La señal wow

Por Fernando Quilez Fuertes

  • Papa, ¿por qué somos del Zaragoza?
  • Anda despierta al abuelo y que te lo cuente, así estarás quieto un rato.

Allí estaba mi abuelo, resoplando en su sofá, con aquella cara de felicidad que evidenciaba que algo agradable cruzaba por su mente, incluso dormido su rostro era amable, casi me daba pena despertarlo, casi…

  • ¡Abuelo, abuelo! – pobre, que sobresalto – despierta anda, que tengo algo importante que preguntarte.
  • ¿El qué hijo? – intentó espabilarse al verme tan intrigado – ¡qué quieres saber? ¿de donde viene la señal Wow?
  • ¿Qué dices abuelo? – siempre me sorprendía con algo estrafalario, le gustaba intrigarme con temas extraños.
  • La señal Wow, la mandaron unos extraterrestres hace 40 años, pero no han vuelto a decir ni “pio”, seguro que se han dado cuenta lo locos que estamos los humanos.
  • Anda calla, déjate de tontadas, lo que te quiero preguntar es porqué somos del Zaragoza.
  • Buena pregunta, seguro que la señal Wow traía la respuesta, pero ningún humano ha sabido descifrarla todavía.
  • ¡Abuelooooo! – cuando se iba por los cerros de Úbeda no sabía si escucharlo porque siempre me contaba alguna historia curiosa o si estaba evitando contestarme – anda dímelo, es muy importante, mi amigo Joaquín es del Atleti, y el sí que sabe por qué, además dice que han hecho anuncios y todo por la tele.
  • Pues escucha. Somos del Zaragoza porque según la señal Wow el Real Zaragoza nos hizo ver la luz.
  • ¡Ala, venga! No se puede hablar en serio contigo – hice ademán de largarme cuando me cogió por el brazo y me sentó en un taburete a su lado que solía usar para apoyar los pies.
  • Escucha…

hace ya más de 60 años, en el pueblo, una tarde como tantas después del colegio bajamos al rio con mis amigos. Nos encantaba husmear por la orilla del Ebro, siempre a escondidas pues lo teníamos prohibido. El Ebro era traicionero, cuando menos lo esperabas bajaban riadas salvajes. Esa tarde la corriente había arrastrado a la orilla unas piezas de hierro muy raras. Como no, la curiosidad nos llevó a fisgonearlas, tras un rato trajinando con ellas las tiramos al agua. Tan solo conservamos una redonda y plana que nos iba a servir para jugar a las chapas.

   Subimos al pueblo y colocamos la curiosa pieza en el centro de la plazoleta donde solíamos jugar y comenzó el juego. El primero que lanzó fue Aurelio, después le tocó a Julián, apuntó lanzó y al alcanzar la pieza una explosión enorme nos lanzó al aire a los tres que estábamos agachados sobre “aquello” como si fuéramos muñecos de trapos.

Mi abuelo detuvo su relato y se quedó mirando a la nada, parecía que el tiempo se había detenido, ensimismado en su recuerdo estaba paralizado y a mi me recomía la curiosidad.

