El pisito

Por Ramón-Angel Fumanal Ciércoles

El pequeño piso que Juliano poseía en un popular barrio de Zaragoza era un auténtico museo del zaragocismo. Las paredes del pasillo estaban repletas de fotografías con las plantillas de todas las épocas, en blanco y negro o en color, así como de banderines recordando torneos y finales coperas. Colgadas en las paredes de los dos dormitorios lucían toda clase de bufandas, con los colores distintivos del equipo y salpicadas de mensajes de ánimo, de afán de victorias, ladrillos de leyenda que envolvían a todo el que las observaba en una especie de burbuja donde se podía casi sentir el griterío del público en los estadios, el rugir de la afición ante la salida de los jugadores, todas las sensaciones que bullen ante el inminente inicio de un nuevo partido. En el salón, las joyas de la corona, las mejores fotos enmarcadas y los recuerdos más queridos, algunos donados directamente por jugadores ilustres. Hasta la cocina estaba alicatada de blanco y azul, con motivos cerámicos que dejaban a las claras la naturaleza zaragocista del inmueble y de su propietario.

El piso lo había comprado su padre, con ayuda de su abuelo, en los años cuarenta del siglo pasado. Fue la casa familiar durante muchos años, hasta que sus padres vieron que se quedaba pequeño y decidieron mudarse a un piso más grande con nuevos enseres y mobiliario. Por entonces corrían los años setenta y la decoración del pisito ya apuntaba a las aficiones de sus propietarios, con algunos posters y cuadros que no formaron parte del traslado y se dejaron allí, incluso cuando unos pocos meses después decidieron poner el piso en alquiler.

El primer inquilino fue Arturo, un modesto empleado de banca de Tauste, que venía por primera vez a trabajar a la capital. También resultó ser aficionado zaragocista, con lo que no le supuso ningún problema admitir la cláusula de no alterar la decoración del piso. Es más, incluso fue incrementándola con recortes de prensa enmarcados y algún banderín. Además, por su trabajo le tocaba hacer gestiones con gentes próximas al Real Zaragoza y entre dimes y diretes, conversaciones variadas y demás, el piso acabó siendo conocido dentro del club. Antes de marcharse, Arturo puso en contacto al padre de Juliano con un directivo del Real Zaragoza, quien quedó sorprendido gratamente con la visita que todos hicieron al pisito y que acabó con una excelente noticia: un acuerdo de colaboración de residencia eventual para jugadores y trabajadores del club.

Los siguientes inquilinos fueron dos jugadores del filial, y no fueron los únicos. Con el paso del tiempo fue habitado también por trabajadores de mantenimiento, preparadores físicos, e incluso entrenadores. El piso era pequeño para una familia, pero cumplía perfectamente con las funciones de acoger temporalmente a personas de las que se esperaba una residencia inmediata en la ciudad. No estaba lejos de La Romareda y estaba bien comunicado con la Ciudad Deportiva. Situado en un barrio acogedor y bullicioso, ofrecía una calidez de la que carecían los hoteles. En el piso llegaron a estar alojados incluso jugadores de la primera plantilla, algunos que pasaron sin pena ni gloria y otros que en cambio formaron parte de las gestas más singulares de la Historia del Real Zaragoza como…bueno, realmente los nombres poco importan ahora. Todos ellos respetaron escrupulosamente la cláusula de no alteración, e incrementaron el patrimonio del inmueble con más y más objetos y detalles personales y representativos. Todos ellos muy emotivos. En esa casa se habló, se leyó y se vivió el zaragocismo de verdad durante años.

El piso llegó a aparecer en reportajes de prensa y televisión como ejemplo de afición, aunque siempre con gran discreción sobre los nombres de propietarios o residentes. No siempre estaba ocupado. De vez en cuando había periodos de vacío, que se aprovechaban para hacer reformas y mejoras. En varias ocasiones el club le hizo una oferta de compra al padre de Juliano, pero éste siempre se negaba. Había sido también la casa de su familia y el sueño de sus padres, y eso le añadía un barniz sentimental difícil de encajar en ninguna negociación comercial. Cuando al fallecer su padre Juliano heredó el piso, mantuvo la misma postura respecto a la propiedad y los alquileres. Las cosas habían estado siempre bien y no veía en qué podrían cambiar.

