El mar

Por José María Bernal Chueca

-Las cuarenta. Dijo Joaquín

-No joden, pero atormentan. -Respondió Paco.

-Que mal perder tienes. Le contestó Joaquín.

-A labrador tonto, patata gorda. Siguió Paco.

-Y dale con la burra al trigo. Mira ahí viene Canario.

Canario entró por la puerta del Tele-club, era el año 2011, pero en aquel pueblo daba igual que fuera el siglo XXI, el futuro o regresáramos al pasado, apenas había cambiado. También la cuadrilla de amigos seguía siendo la misma, Joaquín, Paco, Serafín y Canario. Los cuatro seguían yendo al mismo Tele-club que desde chicos sus madres les mandaban buscar a sus padres, el mobiliario del bar era casi igual, una reliquia para los foráneos que perdidos por el pueblo paraban de vez en cuando; desde los sesenta estaba la misma barra, el mismo ambiente. Habían desaparecido muchos parroquianos y los que quedaban les habían llovido ya muchos años. Solo habían sustituido la vieja radio por una televisión grande de tubo y un arcón congelador, que sacaban cuando llegaba el verano y los nietos que vivían en la capital regresaban a casa de sus abuelos y estos les invitaban a helados por la tarde.

Canario en realidad no se llamaba Canario, el apodo se lo habían puesto de mozo cuando acompañaba a su padre a Zaragoza a tratarse de una enfermedad de huesos. Fue en uno de esos viajes cuando esperando a que les llamara la enfermera, salió de la consulta Darcy Silveira Dos Santos dándole la mano al médico. Canario mozo que en realidad se llamaba Ángel y se apellidaba Bernal, lo reconoció por las fotos de los diarios que en cuentagotas llegaban a su pueblo y entonces saltó del asiento como un resorte para pedirle a su padre que le hiciera una foto con el verdadero Canario, a lo que el futbolista accedió con simpatía.

Esa foto la pusieron en el bar, arriba, coronando el local, como si fuera un San Pancracio o un trofeo del equipo del pueblo que nunca había existido. Y todos parroquianos al entrar la miraba y siempre soltaban la misma frase <<mira a Ángel con Canario>>, hasta que al final se quedó en <<mira a Canario>>.

*

-¿Qué ya tienes preparadas las maletas para el viaje? Preguntó Joaquín.

-¡Qué va! Para un par de días… Con una muda y una camisa suficiente. -Respondió Canario mirando hacia los lados del bar-. ¿Y Serafín?

-En el huerto, quitando la hierba. Ahora vendrá. -Le contestó Joaquín-. Siempre has sido el mejor de los cuatro.

-Que tonterías dices, anda acercame el Marca. ¿Os acordáis de los periódicos de antes? Como iba el cartero a mediodía en bicicleta a la estación de Terrer a recogerlos junto con la correspondencia. Siete kilómetros ida, siete kilómetros vuelta.

-Estaba el Heraldo -Interrumpió Paco-. Luego como se llamaba ese que era de la dictadura… El Amanecer y cada lunes el cartero traía el Zaragoza Deportiva, que fue cuando pusimos cara a todos los jugadores, veníamos aquí a escuchar las retransmisiones de Paco Ortiz, los triunfos de los Magníficos, las copas, la de Ferias…. ¿Os acordáis que borrachera pillaron nuestros padres celebrando los goles?

-Si vierais como recibió la Dominica a mi padre, le molió a palos. -Rió Joaquín-. Le quitó la borrachera en dos minutos. ¡Qué te lo gastas todo en vino! Decía ¡Borracho!

-Qué tiempos aquellos…

-Más de cuarenta años.

-Y tú, Canario vas a cumplir nuestro sueño de chicos. Conocerás el mar.

-El mar. Repitió evocando Joaquín.

-¡Haz afotos! Interrumpió Paco.

-Sí, halas, lo queremos ver bien, el mar, las olas, los barcos, las gaviotas. Todo.

-Que pesaos sois. Mirar, ahí viene el Serafín con unos tomates.

-Tomar chicos, mirar que gordos. Pa la ensaladica. Recién cogidicos del huerto.

-Gracias por lo de chicos… -Agradeció Canario-. Bueno yo me voy. Hala, ya os haré unas foticos.

-Con Dios.

-Ehh y acuérdate de nosotros cuando veas el mar. Toca la arena, arremójate los pies, dinos como es, si el agua es tan salada como la cuentan. ¿Lo harás? Preguntó Paco con los ojos vidriosos.

-¡Que sí pesados! Con Dios compañeros.

*

Su hijo llegó de la mano de Guille, su nieto.

-¡Papá! Ya llegamos, venga que nos vamos ya. Dijo mientras timbraba la puerta de su padre.

