos empalmes para unir las piezas en tu taller, así una vez dentro lo montaríamos en un momento y al tajo.
  • Eso está hecho, os lo troceo en las partes que me digáis.
  • Si y la reja también la trocearás, no te jode – Manolo era el más realista y el que encontraba pegas a todo – y la pasas como si llevaras una peineta en la cabeza de Pascual que gasta buena almendra, ja ja ja.
  • He pensado que se podría introducir en una de esas visitas guiadas al estadio y escondernos dentro hasta la noche, y con la oscuridad dar el golpe – continué con mi loca exposición – para introducir las partes del arado me han dicho que no controlan demasiado lo que lleva la gente, bolsas, mochilas, ya que la mayoría son turistas.
  • Eso y nos disfrazamos de chinos que ahora están por todas partes – Manolo no perdía el buen humor.
  • Podemos distraer a los porteros de muchas maneras, eso es lo de menos, una vez dentro habría que esperar a la madrugada cuando hayan cerrado los restaurantes que hay en las torres y los “seguratas” estén más relajados – les iba exponiendo mi idea poco a poco.
  • ¿Y si te amanece y no habéis acabado? – Manolo seguía poniendo pegas.
  • Yo calculo… – puse cara de tenerlo todo controlado, cuando en realidad estaba improvisando – que una tirada de cien metros que mide de largo el campo nos costará unos cinco minutos, que si lo hacemos unas veinte veces en menos de dos horas está hecho.
  • ¿Estás hablando en serio? – Luis me miraba como si mirase a alguien que va a saltar al vacío.
  • Pues claro, nos ponemos unas camisetas de camuflaje como las de la “mili”, las que lleváis para cazar, y una vez acabada la faena salir supongo que será más fácil, por la mañana los días de partido también hay visitas, aunque supongo que las suspenderán al ver el “zancocho” – y empecé a partirme de risa que enseguida contagió a todos – Ramón, otra ronda.

La cuestión quedó aparcada unos días, hasta que Manolo una tarde me sorprendió:

  • Esta mañana hemos estado Luis y yo preparándote el arado, cuando quieras lo tienes desmontao, afilao y preparao para el gran golpe. En una mochila cabe de sobra, ahora la reja pesa un huevo, mejor que vaya aparte.
  • ¿Qué…?
  • ¿No querías joderles el dichoso clásico?
  • Claro, pero pensaba que me dejarías por imposible.
  • Yo me ofrezco a destrozarles el campo si conseguimos entrar – soltó una carcajada que atrajo la atención de todo el bar – y si da tiempo les dejo una buena “cagada” en el punto penalti de recuerdo – volvió a sonar otra carcajada atronadora. Manolo era así, grande, sano, bruto, un “piazo” pan.
  • La furgo la pongo yo, que para eso soy profesional – era Carlos, repartía de todo por los pueblos de la comarca – Ahora, eso sí, habrá que almorzar fuerte, que el día será largo.

 

No podía creer lo que oía, mis colegas iban dando solución sobre la marcha a todas las pegas que surgían, como si fuéramos a dar un golpe en un banco. Por lo menos esos días lo pasamos en grande hasta que llegó el viernes. Como siempre aterrizábamos en el bar de Ramón sobre las ocho de todas las tardes. Cuando entré vi a mis colegas en las mesas del fondo afanados en algo interesante pues ni se dieron cuenta de mi llegada. Pedí mi caña y al llegar a su mesa me quedé atónito, encima de ella estaba la reja de Manolo reluciente de un modo increíble y, al lado, en varias partes, la mancera y una serie de tuercas y tornillos preparados como si de un laboratorio se tratase.

 

  • ¿Qué te parece?, hemos estado probando a montarlo y desmontarlo varias veces y no hay problema, en un momento listo, lo podríamos hacer incluso a ciegas como en la mili cuando desmontábamos el “Cetme” con los ojos tapaos – la cara de entusiasmo de Luis me dejó helado.
  • Pero… ¿sabéis el riesgo que corremos?, si nos pillan solo por el valor de los daños nos encierran seguro, aparte del allanamiento de morada y no te cuento lo que vale suspender ese partido – intentaba que entraran en razón.
  • Anda, tira, ¿que no hemos hecho ya unas cuantas o qué? – Carlos que lo tenía por el más sensato de la cuadrilla me dejó pasmado.

