¡Novio (zaragocista) a la fuga!

Por Ricardo Barrena Gutiérrez

Aquella mañana de Domingo se presentó soleada. Una típica y agradable mañana de mediados de Mayo de las que se suelen presentar en Zaragoza por esas fechas.

Pablo se había levantado temprano esa mañana de Domingo. Se encontraba inquieto. No era para menos ya que el próximo Sábado contraía matrimonio con Lucía, su novia desde ya hacía muchos años.

Como toda pareja joven que está a punto de casarse las semanas anteriores habían sido frenéticas con todo lo referente a los preparativos del enlace. Ahora ya, con todo lo referente a la boda ya preparado, únicamente quedaba en la joven pareja esa mezcla de expectación y nervios en los días previos a su gran día.

Sin embargo para Pablo todo eran dudas. No por casarse con Lucía (en parte también) si no por una razón tan o más poderosa para él.

Pablo, aférrimo zaragocista, había encontrado en su Real Zaragoza un bálsamo para aquellas jornadas de preparativos. Un Real Zaragoza que, tras ascender a Primera División, había conseguido alcanzar una más que merecida final de Copa del Rey que le enfrentaría al Real Madrid en la capital de España.

Las ilusiones que esa final y su boda habían generado se convirtieron en una mezcla de estupefacción, rabia, incredulidad (y una inmensa cara de tonto) cuando vio en Twitter anunciada la fecha de la final copera.

Sábado 22 de Mayo a las 21:00 horas.

Efectivamente. El día de la boda de Pablo.

Lucía sacó a Pablo de aquella realidad paralela a la que se había evadido mirando por la ventana mientras pensaba en aquella fatal casualidad sin percatarse de que aquel café que se había servido con su cafetera de capsulas era más una especie de granizado líquido que de un café como tal.

– ¡Buenos días mi vida! – saludó sonrientemente mientras besaba la mejilla de su prometido.
– Hola cariño.
– ¿Qué haces tan ensimismado mirando la calle que parece que has visto un fantasma?, ¡Puaj!, ¡Qué asco! – exclamó mientras bebía un sorbo del café/granizado de Pablo tras apoderarse sutilmente de su taza
– Cari. Tenemos que hablar.
– Dime amor.
– Es de lo del fútbol.
– ¿Que del fútbol?
– Eso, de la final.
– ¡Te lo he dicho mil veces!, ¡La boda se va a celebrar como que me llamo Lucía!- exclamó Lucía mientras su cara cambiaba, literalmente, del amor al odio.
– Pero cari. Posponemos la boda. Decimos que nos lo vamos a pensar mejor… O digo que me he hecho daño en la pierna. Ya oíste al traumatólogo que me dijo que me tenía que operar. Digo que me ha dado un tastazo y….
– ¡Que te calles!, ¡He dicho que no!, ¡No llevo año y medio preparando la boda para que ahora me vengas con estas! Además ya nos dijo el maitre que pondría la dichosa final en el proyector.
– Pero…
– ¡Pero nada!

Y de un portazo Lucía cerró la puerta de la cocina después de exclamar:
– ¡Ni final ni finol!

Pablo, por suerte (o por desgracia) contaba con el bueno de Marcos, su mejor amigo de la infancia.

Marcos era el más fiel aliado de Pablo. Amigos desde que ambos eran niños siempre había mostrado su amistad con Pablo como algo inquebrantable. No se sabe si fruto de su enorme bondad, de su enorme locura o de su particular personalidad.

– ¡Crearon a Supermaño a su imagen y semejanza!- había pensado tantas veces Pablo.

Marcos, tan zaragocista como Pablo, había conseguido por su cuenta las entradas para la final tras acampar cinco días (y cinco noches) antes del primer día que saliesen a la venta en las oficinas de Eduardo Ibarra. Sobreviviendo ese tiempo a base de latas de mejillones y tinto peleón unido a las viandas que una amable mujer le facilitaba al haberlo confundido con un mendigo (no sin razón).

Pablo recordaba la cara de ilusión de Marcos cuando, con un aspecto propio de un náufrago abandonado a su suerte, se presentó con las entradas en casa de Pablo tras abandonar las oficinas de Eduardo Ibarra (y tras ser entrevistado por Aragón televisión en base a su cuestionable hazaña). Como la cara de Marcos se tornó desolada cuando Pablo le recordó la fatídica coincidencia y como Pablo estuvo a punto de asesinarlo esa misma tarde cuando descubrió a Marcos vendiendo en wallapop las dos entradas al triple de su valor.

– ¡Y aún encima a madridistas!- fue lo primero que exclamó Pablo al descubrir aquello.

Con las entradas en poder de Pablo (se las había quedado él para evitar tentaciones) el joven novio había ideado un plan para aquel entuerto. Un plan consistente en dos billetes de AVE para la tarde del día 22 de Mayo. Un plan que solo podía salir de una mente tan irracional como la de su amigo Marcos. Pero la ocasión lo merecía.

