Yo, Alberto

Por Luis Clausín Mañeru

No puedo evitar sentir un pequeño bajón al ver nuestro autobús a la salida de El Molinón. Toca otra paliza. Al menos el gol de Delmás hará el regreso a casa menos largo. Cuando Víctor Muñoz me subió al primer equipo pensé que mis días como futbolista de autobús se quedarían junto al recuerdo de la bonita etapa de División de Honor Juvenil. Me equivoqué.

Las derrotas (especialmente dolorosas las de La Romareda, que están siendo demasiadas) y los kilómetros de carretera van a impedir que me acerque a los registros de partidos defendiendo la blanquilla de José Luis Violeta o Xavi Aguado. O no. La edad se nota, pero la ilusión puede más. Lo comento con Gaizka Toquero en cada desplazamiento: ¡qué lejos parecen los tiempos de los viajes en charter! Y lo cierto es que tan solo han pasado un puñado de meses…. pero han sucedido tantas cosas.

Desde el día en que, con 11 años, llegué a la Ciudad Deportiva he soñado ser el capitán del Real Zaragoza, pero nunca imaginé que lo sería en su quinta campaña consecutiva en Segunda. El único consuelo es que esta ardua travesía hará el retorno más dulce. Volveremos. Lo sabemos todos: futbolistas, técnicos, directivos, aficionados, periodistas… aunque en muchas noches a mi almohada le exponga mis dudas.

Arranca el bus unos minutos pasada la media noche y me quedo embobado mirando el resplandeciente templo gijonés coronado majestuosamente con un escudo gigante del Sporting. El estadio más antiguo de España. Desprende modernidad a la par que historia. Qué envidia. La Romareda se nos ha quedado vieja.

Sueño con robarle un balón en tres cuartos a Marco Asensio y dárselo a Guti para que instantáneamente lance un contragolpe empujado por el ímpetu de una Romareda digna del Siglo XXI. Es obvio que su remodelación pasa por el ascenso. Otro motivo para lograrlo. Ya tengo ganas de que llegue el partido del sábado ante el Cádiz.

Estamos abandonando la ciudad astur cuando nos sirven la cena en el lujoso envoltorio de una bolsa de plástico. Ensalada de arroz, bocadillo de pechuga de pollo, fruta, yogur y agua. Dista un poco del de las noches de UEFA con Zaragoza, Sporting o Lokomotiv. Este es otro fútbol.

Devoro la ensalada sin poder quitarme el partido de la cabeza. No jugamos bien, pero ganamos. ¿Será este, por fin, el punto de inflexión del que todo el mundo habla? La teoría la conozco: enlazas 3 victorias y te metes arriba… ¿pero por qué no lo conseguimos? ¿Qué falla?

Cuando solo me queda apurar el yogur para dar por concluido el “banquete” suena mi teléfono. Es la una menos cinco. Se me había olvidado que el jefe de prensa me avisó de que me entrevistarían en “El transistor” sobre la una. ¿De verdad alguien escucha la radio a estas horas?

– ¿Alberto? – escucho al instante de descolgar

– Dime.

– Llamo de Onda Cero para la entrevista acordada. Enhorabuena por la victoria. Te conecto a la línea y en un par de minutos entras en directo con Joserra.

– Gracias.

Atender a los medios no es mi parte favorita del fútbol, pero tampoco soy de los que se esconde. En todos los vestuarios en los que he estado he conocido a muchos que lo hacen. Al menos este noche hemos ganado. Salir en las derrotas a pedir calma y confianza es duro. Muy duro. Suenan a excusas.

La afición está cansada. Ya son años en Segunda, y con debacles incluidas del tamaño de la de Palamós. La herida de la goleada ante la Llagostera no ha cicatrizado. No lo hará hasta el ascenso, pero incluso cuando lo haga la página quedará para siempre en la antología de grandes derrotas del club. Por detrás de cada descenso, pero por delante de otras puñaladas al corazón zaragocista como aquella aciaga tarde de UEFA en Cracovia con Lillo en el banquillo.

Pocos habrán recordado más que yo aquella tarde de sábado contra la Llagostera. Empatando contra un equipo ya descendido a Segunda B el equipo se metía en play off. Si se hubiera ascendido quizás no me hubieran llamado para volver. En menos de 48 horas sonó el teléfono.

– ¿Alberto? Buenas noches. ¿Qué tal estas? – me dice José Ramón De la Morena con su habitual tono campechano.

– Pues bien. Cuando se gana los viajes de vuelta se hacen más cortos.

– ¿Qué vais? ¿En autobús?

– Sobre las 6.30 llegaremos – respondo con resignación.

Tras cenar y contar en la radio lo que se puede contar, mi hoja de ruta dicta dormir lo que pueda. Todavía no he cerrado los ojos cuando una silueta se dirige hacia a mi casi a la carrera.

– ¿Un parchís, Zapa? Me falta pareja. – vocea un Pombo que desprende una energía impropia de la hora que marca el reloj.

– Voy a intentar dormir un rato. Jugar vosotros.

– ¿Pero si mañana tenemos día libre? – me responde sorprendido.

– A las 8 me va a despertar mi hija y la llevaré a clase. Mejor dormir un rato si no quiero equivocarme de colegio.

– Ok, capi. Como quieras. ¡Juli! ¡Deja el iPad! Necesito pareja para enseñarles a Gaizka y Mikel como los aragoneses dominamos el parchís – vocea nuevamente dejando clara su postura de que es pronto para echar una cabezada.

Mientras me vuelvo a acomodar pienso en cómo me gusta llevar a mis hijos al colegio. Soy afortunado de vivir en Zaragoza con mi familia, a un paso de mi Ejea. Ya estuvimos muy solos mi mujer y yo en Portugal, Italia y Rusia.