Pero nada dura eternamente, y el piso, al igual que todo el bloque, carecía de las ventajas de los nuevos conjuntos residenciales. Las instalaciones, los materiales, todo se iba haciendo viejo y las sucesivas reformas no iban añadiendo más que parches que apenas garantizaban una conformada habitabilidad. A partir de 2006, el club dejó de colaborar con Juliano, y el piso permanecía sin inquilinos durante periodos cada vez más prolongados.

Pasaron los años, y los hijos de Juliano heredaron a su vez el viejo piso, después de haber heredado también los sentimientos zaragocistas de sus ancestros. El pisito continuaba resistiendo, convertido en un auténtico monumento a los tiempos heroicos del zaragocismo. La mirada de Carlos Lapetra te seguía por el pasillo mientras Violeta te guiaba hasta el rincón donde Amarilla y Valdano sonreían con un balón en las manos. Un banderín con los rostros de Cáceres y Aguado te recibían en un salón absolutamente colapsado por la proliferación de imágenes, figuras y objetos. Además de eso, la inclusión estelar de las últimas adquisiciones: las réplicas por impresión 3D de todas las Copas obtenidas, desde la de 1963 hasta la de 2027. Mientras tanto, la voz de un asistente virtual iba explicando cualquier cuestión sobre el Real Zaragoza que se le quisiera preguntar. Sí, definitivamente la modernidad de lo tecnológico también había llegado al pisito, al menos en lo que respecta a su contenido. Sin embargo, el pisito, como continente, se venía abajo.

De todo el bloque, era el último piso que permanecía amueblado. Con el tiempo, los pisos adyacentes habían sido vendidos por sus propietarios originales, y el bloque había sufrido ya un par de accidentes estructurales que no presagiaban nada bueno. La misma empresa que había ido comprando el resto de pisos para derribar y edificar les había ofrecido una miseria a los hijos de Juliano, que se resistían a la venta. Algo, desde dentro del piso, les decía que esperasen.

Y el tiempo, que es implacable y no detiene nunca su marcha, acabó dándoles la razón. Por fin, en 2028, todos los partidos políticos integrantes del Consistorio Zaragozano, se pusieron de acuerdo y tomaron la decisión de levantar el nuevo Gran Complejo Social, Comercial y Deportivo de la Ciudad con un Estadio con capacidad para 60.000 espectadores y que serviría para acoger los partidos de un Real Zaragoza triunfante en España y Europa. Con tal motivo, se desarrollaría un nuevo Plan Urbanístico especial por fin de grandes pretensiones, que implicaría la reurbanización de una importante área de la Ciudad, con una excepcional compensación a los pocos propietarios que aún mantenían viviendas allí. Entre ellos estaban los hijos y nietos de Juliano, que accedieron gustosos a la cesión de todo el contenido del piso, para su exhibición al público en el nuevo Museo del Real Zaragoza, anexo al Estadio.

El nuevo Estadio fue inaugurado el 16 de marzo de 2032, en el centenario aniversario de la fundación del Real Zaragoza, con un partido en el que se venció por el 3-0 al Ajax de Amsterdam. en una jornada festiva que supuso todo un hito en la Historia de la ciudad. Y, ya fueran azares del destino, del terreno o de los planos de los ingenieros y arquitectos implicados en todo el proceso, el caso es que el punto central del césped, allí donde se coloca el balón en el inicio del partido y desde donde todo juego de fútbol tiene su origen, resultó coincidir geográficamente con donde había estado ubicado el piso de la familia de Juliano. Por eso, a pesar de ese gran y rimbombante nombre oficial con el que fue dotado el Estadio, los más viejos del lugar, conocedores de la entrañable historia y leyenda del equipo, a partir de ese momento siempre que hablaban del terreno de juego del Real Zaragoza, se referían a él como…”El pisito”