Pablo decidió llamar a Marcos. Dado que con Lucía resultaba imposible negociar debía de reafirmarse con su mejor amigo en lo que había pensado ya hace muchas semanas.
– Hola Marcos, ¿Qué tal majo?
– Bien maño. Aquí me pillas jugando al PC Fútbol.
– Oye, ¿Te acuerdas de lo que hablamos?
– ¿El qué?
– De la final.
– De que final. Si he empezado la temporada esta mañana con el Linares.
– ¡Coño de la final del Sábado!
Marcos había caído en la cuenta de la final a la cual se refería su amigo y tras unos instantes de silencio únicamente acertó a decir:
– Es mucha liada co.
Y así termino la conversación.

La mañana del día 22 de Mayo llegó. La climatología volvió a acompañar. Mientras Pablo acudía a la Iglesia en el coche nupcial pudo ver a cientos de zaragocistas marchando hacia Madrid para ver la final. Esa imagen le hizo pensar en lo que iba a hacer en unas horas. De nuevo los nervios y la incertidumbre volvieron a su cabeza.

Y sobre todo miedo. Mucho miedo.
Tras la celebración de la boda y la sesión de fotos de rigor la feliz y recién casada pareja se presentó en aquella finca a las afueras de Zaragoza. Pablo y Lucía se mostraron radiantes y sonrientes dispuestos a celebrar por todo lo alto el que iba a ser el mejor día de sus vidas (aunque había dudas que lo fuese para Lucía…)
– Marcos, Marcos, ¡Deja de devorar canapés y escucha!, ¡A las 6 sales a la puerta conmigo!- le dijo Pablo en voz bajita.
– ¡Pero co!, ¡Que tu mujer te mata y a mí también! ¡Que no va a hacer prisioneros!- respondió Marcos mientras terminaba de deglutir su enésimo canapé.
– Bueno, que sea lo que Dios quiera. No creo que Lucía se lo tome a mal.
– Ay madre…

A las 6 de la tarde los dos amigos se presentaron en la puerta de la finca. Pablo como el delincuente que huye del lugar del crimen procurando no hacer ruido. Marcos tras haber devorado ingentes cantidades de comida regada toda ella por más ingentes cantidades de vino.
– Oye pues estaba riquísimo el menú este eh. Se come bien en el garito este- dijo al encontrarse con Pablo.
– Camarero, por favor, abra la puerta. He llamado a aquel taxi que viene al fondo del camino. Mi amigo no se encuentra bien y voy a acompañarlo a casa- solicitó educadamente Pablo.
– Sin problema señor- respondió el camarero antes de ir a abrir la puerta de la finca.

Ambos amigos se introdujeron en el asiento trasero del taxi. Se hizo un frío silencio y una enorme tensión antes de que Pablo pronunciase las palabras que quizá le iban a cambiar la vida:
– A la estación Delicias por favor.

El trayecto desde la finca a la estación fue de corta duración. La final había despejado de tráfico Zaragoza y de pasajeros la estación delicias.

Pablo y Marcos se sentaron en sus dos asientos dentro del AVE. Mientras Pablo notaba como una gota de sudor corría por su frente Marcos se peleaba con los cascos que les acababan de entregar.
– A ver que si no empieza la peliculica y no oigo ni gota- exclamó Marcos mientras se afanaba en desenredarlos.

El tren comenzó su marcha. Rumbo a Madrid según el billete. Rumbo a un destino incierto para Pablo.
– ¡Sonríe hombre!, ¡Que parece que vas de entierro!- gritó Marcos mientras golpeaba el pecho de su amigo.
– Ya lo sé hombre. Pero no sé. No sé que estoy haciendo.
– Vamos a ver maño. No le des más vueltas. Tú ya estas casao. Ha habido ya boda y banquete. Ahora únicamente quedan cuatro copichuelas que te las hechas cualquier día. Mañana vuelves a Zaragoza, te vas el Lunes de viaje de novios y arreglao.
– Ya, pero no sé, no sé cómo decírselo a Lucía.
– No sé maño. Algo se nos ocurrirá. Tampoco creo que se lo tome tan a mal.
– ¿Tú crees?
– Ah yo ni idea. Yo no estoy emparejao como tú.

El teléfono móvil de Pablo interrumpió la conversación entre los dos amigos. El nombre Lucía aparecía en grande en la pantalla.

Pablo trago saliva antes de descolgar.

– Yo casi me voy yendo al vagón bar…- dijo Marcos mientras se levantaba apresuradamente.
– Cariño. ¿Dónde estás? Llevamos un buen rato buscándote. Me ha dicho el camarero que te has ido con Marcos que se encontraba mal. ¿Pasa algo?- preguntó Lucía
– Sí. Bueno no. Bueno sí. No pero que Marcos está bien- decía Pablo sin saber cómo articular las palabras.
– Se habrá empachado. Ya sabes que es bruto por naturaleza y engulle como si no hubiese un mañana.
– Será eso sí- dijo Pablo con una risa nerviosa

Tras unos instantes de tenso silencio Lucía, quien ya se había percatado de que Pablo no decía la verdad, preguntó sin rodeos:
– ¿Vosotros dos que habéis hecho?
– No nada. ¿Qué íbamos a hacer?
– ¡Tú a mí no me engañas eh! Que te conozco como si te hubiese parido. Venga dí.