Cuando el 27 de Julio (cómo olvidar esa fecha) abandoné la pretemporada de Navaleno dirección Génova no pensaba lo intenso que iba a ser el viaje que ahí comenzaba. Sobre todo la escala rusa. Nunca quise irme, pero me invitaron a salir. Pagaban un dinero que el club necesitaba. Pero aunque mi sueño era jugar toda mi carrera en el Real Zaragoza, mi profesión me ha permitido vivir experiencias en diferentes países. Algo a lo que pocos tienen acceso. A veces los futbolistas profesionales no valoramos la suerte que tenemos.

Un alboroto me despierta. Me había quedado traspuesto. Mi sueño ya no es tan profundo como años atrás. Al reconectar con el mundo veo que estamos en la parada para el cambio de conductor. Lástima. Por un segundo pensé que habíamos llegado a casa.

Miro el reloj. 3.35. Ya que me he despertado decido bajar del autobús para estirar las piernas. Risas y bromas en un área de servicio anónima… gentileza de Cristian Álvarez. El ambiente sería muy distinto si no hubiera parado esta noche el penalty a 5 minutos del final. Las victorias unen. Las derrotas desgastan. Con los malos resultados el nerviosismo siempre llega al vestuario. En Zaragoza, Madrid o Munich. El triunfo de esta noche traerá un poco de tranquilidad.

El silencio del local queda hecho añicos a nuestra entrada. ¡Qué energía tienen! Joder, ¡es que no dejan de ser unos críos! Hoy hemos jugado con chicos de 20 años (Guti), 21 (Verdasca y Febas) y 22 (Delmás y Papu). Los de 23 (Pombo y Lasure) también tienen que ser importantes si aspiramos a estar arriba. Para todos su primera temporada completa en la categoría. La base está, ahora falta seguir trabajando y un poco de paciencia. Pero cómo pedirle paciencia a una afición que desde 2002 ha sufrido 3 descensos y 7 temporadas en Segunda.

Tras el paso por el baño reemprendemos la marcha. No será fácil volver a dormirme. Aunque más complicado está siendo mi retorno al club y lo voy a culminar con éxito. No me cabe duda.

Todos me decían que ni se me ocurriera volver. Que este club se ha convertido en una trituradora de ídolos. Esnaider, Víctor Fernández, Víctor Muñoz… Pero cuando estaba a 4.000 kilómetros de casa, en Moscú, con pubis y aductores pidiéndome a gritos que colgara las botas mi ilusión era recuperarme para volver a defender el escudo del león. Porque este escudo se defiende, no se luce.

Dos años, con sus crudos inviernos rusos, entrenando mañana y tarde en solitario o con los juveniles del Lokomotiv. Después pude ir a probar con el Málaga de Primera, pero solo quería volver. Me quedaba algo por hacer. En el Real Zaragoza he sido recoge pelotas, socio junto a mi padre y mi hermano, he pasado por todas las categorías… Me he formado como jugador, y también como persona.

Todo me sirve para valorar lo que tengo. Me gustaría ganar más partidos, pero estoy en mi casa y siento el calor de mi gente. Por eso renové hace un par de meses hasta 2023. A mis 32 años ya solo juego al fútbol por el Real Zaragoza. Por el nudo en la garganta en el túnel antes de saltar al campo (especialmente en La Romareda). Cuando no lo sienta sabré que ha llegado el momento de colgar las botas. Darán igual los años que me queden de contrato. Disfrutaré al máximo hasta que llegue ese día.

Desde que firmé mi nuevo contrato lo he pensado recurrentemente: mi futuro unido al club de mi vida, como también lo ha estado mi pasado. Debuté ganando la Supercopa de España. Días de gloria a nivel individual y colectivo en los que perder una final de Copa era un drama. Tocamos fondo a la vez. Mientras la Fundación mantuvo al Real Zaragoza con vida en el verano de 2015, apenas 18 meses después Andrés Ubieto fue mi tabla de salvación. La de una carrera futbolística que muchos dieron por acabada y que terminó de resucitar en las instalaciones de la Carretera de Valencia. Vidas paralelas.

¡Pero es que resucitó de verdad! Ni en mis previsiones más optimistas vislumbraba que fuera a ser titular los 42 partidos de la temporada pasada. En esta voy por el mismo camino. Aunque estamos a principios de Diciembre las piernas pesan ya. Da igual. Solo me preocupa el próximo partido. Quiero volver a oír en la grada ¡El Zapater te quiero! Significará que las cosas van bien sobre el césped.

Ni en 100 años podría devolver todo el cariño de esta afición. Cuando debuté me daban la enhorabuena. Al volver las gracias.

Entre cabezada y cabezada (por fin) el autobús entra en Zaragoza. Son las seis y cuarto y ya hay gente camino del trabajo. Debe ser verdad que la ciudad nunca duerme. Algunos al vernos por las ventanillas nos saludan sonrientes. La temperatura de la ciudad sube con las victorias. Lo noto, he crecido aquí. En las otras ciudades en las que he jugado no me ha pasado.

Poco he dormido. La siesta de esta tarde va a ser de órdago. Pero ha sido un viaje agradable. Me ha llevado a hacer un bonito repaso por una carrera de la que me siento orgulloso. Y lo mejor está por llegar. Es por lo que volví. Es por lo que renové. Será el día en el que salga del túnel de La Romareda con mis hijos de la mano en nuestro regreso a Primera mientras en los altavoces retruena.

El Zaragoza va a jugar, el Zaragoza va a vencer, el Zaragoza va a luchar, por su afición, Y los mañicos auparán, a los blanquillos del león, azul y blanco es el color del campeón, Aupa Zaragoza, arriba y a vencer, palmadas al viento que gritan ganareis”.

Porque el león siempre vuelve.