El Recorte del Príncipe

Por Sergio Grima Trasobares

Fui a Zaragoza persiguiendo un sueño. Habían pasado cuarenta y ocho horas desde que Tondini, mi agente, me llamara.

-Vos pibe, ¿Querés jugar en Europa? Tenés una oferta del Zaragoza.

-Real Zaragoza dirás.

-Y sí, Real Zaragoza, Zaragoza, que más da, no es el mejor equipo, está en segunda pero si marcas quince, veinte goles… Visté, la temporada que viene jugás en primera. Te lo garantizo ¿Querés dejar pasar esta oportunidad?

-No, obvio que no, te pensás que soy boludo, claro que quiero irme allá.

-Dale, preparar las valijas que te quieren ya, yo lo arreglo todo. Sabés que el año pasado hubo un gallego que ahí lo partió. Lo fichó esta temporada el Espanyol y ahora se lo rifa mitad Premier. No te imaginás la de plata que llegan a pagar en Inglaterra.

Y ahí estaba yo tomando las doce horas de vuelo hasta España. Recordando a Marcio, mi viejo entrenador de juveniles, un rosarino con alma zaragozista.

Marcio había sido jugador un par de temporadas en España, donde conoció a una aragonesa que le había robado su corazón y contagiado su amor a los colores del león.

-Vos llegarás a ser como Diego flaco. Me decía en los calentamientos.

-¿Cómo Maradona?

-¿Cómo Maradona decís? -Se reía-. Dejáte de joder, Maradona era único pibe, ni vos ni nadie lo iguala, acaso Pelé, pero flaco oyéme vos triunfaras como el príncipe, el príncipe no era Dios pero era lo más parecido en la cancha, tenés que ver algún vídeo de él, Diego Alberto Milito, aprendéte ese nombre, el príncipe lo tenía todo. Ataque, velocidad, juego aéreo, lucha, entrega… Y sabés lo mejor de todo. Solo tenía un regate. Eso sí, que regate nene. Atento y mirá.

Marcio dejaba caer el balón al césped, lo pisaba y hacía un recorte a un central ficticio para salir por velocidad y rematar al arco.

-Visté, grabateló. Diego tenía magia en los pies, todos sabían que ese regate iba hacerlo, los defensas, los volantes, los laterales… Y de repente. ¡Zas! Ese recorte, ese giro inesperado de tobillo que hacía romper la cadera al rival para acomodarse la pelota con la zurda y después se la pasaba a su pierna buena y el resto… El resto solo era celebrarlo. Aprendélo, lo necesitarás para cuando llegues lejos, entonces acordáte de mí.

Marcio solo hablaba del Real Zaragoza, era su tema, siempre lo mencionaba con el Real delante. Era de esos tipos que se podía pegar tranquilamente horas y horas charlando de lo que más le gustaba.

<<No imaginás lo que anima esa gente, el estadio se llama la Romareda, desde hace años está para la mierda, pero ese terreno es único, ahí habían jugado los más grandes Pelé, Maradona, Cruyff, Di Stéfano Messi, Van Basten, Puskas… El público ha visto fútbol, no le podés engañar, también tengo que decirte que siempre el Real Zaragoza ha tenido argentinos muy buenos. Ya desde Valdano y Esnáider pasando por el Kily y el hermano de Diego. Gabi, ese sí que era el mariscal de la defensa, jugaba con un negro brasilero que no dejaban pasar ni uno, al Madrid le metieron 6 en su cancha, Diego hizo cuatro y la última copa que ganaron el gol lo marcó el Lucho, galacticidio lo titularon en todos los diarios. El Madrid tenía a Beckham, Zidane, Roberto Carlos, Raúl, Figo y pará de contar… Se podían hacer dos equipos de primer nivel, hasta que Galleti, un platense chico, desde treinta metros agarró el balón y disparó.

Eso es lo bonito del fútbol, que ni los millones, ni las directivas, lo podén joder. El balón siempre tendrá el alma de los aficionados, la Romareda aprieta, exige, no le tené que envidiar su afición a la del monumental o la bombonera, saca lo mejor de cada uno, si querés llegar a algo tenés que pisarla, sentirla, no te creas que solo te exigen en esa cancha, también es generosa, da el último aliento cuando las fuerzas fallan, yo la pisé un par de veces de contrincante. Y antes de entrar ya querías irte. La presión al oponente, el aplauso a su equipo, también los hinchas se desplazan.

Por eso cuando Galleti marcó gol, estaban en Barcelona jugando la final, si ves el gol, el cuero hace una parábola botando delante de las narices del arquero que lo descentra de su trayectoria. Ese bote fue crucial, lo desestabilizó. ¿Vos crees que si no hubieran ido allá más de veinte mil aficionados hubiera ocurrido ese milagro? No sé que explicación física tendría, si las vibraciones de los gritos interfirieron en el balón y le botó al cancerbero delante de su cara. Vos te creés que hubieran aguantado hasta la prórroga un equipo con uno menos que expulsaron y hubieran ganado a dos balones de oro en el campo. No flaco, el gol de Galleti lo marcó la afición.

