La suerte está echada

Por Javier Martínez Aznar

Lo reconozco: yo fui quien generó la mala racha del Zaragoza que comenzó en 2013. No culpéis al expresidente Agapito, ni al presidente de la Liga Javier Tebas; ellos fueron inevitables consecuencias de la decisión tomada aquel cuatro de enero, pese a que también en esta, como en toda decisión nefasta, antes hubo quien me advirtió de que no lo hiciera. No hice caso, no creía en supersticiones ni demás parafernalia bajomedieval. Le pasé el abono de mi hermana al Cenizas, un colega de toda la vida al que la suerte no solía acompañar.

Lo llamamos el Cenizas porque de tal guisa dejó su casa cuando intentó cazar unas pulgas que le seguían desde una excursión al Pirineo. Después de un mes de picores alguien le habló de una trampa consistente en un plato con agua y una vela en el centro. Las pulgas se sienten atraídas por el calor y en su intento de llegar hasta él, caen al agua y se ahogan. No sabemos si las pulgas cayeron, lo que sí cayó fue una cortina provocando un incendio del que, de milagro, salieron vivos sus padres y él; pulga
ninguna.

Años después, como os decía, le invité a la Romareda: «Aquí tienes el abono de mi hermana que anda con gripe», dije aquel cuatro de enero de 2013. Apuntaos la fecha. Nos expulsaron a un jugador y perdimos contra el Betis. Según el Toni, no había duda: «Me quedo, si va el Cenizas no hay opción». Era gracioso que ganándose la vida como científico del CSIC creyera en ese tipo de cosas irracionales, pero lo cierto es que se quedó en casa y acertó.

Cuando el Cenizas, emocionado por la adrenalina que sintió en el estadio municipal, decidió hacerse socio de nuestro Real Zaragoza, estuvo a punto de costarme la amistad del Toni. El Cenizas nunca había tenido pareja y focalizó hacia el Zaragoza aquel amor que, a sus treinta y dos años, ya le desbordaba. Siempre le había hecho tilín, pero descubrir La Romareda fue un flechazo en toda regla. Desde aquel día, año 2013, ocho expulsados en la segunda vuelta y solo un par de victorias en casa, dos fines de semana consecutivos contra el Mallorca y el Rayo. Y como se encargó de recordarme el Toni:

—Desde que el Cenizas es socio solo hemos ganado dos partidos. ¿Te has fijado a cuáles ha faltado?
—Pues como no le digas a su jefe que le alargue el viaje de negocios y se quede más en China, la siguiente jornada estará aquí sentado —contesté.

El Cenizas regresó del viaje de negocios en Wuham sin la prórroga que deseaba el Toni. Llegó para el partido contra el Atlethic hablando maravillas de su traductora, una tal Sì, que en mandarín significa cuatro, el número de la mala suerte en aquellas tierras. «Dios los crea y ellos se juntan», dijo el Toni por lo bajini. Nada más sentarse nos enseñó una pulsera roja con un dragón de plata en el centro que le había regalado su amiga. Nos dijo que a ella le había cambiado la suerte. El Toni se giró con curiosidad, aunque esa expresión le mudó a un qué me estás contando, cuando el Cenizas, acto seguido, aseguró que no creía en esas bobadas y solo la llevaba por ella. La pulsera estuvo a punto de funcionar, pero al final nuestro gozo en un pozo: nueva derrota con gol en el minuto 90. El Toni sentenció: «Ya ha vuelto, con o sin pulsera no hay nada que hacer, nos iremos a segunda».

Yo seguía sin hacerle caso, ni al Toni ni a mi hermana, a quien empezaban a calarle sus ideas. En mi opinión empírica, la culpa seguía recayendo a partes iguales entre los árbitros y los errores de nuestros jugadores. Pero a segunda nos fuimos.

Fuese por azar o porque el destino está escrito, el Cenizas se hizo un forofo incondicional. En la siguiente temporada, 2014-15, después del cero a tres que, en el playoff de ascenso, nos metió el Girona en la mismísima Romareda, el Toni volvió a la carga: «Ni pulsera, ni hostias consagradas». Al partido de vuelta ni fuimos, dándolo por perdido. Pero tras la victoria a orillas del Ter, con aquel inverosímil uno a cuatro, y de ganar al Las Palmas tres a uno, con el Cenizas en la grada, el Toni se relajó, dándole
una oportunidad a la condenada pulserita; decidimos que era la ocasión perfecta para hacer turismo en las Canarias y asistir al encuentro definitivo del playoff. Ya conocéis la historia y la pastillica de realidad que nos dieron en la isla, quedándonos a solo cinco minutos del ascenso. Por primera vez, yo mismo, empecé a creer en el mal fario del Cenizas.

Desde el desastre de Palamós en 2016, con el set que nos metió la Llagostera estando el Cenizas en la campo, yo llevaba la mosca detrás de la oreja y, con el Toni y mi hermana, comenzamos a hacer memoria. Advertimos que la mayoría de goles del Zaragoza en casa se daban cuando el Cenizas se iba al baño o lo mandábamos al bar.