Canario salió con unos bocadillos que su mujer les había preparado y al preguntarle de nuevo a ella, se negó en banda a ir con ellos.

-Anda, anda… A mí que se me ha perdido por Valencia. Tener cuidado ¿ehh?. Acordaros de los bocadillos para el viaje, los hice de lomo con pimientos como le gustan al chico.

-Gracias yaya.

-Gracias a ti bonito. -Le acarició la cara-.  Ayy que cosa más maja.

-Siéntate delante papá. Le ofreció su hijo abriendo la puerta del copiloto.

-Deja al chico delante así se va fijando y aprende a conducir.

-Como quieras. Venga Guille, siéntate, que no llegamos.

Nada más empezar el viaje, su nieto al que no podía negarle nada, le cambió los planes.

-Yayo, sabés que el amigo de papa que es el fisio del Zaragoza nos ha regalado las entradas para ver el Levante.

-¿Y entonces donde vamos, al mar o al Zaragoza? Preguntó Canario.

-No creo que vayamos al mar papá, lo siento, sé que era tu regalo de cumpleaños y yo mañana trabajo de tardes, me cambiaron el turno a última hora, no nos podemos quedar a pasar la noche, cancelé el hotel. Se lo dije a mamá antes de irnos, volveremos al pueblo de madrugada y Guille y yo nos marcharemos por la mañana a Zaragoza. Aunque si quieres… Dejamos el partido.

-No. -Se entristeció-. Seguro que habrá otra oportunidad.

Las horas que quedaron de viaje, Guille se encargó de amenizarlas, contaba imbuido esa remontada que había hecho el Zaragoza cuando nada más empezar la temporada ya todos lo daban por descendido.

-No levantábamos cabeza, yayo. Perdíamos al principio todos partidos, como mucho, empatábamos. -Se echaba Guille las manos a la cabeza-. Pero luego remontamos, al Bilbao le ganamos en casa, al Valencia le metimos cuatro y al Madrid le ganamos en el Bernabéu. Lafita marcó dos. Y si ganamos este partido nos salvamos.

*

Ya habían llegado, Canario entró al estadio con la tristeza aposentada en sus labios, pensó que a pocos metros tenía el mar, su sueño, el sueño de sus amigos.

Se había convertido en un marinero en tierra. Vio a su nieto feliz, inundado en toda esa infinidad de camisetas blanquillas, Guille reía, saltaba, chillaba, aplaudía, coreaba…

<<Alé Zaragoza, alé, aleeeeé…

Alé Zaragoza, alé, aleeeeé…

aleeeé… aleeeeé…

Alé Zaragoza, alé, alé…>>

-Guille que te quedarás afónico. Le reprendió su padre.

-¿A que ganamos yayo?

-No lo dudes. Dos marcaremos. Ya verás.

-¿En serio?

-Sí.

El partido comenzó, la gente animaba, sabía la trascendencia del duelo; bajar al infierno o un año más luchando en el cielo.

Canario notó al entrar como esa tristeza se convertía en alegría, la gente agitaba las banderas, empuñaba las bufandas, eso era el mar, el mar había conquistado Valencia. Un mar azul y blanco dentro de aquel estadio.

Ganaron el partido, los jugadores lucharon como leones, atacaban y atacaban, no dejaron de atacar hasta que llegó el primer gol, después no se amedrentaron, no reculaban ante el rival, siguieron al ataque, en la segunda parte llegó el segundo, el Levante marcó, pero supieron defenderse hasta que el árbitro pitó el final. Se salvaron.

Para Guille, su abuelo se convirtió en un adivino, una especie de Dios que había pronosticado el resultado.

-¡Lo conseguimos! ¡Lo conseguimos! -Gritaba-. Yayo, tú lo sabías. Lo sabías…

Se montaron en el coche. Al salir de Valencia su hijo se perdió, pasaron por la Malvarrosa, era de noche, la luna brillaba, las luces se fundían en aquella inmensidad.

Y ahí, metido en el coche, abrió la ventanilla, no quería que un cristal se interpusiese en ese momento. No oyó nada, no vio nada más que esa oscuridad bañada en la arena, era la misma de las películas de Lawrence de Arabia.

Y ahí. Detrás de toda esa arena estaba su sueño, el mar…

Oscuro, puro, infinito.

Millones y millones de litros de agua aguardaban, sería otro año, otra temporada, se inventaría cualquier excusa ante su cuadrilla de las fotos no realizadas. Pero Canario, Serafín, Paco y Joaquín tenían otro mar, un mar sin saberlo, era el mar de aquellos que como ellos y sus padres habían creado durante décadas, ese mar que dejarían de legado a sus nietos.