Ya había llegado a Zaragoza, me asombró el recibimiento en la capital del Ebro, como un club que estuviera en segunda división era capaz de congregar a tanta gente. No sé si Marcio parará aún de entrenador de los juveniles del Esgrima, un día tengo que averiguar su teléfono, llamarlo, contarle que en todas esas charlas no exageraba ni un ápice de sus palabras, los partidos que jugábamos de locales, la Romareda se llenaba, el público nos esperaba en la entrada, animaba, alzaba sus banderas en un pasillo ficticio mientras llegábamos con el colectivo y cuando abría el conductor las puertas se llenaba el bus de adrenalina para saltar a la cancha. Era un fortín, se me quedaba grabado el lema que fielmente representaba a esas más de veinte mil almas que se congregaba cada dos domingos, se dejaban la garganta, aplaudían, jaleaban… Sufrían cada vez cuando el compañero perdía el balón o erraba en el pase. En pocos días habían conquistado mi corazón. Me habían dado mucho, les quería agradecer su apoyo, el ánimo que te daban al verte en la calle, en el supermercado… Te hacían mejorar para ser mejor jugador, yo había llegado alentado por mi agente con la intención de que esta institución fuera un trampolín para llegar a otra con la que ganar más plata y había terminado contrayendo una deuda que solo sería capaz de saldarla devolviéndole al lugar donde no debería haber sido bajado.

La temporada no empezó bien, ni individual, ni colectivamente, ganamos el primer partido, al Oviedo le metimos cuatro en su casa, luego pensábamos que ascenderíamos con solo saltar al campo y la realidad nos prendió a golpes, empatamos partidos ganados, perdíamos en el último minuto. Daba igual que ocurriera en casa o fuera, la gente aún así no se rendía, Zaragoza no se rinde, decían recitando los versos inmortales de la batalla escrita por Galdós, despidieron al míster, contrataron a otro y después al tercero. Y por fin remontamos, no todo estaba perdido. Había partidos que me sacaban de titular, otros de suplente… Con el segundo míster alguno ni me convocaba, caí en la realidad que no iba a ser ningún príncipe, tampoco igualaría los goles de Diego, ni dejaría marcado mi nombre en la historia del león, no me acercaría ni por asomo a la calidad de Diego.

Pero la Virgen del Pilar hace milagros, se posa en las manos del arquero ante el penal pitado en contra y Cristian con esa expresión de no saber ni donde se encuentra despeja el esférico enviándolo a córner. Nos clasificamos para el play off y la primera ronda la superamos, ya solo quedaban dos partidos, la ida en la Romareda empatamos a cero. La vuelta en Riazor íbamos perdiendo 1-0, el míster me sacó de mi abstracción.

-Calienta, vamos. ¡Vamos!

Salté al campo y una canción sonaba dentro de mi cabeza, se oía a lo lejos en lo alto del estadio, los pocos valientes que habían venido luchando contra la intemperie y las pocas entradas que el club gallego les había dado, la coreaban. Una melodía se colaba entre los asientos, salía de sus bocas y regateaban a los aficionados rivales para saltar al césped alándonos.

<<Mil banderas ondearán

en las torres del pilar

yo nací con dos colores uno blanco y otro azul

cuando muera que así pinten, mi ataúd…>>

El primer contacto no fue el del balón, fue el del volante marcándome los tacos, el cuarto árbitro levantó la tablilla y señaló 4 minutos, todos nos preparábamos para lo peor.

Me tiraron otra vez, me levanté, el zaguero rival me empujó antes de preparar un nuevo sprint mientras el linier y el árbitro miraron para otro lado.

Quedaba poco, no sé si apenas segundos, el capitán me vio desmarcado y no lo dudó. Me hizo un pase largo a la desesperada, ningún contrincante lo interceptó, ya estaba pisando área, acariciaba el balón, entonces se me acercó el central y es ahí donde se me apareció en un flash Marcio en los entrenamientos.

<< Ese recorte, ese giro inesperado de tobillo…

Aprendélo, lo necesitarás para cuando llegues lejos, entonces acordáte de mí>>

La canción suena, los aficionados siguen cantando, alguno viendo el peligro se calla, se levanta echándose las manos a la cabeza esperando un milagro u otro fracaso.

Hago el mismo recorte del príncipe, el rival cae en el engaño, se queda vencido, acomodo el balón a la zurda… El arquero se acerca, me paso el cuero a la pierna buena y chuto. El balón hace un arco a su derecha y el resto…

El resto solo fue celebrarlo.