Pablo tomó aire y de golpe soltó todo sin pensar en las consecuencias de aquellas palabras.
– Marcos y yo estamos en un AVE rumbo de Madrid para ir a ver la final.
– ¡¡¡¿QUÉ?!!!- gritó Lucía de un modo que por poco perforó el tímpano de su recién
estrenado marido.
– Cari… Yo…
– ¡Te mato!, ¡Es que te mato!, ¡Esto que me has hecho no tiene nombre!
– Pero cari si esta madrugada volvemos en un regional que sale a las tantas. ¡Mañana me despertaré abrazado a ti!- exclamó Pablo con una sonrisa intentando agradar a su esposa.
– ¡Modorro!, ¡Que estas modorro!, ¡Deja de decir tontadas!, ¿Que te crees?, ¿Que vas a dormir conmigo hoy? ¡Te independizo yo del piso por la vía rápida!

Mientras Pablo seguía tragando saliva pudo escuchar el murmullo que se había creado a espaldas de Lucía tras haber despertado la atención de su madre y de otros familiares.
– ¡Este imbécil!, ¡Que coge con el amigote y se van a ver el fútbol! ¡Así sin más!- dijo Lucía a las personas que preguntaban que qué pasaba.
– Divórciate hija mía. Que estas cosas luego van a más y es peor- respondía la madre de Lucía a su hija.
– ¡Buah chaval que liada!, ¡Esto da para meme!- exclamaba al fondo el hermano pequeño de Lucía.

De nuevo silencio. El sudor cada vez más frío partía en dos la espalda de Pablo.
– Ca…. ca… cari
– ¡¡QUÉ!!
– Yo… yo… ya sabes…. el Zaragoza….
– El Zaragoza, el Zaragoza, ¡¿Y yo que?!
– Pero cari que estas cosas se ven una vez cada muchos años. Vete a saber cuándo será la próxima final. Llevamos 15 años sin una final y 17 sin ganar nada. Aparte de todos los años en segunda… son muchas cosas cariño.
– ¡Deja de hacerte la víctima!, ¡Pero tú te crees que me puedes hacer esto! Pero vamos a ver, ¿Tu con quien te quedas con el Zaragoza o conmigo?
– Con el Zaragoza
– ¡¡QUÉ!!
– ¡Contigo! ¡Contigo! Los nervios cari que ya no sé ni lo que digo.
– El chalao este que ahora dice que se queda con el Zaragoza antes que conmigo- decía Lucía a las personas que lo rodeaban.
– Lucía cariño- dijo Pablo con un hilo de voz intentando llamar la atención de Lucía.
– Tu y yo ya hablaremos muy seriamente de esto- dijo Lucía antes de colgar.

Pablo se postró sobre el asiento. Por un lado sabía que se había quitado un peso de encima. Pero por otro se veía atenazado por unas más que seguras represalias cuando regresase a Zaragoza.

Marcos apareció de nuevo al lado de Pablo mientras apuraba su botellín de cerveza de regreso de, como él decía, “el vagón bar”.
– Ay Pablico. Que cosicas nos pasan- decía mientras se sentaba al lado de su amigo.
– Bfffff. No se lo que he hecho- decía Pablo mientras negaba con la cabeza.
– Tranquilo maño. ¡No te des mal!. Lo hecho hecho está. Lucía ahora estará enfurruñada. ¡Pero en cuatro días se le pasa!
– En fin. Supongo que llevas razón.
– Que si hombre que si. Además que llevamos desde la final de Montjuic sin ganar una copica. ¡No querrá que aún encima nos la perdamos!- dijo Marcos mientras apuraba su último trago de cerveza.
– Bueno. Hecho está- afirmó Pablo mientras daba un pequeño suspiro.
– ¡Co! ¿Te imaginas que después de toda esta liada perdemos? Sería para echarse al Ebro de cabeza- exclamó Pablo con una risotada.
– Mira sí ya lo que nos faltaba. No se como puedes tener el cuerpo para esas bromas…
– Que no hombre que no. Que tengo la corazonada de que hoy ganamos.- afirmó seguro de si mismo Marcos.

El tren acababa de llegar a la estación de Atocha. Los escasos viajeros se disponían a abandonar el mismo. Entre ellos los dos amigos.
– Bueno. Pues se va rapidico con el trenecico este. Está bien sí- dijo Marcos al bajar del tren.
– Sí. La verdad es que para una fuga a la capital es muy útil- respondió Pablo con una pequeña risa mientras guiñaba un ojo a Marcos.

Marcos se carcajeo de la ocurrencia de su amigo y mientras encaraban las escaleras mecánicas exclamó:
– Ay Pablico ¡Casado y campeón de Copa en el mismo día!, ¡Qué grande es esto del
zaragocismo rediez!