A partir de la 2017-18, esto último lo hacíamos con más frecuencia. El Toni nos explicó cómo funcionaba: «Le doy dinero para que se coja lo que quiera y le digo que se baje antes del descanso o a mitad del segundo tiempo, porque si no se llena de gente». Borja Iglesias no puede imaginarse cuántos goles nos debe por mandar al Cenizas a por unas pipas. Aquella temporada la salvamos, especialmente en la segunda vuelta, donde conseguimos mandarlo al bar en todos los partidos, salvo aquel que nos ganó el Sevilla Atlético con la gente comentando en la grada: «Con lo bien que íbamos». Pues muy sencillo, yo os explico lo ocurrido. El Cenizas andaba rebotado por haberse perdido todos los goles durante tres meses que casualmente se daban justo cuando él se levantaba. Ese día dijo que nones, que no se movía de su butaca pasase lo que pasase. Y así nos fue. Esto mismo lo intentó algún día más, pero no lo permitimos, llevando laxante y otras argucias que lo obligaban a ausentarse, sí o sí, un buen rato
de la tribuna. Digo permitimos porque, por aquel entonces, yo estaba prácticamente convencido.

Manteniendo al Cenizas lejos de su butaca conseguimos quedar terceros y emparejarnos al Numancia en las semifinales del playoff de ascenso, en teoría un rival asequible. Decidimos no ir a Soria y convencimos al Cenizas para que no gastara un día de vacaciones hasta la final, ya veríamos después el modo de evitarlo. El sábado nueve de junio se jugaba el partido de vuelta en la Romareda. Justo el cumpleaños de la madre del Cenizas. La idea del hijo era ir a comer con ella y volver para ver el partido en el campo. Había que actuar, si el Cenizas se presentaba no teníamos nada que hacer. Nos bajamos a la casa de su madre que está en el poblado Pescadores de Caspe y que resulta inconfundible porque lo primero que hizo el Cenizas cuando la compraron fue poner una bandera del Zaragoza en medio del jardín, un pedazo estandarte que puede verse desde cualquier punto de la urbanización, por lo que localizamos fácilmente la casa. A la hora de comer con el sol cayendo a plomo, no había nadie en la calle. El coche del Cenizas estaba en la puerta. Yo me quedé con el motor encendido mientras pensaba en si hacíamos lo correcto y, mi hermana y el Toni, se repartieron los flancos del vehículo para pincharle las cuatro ruedas. El fútbol es un deporte de equipo y aquel partido lo jugábamos todos. Con la tarea hecha salimos disparados hacia Zaragoza.

El Cenizas me llamó un rato antes del partido diciendo que algún vándalo hijo de puta le había rajado las ruedas del coche y que no había tren ni autobús para llegar al campo. De todas formas, lo iba a intentar. El partido prometía. El Zaragoza parecía superior y el Cenizas no llegaba. El resultado era de empate a uno y eso nos conducía a la prórroga, lo cual podía ser un lastre porque el Zaragoza se enfrentaría más cansado a la siguiente eliminatoria, pero, sobre todo, porque las posibilidades de que el Cenizas llegara aumentaban.

Minuto 92, el Numancia lanza un saque de esquina, roba el Zaragoza y se lanza al ataque en bloque. Pienso: «Ya lo tenemos. Golico del Panda y a por el Valladolid». En ese momento veo al Cenizas saludarnos puño en alto con la pulsera en su muñeca derecha.

—Llego justo para la prórroga, chicos —anuncia al sentarse.
Nos roban la pelota y Diamanka lanza el tiro de su vida que nos deja un año más en segunda. Palidezco. La Romareda enmudece. Toda, menos el Cenizas que se gira y nos dice:
—Cosas más graves han pasado, maños. Otro año será. ¿Sabéis cómo he conseguido llegar hasta aquí?

El Toni sin decir ni mu se levanta y desaparece por uno de los vomitorios. El Cenizas no se inmuta y se lanza:

»Me ha traído Ángela —mi hermana y yo no tenemos ni idea de quién puede ser, porque el trato del Cenizas con las mujeres se limita al que mantiene con su madre, sin embargo, no nos da tiempo para preguntar—: Una chica sensacional. Noventa y ocho kilómetros sonriendo sin parar. Morena, con el pelo liso como el de Ayala, pero en chica; peinado hacia un lado, sobre todo hoy que llevaba la ventanilla abierta para sentir el cierzo. Se llama Sì, aunque ahora como vivirá un tiempo en Zaragoza, se llamará Ángela. ¡Es la traductora de China! ¿Os acordáis? ¡La de la pulsera! —Se toca el amuleto—. Viene a Zaragoza para hacer un máster de filología hispánica. Bueno, en realidad es una excusa porque hemos seguido en contacto estos años y queremos darnos una oportunidad. ¿No os había dicho nada? —mi cerebro, colapsado por digerir información y emociones a gigas por segundo, no me permite responder—. En septiembre empieza la universidad y la había animado a que viniera antes: buscar piso, pasar el verano y mejorar el castellano, que por cierto lo habla mejor que vosotros; me puso pegas, la verdad, pero al final ha venido de sorpresa. Esta tarde me ha llamado cuando iba por Bujaraloz, con un coche de alquiler que ha pillado en el aeropuerto, preguntándome que si nos veíamos en Zaragoza. ¡He flipado! Porque hasta entonces tenía el mismo careto que sacáis ahora vosotros, así como si se hubiera muerto alguien. Al decirle que intentaba llegar a Zaragoza haciendo autostop ha venido a buscarme. Le he dado un abrazo de esos que casi dejan sin respiración, por el favorazo, pero también porque la echaba de menos, algo así como el que me dio mi padre cuando ganamos la Recopa. Agradecido a la vida. Cuando vuelva de aparcar os la presento. Como nuestra idea, si todo va bien, es irnos a vivir a Wuham en noviembre de 2019; mientras estemos en Zaragoza, este año y medio, se hará socia con nosotros. ¿No es fabulosa?

La suerte está echada.