El caso es que aquel sábado de primavera, sin saber muy bien cómo, llegamos a la puerta del Bernabéu cinco jóvenes de pueblo del profundo Teruel dispuestos a improvisar un gran golpe al estilo de Paul Newman y Robert Redford. Después de apretarnos un cocido madrileño en un rincón de la Plaza Mayor bien regado con vino, nada nos podía parar. Nos acercamos a la entrada para recorrer la visita clásica al estadio. Sacamos las entradas en la taquilla 10 y accedimos por la torre B. Antes de entrar estuvimos observando como controlaban los “seguratas” el arco de seguridad y el escáner. Tuvimos que hacer un poco de comedia pero no hubo problemas, eran unos “pichones” como suponíamos.

Nos dividimos en dos grupos y accedimos a la vez, Carlos y Pascual expertos en montar broncas en las discotecas de Zaragoza se liaron ante los “seguratas” que solo se volvieron ante el pitido que produjo intencionadamente Manolo que pasó una pequeña cámara fotográfica en un bolsillo y que atrajo la atención de otro de ellos, con lo que evitamos que se fijaran en la pantalla del escáner por donde desfilaba nuestro arado troceado en dos mochilas.

Una vez apaciguados los ánimos, dejaron pasar a nuestros colegas con la amenaza de expulsarlos y dejarlos sin visita y se reunieron con nosotros ya en el interior. En seguida localizamos unos servicios en la parte más baja del estadio, nos despedimos de Carlos y Pascual y nos encerramos esperando que cayera la noche. Supusimos que darían vuelta para comprobar que no quedaba nadie, pero ni un alma se acercó por aquellos enormes servicios preparados para acoger a la gran cantidad de gente que le daría uso en los partidos.

Sobre las doce de la noche salimos al exterior. La suerte estaba con nosotros: la noche era oscura, las nubes envolvían la luna y la visibilidad era mínima. Tan solo nos quedaba esperar que apagasen las luces de unas cristaleras en lo alto de aquellas enormes torres donde debían estar los restaurantes y la zona de ocio. La oscuridad fue en aumento y comenzó a llover suavemente, mientras se iban apagando.

  • Ahora es el momento – dijo Manolo – nadie se asomará mientras llueva y el césped estará más blando.

Saltamos al campo por una de las esquinas, sacamos el “kit de arado” de las mochilas y en segundos estuvo montado. Durante la larga espera en los servicios le dimos buen viaje a la bota de Luis y a unas olivas que nos levantaron la moral, incluso en exceso, pues cuando Manolo se ató los aparejos que habían preparado para tirar el arado la risa pudo con nosotros, menos mal que un extraño ruido hizo paralizarnos. Eran unas persianas eléctricas que terminaron de caer y debieron bloquear alguna zona, el silencio volvió y nos pusimos a la faena.

Manolo abrazó los correajes, Luis se apoyó con fuerza en la mancera y la reja se hundió en el blando y húmedo césped por donde solían deambular Butragueño, Gordillo, Michel… La verdad es que jugaban bien los “jodidos” pero mañana tendrían fiesta, ¡ya nos íbamos a encargar nosotros!, y comenzaron a avanzar en diagonal mis colegas bajo la suave lluvia. Poco a poco los fui perdiendo de vista, los trajes oscuros de caza que llevábamos hacían su labor. Al rato estaban de vuelta, más o menos unos seis minutos, más rápido de lo previsto, y las brechas de ida y vuelta en el césped eran impresionantes.

  • Hemos tropezado un par de veces con los tubos de drenaje, pero sin problema – me aclaró Luis en voz baja.

Nos fuimos relevando y nuestra “obra de arte” fue tomando vida. Llevaríamos una hora trabajando, mejor dicho, destrozando aquel césped que parecía una alfombra cuando un nuevo ruido nos paralizó. Habíamos destrozado ya medio campo. Un auténtico triángulo rectángulo de los que hablaba Pitágoras en su teorema, y allí estábamos, los “catetos al cuadrado” aniquilando la diversión de más de doscientos millones de espectadores que se quedarían sin Clásico.

