Por Raúl Ferrández Leal
Los gritos siempre me asustaron. La gente enfervorecida me produce pavor. Las aglomeraciones me hacen sentir pequeño. Mi espacio vital no puede ser invadido sin un largo proceso de conocimiento. Este abrazo de un desconocido ha saltado todas las barreras posibles. Siento como se restañan todas las heridas de mi maltrecha alma. Mi oasis de salvación de nuevo viene a mi encuentro para regalarme paz. Paz en las gradas, entre el terremoto que hace temblar los cimientos de un maltrecho estadio. Mi camiseta vuela entre las tribunas de gente dispar. Los altos cargos confraternizan con bedeles sin estudios. No existen géneros. Un solo pulmón, un corazón acompasado late desbocado por encima de mil gargantas encarnadas. Mis manos encallecidas en jornadas laborales interminables no protestan ante palmadas exageradas. Las lágrimas que ya no encuentran salida en las tragedias del día a día afloran ahora en un éxtasis total. Acabamos de caer derrotados. Un gol en las postrimerías del encuentro nos aleja un año más del sueño más mundano. Y es en esta nueva desgracia donde el amargor de las gotas que recorren los surcos de mi ajada cara sabe más dulce. Las grandes gestas se fraguan en la caldera de las adversidades y aunque este metal este a punto de carbonizarse, una ascua permanece encendida en la mirada de cada uno de los nuevos visitantes. Un rescoldo incandescente calienta la mano del nieto que no entiende nada. Un fulgor imparable se retroalimenta en la adversidad. Un murmullo se hace evidente en el silencio de cabezas con las miradas bajas. No nos rendiremos. No reblaremos. La casta, el honor, la fuerza y el pundonor resurgirán tras el estío. Somos. Y mientras lo seamos no dejaremos el menor de los resquicios para que alguien nos pueda acusar de no haber puesto en la gesta el mejor de nuestros esfuerzos. Mañana me despertare en mi cama fría. Observare el techo de mi cuarto sin fuerzas para levantarme y memorizaré cada una de las imperfecciones de la escayola. Miraré de soslayo la ventana que me indicará que el sol ha vuelto a salir y que el mundo no se ha detenido. Comprenderé que el tiempo avanza inexorablemente y que todos debemos de seguir al pie del cañón. La única ilusión en una vida anodina quedara aparcada durante los meses más calurosos del año. La rabia y la impotencia dejaran de nuevo paso a esperanzas renovadas. Un trozo de plástico más para la colección. Las fantasías me acompañaran entre pilas de papeles por comprobar y correos por leer. La almohada será cómplice otra vez de fichajes imposibles y alineaciones de ensueño. Y yo, aborrecedor de aglomeraciones, gritos y gente enfervorecida, volveré a enfundarme en mis colores predilectos y me mimetizaré entre mis miedos para guiar mis pasos a ese templo, que, como yo, ajado por fuera, guarda en su interior un corazón que palpita desbocado en busca de una nueva, vieja e imperecedera ilusión.