Una realidad paralela

Por Martín Galbe Casalduero

Zaragoza Nunca Se Rinde… estamos a la vez, hartos y orgullosos de dicho lema, es una seña de identidad de nuestra ciudad y que hemos adaptado a nuestro equipo, pero que también ha sido utilizado hasta la saciedad perdiendo gran parte de su fuerza y significado. Suele pasar con frases épicas, grandes gestas, o simplemente con frases puntuales que día a día adoptamos sin darnos cuenta de la trascendencia que tienen… o que en su día tuvieron, o lo que costó acuñarlas.

Benito Pérez Galdós, escribía eso de “Zaragoza no se rinde”, en uno de sus Episodios Nacionales, dándonos uno de los párrafos más bonitos y llenos de orgullo y significado que nadie haya podido regalar a nuestra Inmortal ciudad. ¿Inmortal?¿también, verdad? Puede responder perfectamente a lo escrito arriba. Y es que sí, la historia la escribe la épica, de la derrota o de la victoria, pero la épica… Y en esas estamos, escribiendo día a día la historia de una derrota, pero que tenemos y debemos convertirla en victoria. Nos lo merecemos, y se lo debemos a muchos que lo están dando todo, y con “todo”, por desgracia me refiero a cada una de sus acepciones, y también nos lo debemos a nosotros.

Desde el confinamiento, desde la ignorancia de qué pasará, de que si esto se llega a leer ¿dónde estaremos?, desde estos días durísimos que nos está tocando vivir. Unos en casa y otros trabajando, con miedo, inseguridad, cabreo, mezclado con empatía, orgullo y esperanza. Pues me dispongo a intentar hablar un poco de fútbol.

En un mes desde que escribo estas líneas, deberíamos celebrar el veinticinco aniversario de una de esas gestas deportivas, donde David se merienda a Goliat. En un mes jugaríamos contra el Oviedo, veinticinco años después, y lejos de los focos, las alfombras rojas y los titulares… lejos del glamour, en el barro de la Segunda, donde llevamos siete años consecutivos, llenos de heridas, habiendo incluso caminado por la cuerda floja y sin red, que nos protegiera del abismo que significaba la caída al fútbol semiprofesional. Muchos habíamos empezado a creer que ese mágico 10 de Mayo, nos podría haber aupado de nuevo a la primera división. Engrandeciendo una fecha, un entrenador, un escudo, una camiseta, pero sobre todo una afición. Imaginad esa Romareda, ese universo paralelo…

En esta realidad paralela no se sale al balcón a las 20h para aplaudir, se sale para colgar banderas blanquillas, bufandas, que engalanan la ciudad de arriba abajo. Llevo toda la semana nervioso, sin dormir, pero cada vez que salgo a comprar en el súper tienen la bandera de Nuestro Real Zaragoza colgada, en el Bar que me reúno con los colegas no cabe una bufanda más del equipo, niños, adultos, mayores… futboleros y no futboleros… todos hablan de lo único, del Real Zaragoza. Todos visten de una u otra forma nuestros colores. Gorras, camisetas, polos, chandals, incluso los tranvías y los autobuses tienen banderines blanquillos con nuestro escudo.

Suena el despertador y es el día D, porque lo es, porque no vamos a fallar… bajo a comprar el pan, y me pongo mi camiseta de la suerte… esa con la que Rubén Sosa les amargó la noche a los Culés en el ’86, y sólo se respira ilusión, nervios, fútbol, zaragocismo. Apenas como, estoy muy nervioso, y he quedado pronto… bajo a la calle un poco antes de lo habitual, hoy no solo hay pre partido, sino recibimiento, hay mareas de gente subiendo a recibir el autobús del equipo… y una vez arriba es emocionante, cánticos, himno, botes de humo blanquiazul, es completamente imposible no emocionarse, los pelos se te erizan, cantas desde el corazón, el estómago es un nudo marinero donde no entra nada, y llega ese sentimiento único y maravilloso que tenemos la suerte de sentir los zaragocistas… somos Uno. Muchos separados por origen, economía, política, religión… pero zaragocistas, y eso nos convierte en uno, en iguales, que saben lamerse las heridas, pero también bajar al barro y pelear, con humildad, con orgullo y rasmia.

Emocionado y casi al borde de las lágrimas, me dirijo al J, habrá que deshacer el nudo del estómago… y no hay mejor forma que rodeado de amigos, conocidos o no, pero hoy todos somos amigos, y con algún botellín zaragozano. Hablamos un poco de fútbol, intentamos soltar nervios, nos cabreamos porque Osasuna parece que se salva pero hoy ha palmado y, oye! ¡a nadie le amarga un dulce!

Se acerca la hora, y vamos hacia nuestra puerta del Municipal, en el Sur… no cabe un alfiler en la Plaza, los niños todavía juegan de blaquillos en los parques mientras padres y madres miran nerviosos el reloj. “¡Menuda fila! Y eso que llegamos con media hora de antelación…” por fin se entra, y entre los viejos pasillos de La Romareda suena esa musiquilla noventera de fútbol en el plus… nadie nos hablamos, andamos como autómatas inmersos en nuestros pensamientos, mientras oímos el rugido y el temblar del viejo y resquebrajado hormigón. “¡Qué nervios! El fútbol nos lo debe, tiene que ser el día.” Suspiro y tomo las escaleras de mi vomitorio… “¡qué verde es La Romareda! ¡qué bonitas sus redes infinitas! ¡y qué color tienen las gradas!” Y lo siento mucho, pero, hasta aquí puedo imaginar… o quiero imaginar.

Igual al leer esto, estamos en primera, o quizá seguimos en segunda. Pero lo que es seguro es que tanto si ahora estamos jugando en primera, como si seguimos en segunda, no habrá sido ese momento que llevamos siete años esperando, no habremos triunfado o fracasado en el verde, no habremos estado codo a codo llorando como con el maldito gol de Diamanka, o el maravilloso derechazo de Galleti. Habrá sido en los despachos, por lo tanto, el fútbol nos seguirá debiendo mucho, y nos lo cobraremos. Y volveremos, me da igual donde, pero volveremos a estar juntos, a celebrar juntos, a recibir, a reír, a cabrearnos y a llorar, pero lo importante, es ese “juntos” … porque en la Zaragoza de 1808, ese “juntos” marcó la diferencia, marcó nuestra ciudad, y nos ha marcado a nosotros con otro tipo de invasión, contra otro enemigo,