Enorme descubrimiento

Por Raúl Garcés Redondo

Junto a la montaña de tierra, la pala sacó a la superficie un objeto que llamó la atención del operario. Éste avisó con un silbido al capataz que se presentó allí con gesto de ¿Qué mosca le habrá picado ahora? Se sumó a la improvisada reunión, con impoluto casco de obra y traje italiano, el dueño de la empresa de construcción que justo acabada de aparcar su Porche junto a la garita de seguridad.

– ¡Deshaceos de eso ahora mismo! – ordenó tras echarle un rápido vistazo.

– Parece una … – apuntó el conductor que ya había bajado de la retroexcavadora para verlo mejor.

– ¡No parece nada! – le interrumpió con brusquedad el empresario – Hacedlo desaparecer de inmediato ¿Estamos? – con un rostro tan congestionado que recordaba a esos tomates colorados que aparecen en la publicidad de los supermercados. Y es que en su cabeza ya se había instalado en forma de amenazante avispero, la historia que le contara de niño su abuelo, fundador de la empresa, sobre el hallazgo de unos restos antiguos que paralizaron la construcción de un bloque de lujosos pisos. Y sólo con costosas, nunca mejor dicho, gestiones pudieron reanudar los trabajos. Por eso ante aquel deshilachado trozo de tela entendió que si no lo remediaba enseguida, ese socavón terminaría por engullirlo todo.

Una voz le sacó con brusquedad de su ensimismamiento.

– ¡Aquí abajo hay otra bandera! Y otra. Y una más.

A las antiguas enseñas, les siguieron incontables butacas de plástico, azules unas y blancas las otras, aunque dada la cantidad de suciedad adherida era imposible afirmar con exactitud el color.

En cuestión de minutos, la noticia de aquel inesperado descubrimiento se extendió por las redes sociales gracias a las instantáneas y vídeos realizados con el teléfono móvil por los vecinos asomados a los balcones atraídos por los gritos. De ahí , a los medios de comunicación y de éstos, al  pleno del Ayuntamiento. El empresario ya sentía en su piel las punzantes picaduras de las avispas.

Pocos días después, apoyado en una de las vallas que delimitaban el perímetro, como un jubilado más, el constructor no perdía detalle de las labores de excavación que realizaba ahora el equipo de arqueólogos municipales. Nada que ver a como lo hubiera hecho él.

– Esta gente parece de otra época – comentaba para sí – con aquellas palas y carretillas, con  esas rasquetas y cepillos… Así no van a terminar nunca.

Poco a poco, metro a metro, en aquel solar abandonado a la maleza, contiguo a los modernos apartamentos Miguel Servet y a los loft última generación Convento Jerusalén, fue saliendo a la luz una enorme estructura rectangular de hierro y hormigón.

El director de la excavación, a la sazón catedrático de la Universidad, hombre encantado de haberse conocido, se apresuró a dar una entrevista para la televisión en la que llegaba a equiparar esta construcción al famoso Coliseo romano.

– Sin duda – afirmaba con la mirada fija a la cámara – nos encontramos ante una edificación levantada tiempo ha para albergar algún tipo de espectáculo público, posiblemente un deporte muy popular en aquel tiempo conocido como balón-pié. La gran cantidad de asientos encontrados, nos habla de la capacidad del recinto, construido para unas treinta mil personas, mil arriba, mil abajo.

De todos los hallazgos que la tierra iba devolviendo en esas semanas, hubo uno que celebraron especialmente, el escudo tallado de un coronado león rampante. Junto a este emblema, aparecieron también dos letras herrumbrosas, P y R. “Pura Ruina” afirmaba convencido el empresario no sabiendo bien si se refería a los restos aparecidos o a su propio negocio.

– ¡He encontrado algo! – exclamó de pronto uno de los estudiantes en prácticas en una zona algo alejada del yacimiento. En cuestión de segundos se vio rodeado por decenas de expectantes compañeros que dirigían su mirada a la pequeña cavidad abierta en un muro por la que se adivinaba una oscura estancia. Un denso aire viciado les golpeó en la cara en el momento en el que retiraron los primeros ladrillos que sellaban su acceso.

– ¡Yo entraré! –  gritó el director de la excavación sabiéndose observado por mil ojos.

Y así como Howard Carter, en el interior de la sala mortuoria de Tutankamón, exclamó aquello de ¡Cosas maravillosas!, el catedrático soltó un espontáneo ¡Cagüen la Copeta ! al tiempo que el haz de luz de su linterna iba iluminando, una a una, las inscripciones que acompañaban a aquellos olvidados tesoros: “Copa de S. M el Rey Campeón 1985-86 ”, “European Cup Winners 1994-95”, “Campeonato Nacional de Liga …” ¡Vaya! Aquí no se aprecia el año.