Decidimos dejar la faena pues los ruidos iban en aumento y desconocíamos de dónde venían. Recogimos todo, desmontamos el arado a una velocidad increíble y salimos a los pasillos interiores del estadio buscando una salida, pero si es difícil entrar, no lo es menos salir.

Finalmente, agotados de dar vueltas por las interminables entrañas del Bernabéu, decidimos indagar de donde procedían aquellos ruidos a aquellas horas de la noche. Aquel escándalo no era otra cosa que el camión de la basura recogiendo los contenedores que se apilaban junta a una de las entradas, ocasión que aprovechamos para salir sin ser vistos con una facilidad pasmosa.

Anduvimos unas calles abajo, o arriba, por Paseo de la Habana hasta la calle Veracruz donde habíamos aparcado la furgoneta de Carlos, una zona residencial tranquila. Allí nos esperaban Carlos y Pascual roncando tan felices. Comentamos la faena hecha como el que acaba de regar en su campo y avisa al vecino que le llega el agua, sin darle importancia alguna y salimos por la M-30 hacia el profundo Teruel, hacia nuestra tierra por donde nos iba recibiendo el alba a medida que hacíamos kilómetros comentando la odisea vivida.

Llegamos a casa por la mañana como cualquier noche de juerga y quedamos en vernos para el vermut en el bar de Ramón. Recuerdo que me costó dormir, me reía yo solo en la oscuridad como cuando te acuerdas de juergas vividas en noches de borracheras y broncas. Sobre las doce del mediodía abrí los ojos y conecté mi pequeño transistor que tantas noches hacía conmigo. Justo comenzaban las noticias, esperaba a escuchar al final del parte las noticias del deporte cuando, alucinado, comencé a escuchar aquello de “desastre en el Bernabéu”. Era la voz de José María García el que nos trataba de desalmados, delincuentes, criminales, malnacidos, y no sé cuantas cosas más, para contar el desastroso aspecto que presentaba el césped del Santiago Bernabeu. Salté de la cama, me vestí y aseé a la carrera y al momento estaba en el bar de Ramón pensando que aún no estarían mis colegas, pero allí todos estaban partiéndose de risa cuando llegué a la barra:

  • Mira que dice Ramón – era Luis el que no me dejó hablar – que han jodido el césped del Bernabéu.
  • ¿No jodas? – no se me ocurrió otra respuesta y las risas de todos acallaron todos comentarios ante la perplejidad de Ramón.
  • Que si tíos, que es cierto, que lo ha dicho la radio, que al parecer han labrao medio campo y no van a poder jugar – otra estruendosa risa de todos calló al pobre Ramón que nos miraba como el que ve a una cuadrilla chalados – ¡estáis como una cabra!
  • Oye Ramón – preguntó Luis – entonces esta tarde ¿tienes sitio para ver el partido?
  • Claro, sobrará, además tenéis suerte que por lo visto televisarán al Zaragoza – de nuevo la algarabía fue de aúpa – lo que digo como cabras – y se fue al fondo de la barra a servir a nuevos clientes.

Los comentarios entre nosotros eran de todo tipo, ante todo callar que podíamos comernos un marrón gordo, hacer desaparecer el arado trucado y acordamos que habíamos pasado la noche en Fraga, en la Florida 135, ¡que marcha tú! Al poco volvió Ramón con nuevas noticias.

  • Hay que joderse, dice la tele que la policía no tiene pistas de quién ha podido hacer semejante zancocho, pero seguro que se trata de una banda profesional metida en las apuestas – de nuevo no pudimos aguantar las risas – ¡Va! Estáis como cabras. Oye, pero ¿os guardo sitio para merendar a los cinco?
  • Si claro, bueno a Luis no que juega esta tarde ¿no?
  • Sí, viene el Huesca al pueblo, a ver si le metemos esta tarde, que iba de gallito de tercera pero no sé si sube este año…