  • Abuelo, abuelo – lo zarandeé – ¿qué pasó luego?
  • Pasó, pasó… ah sí – volvía del mas allá – un estruendo terrible, salimos despedidos los tres, lo último que recuerdo fue un “pitido” terrible en mis oídos poco antes de perder el conocimiento.
  • ¿Te desmayaste?
  • Por lo que me contaron estuve nueve días “muerto”.
  • ¿Muerto? – no me gustaba como se iba desarrollando la historia.
  • Si, creo que ahora dicen “en coma”. El caso es que estaba en cama sin conocimiento, al parecer respiraba, pero no volvía – mi abuelo había conseguido engancharme con aquella tremenda historia – al noveno día comencé a despertar, me dolía todo, oía cómo me llamaban, ¡Miguel, Miguel!
  • Y… ¿Qué te pasaba abuelo? – de nuevo volvía a evadirse – abuelo, abuelo.
  • Lo peor no era el dolor, lo peor era la oscuridad, miraba a todos lados, pero no veía, me restregaba los ojos intentando quitarme aquella venda que no me dejaba ver, pero aquella venda no existía.
  • ¿Te quedaste ciego abuelo?
  • Así era, me contaron que la bomba, pues eso era aquella maldita pieza que encontramos junto al rio, había destrozado a Julián y que Aurelio apenas había sufrido unos rasguños.
  • ¿Y no veías nada?
  • Nada, era una sensación horrible, continuamente cerraba y abría los ojos esperando que desapareciera aquella maldita oscuridad. Todas mañanas despertaba esperando ver la luz, deseando que todo hubiera sido un mal sueño, miraba donde debía seguir la ventana buscando un mísero rayo de luz en vano. Comencé una romería de visitas por los mejores médicos de Zaragoza, pero siempre volvíamos al pueblo sin resultado alguno. Cuando ya se rindieron mis padres, o sus ahorros ya no daban más de sí, que sería lo mas seguro, me dejaron por imposible. Entonces comenzó lo peor, lo peor no es quedarte ciego, lo peor es perder la esperanza de volver a ver.
  • ¿Eso te pasó a ti abuelo?, pero si ahora ves.
  • Si, “unos meses después no se porqué un día comencé a ver luces, clareaba algo al fondo, no sabía si era mi imaginación, mis ansias por ver o que, hasta que empecé a ver sombras moviéndose. De nuevo comenzó la peregrinación médica sin que avanzara nada, al menos me diagnosticaron lo que producía mi ceguera, unas palabras muy extrañas y al parecer mi última oportunidad era una visita a un médico famoso de Barcelona. Pero apenas ganaba mi padre para vivir, eran los famosos “años del hambre”, y eso que en los pueblos no pasábamos hambre, pero no sobraba un duro. Por las noches oía a mis padres discutir por la forma de sacar el maldito dinero para ir a la consulta a Barcelona y los pobres no encontraban solución. Cuando pierdes un sentido se agudizan los demás y así conseguía escucharlos por las noches desde mi cama.”
  • Y ¿Cómo te curaste abuelo?
  • Ya te lo he dicho por la señal Wow.
  • ¡Ala otra vez la “chorrada” esa!, venga dímelo.
  • un día cogiendo olivas, sentado junto a la zaranda donde solían dejarme, mientras oía la radio, me llegó la señal Wow, habían pasado unos años desde la explosión, me tragaba entero el carrusel deportivo, controlaba todos los partidos, jugadores, equipos, así que un día decidí que una manera de conseguir dinero para ir a la consulta de Barcelona era acertar una quiniela. Me puse manos a la obra, me sellaba las quinielas mi amigo Aurelio el que salió ileso de la bomba, siempre conmigo ayudándome en todo que le pedía. Comenzamos jugando juntos las dos pesetas que constaban las dos columnas y yo pasaba el domingo trabajando en la zaranda escuchando los resultados, siempre nos reuníamos los viernes para rellenar el boleto, discutíamos sobre este o aquel partido, sobre todo los que jugaba el Zaragoza. Yo siempre pronosticaba con el corazón y siempre fallaba, nunca ponía perder al Zaragoza y claro Aurelio estaba hasta el gorro, así que decidimos que en su partido él pondría el resultado. Así llevábamos un tiempo, no cogíamos ningún premio, pero los partidos del Zaragoza los iba acertando Aurelio, hasta que llegó la señal Wow.”
  • Otra vez – empezaba a empalagarme la dichosa señal, aunque esta vez no tuve que decirle a mi abuelo que siguiera, se le veía encantado con su historia.
  • Me acuerdo como si lo viera, y eso que no veía nada –rió su gracia y siguió…

“estábamos rellenando el boleto, tocaba el partido Zaragoza – Barcelona, enseguida Aurelio sentenció “un dos, ¿no esperarás que gane el Zaragoza?”. En ese momento mi permanente oscuridad se interrumpió un instante, vi como un destello, una ráfaga, un chispazo, lo debió notar hasta Aurelio pues me preguntó que me pasaba. Esa era la señal, no podía ser otra cosa, ahí estaba, no sabía cómo explicárselo, tan solo le rogué, le supliqué que me dejara poner el “uno” en ese partido, solo esa vez. Me debió ver tan convencido que accedió y sellamos el boleto con aquel “uno” aunque a regañadientes de Aurelio. Aquel helador domingo de enero, víspera de San Valero creo recordar, como tantos otros domingos escuchaba el carrusel deportivo a la vez que intentaba limpiar las olivas que se despeñaban por la zaranda con mis entumecidas manos. Los resultados iban bastante bien, solo nos fallaba el Oviedo que no conseguía ganar a la Real y, como no, “mi” Zaragoza, nada menos que perdía con el Barcelona 0-2, Aurelio me iba a matar, cualquiera lo aguantaba luego, empezaba ya a caer la tarde y había que ir recogiendo, montamos en el volquete y de camino a casa al lento ritmo que imponía nuestro viejo macho escuché como Benítez, jugador del Zaragoza el año anterior, marcaba en propia puerta el 1-2, al poco marcó Iguarán para el Oviedo y ya teníamos 13 aciertos, mi familia no entendían que me alegrara por el gol asturiano, no quise decir nada pero los nervios me recomían. Llegamos a la almazara y comenzaron a descargar las olivas, seguí escuchando la radio entre las voces y el jaleo. Tan solo quedaban diez minutos para que ganara el Barça en la Romareda cuando acerqué el último saco a la vez que oí a lo lejos el empate de Seminario, cogí la radio y me metí debajo de los paños para poder escuchar el final del partido. El corazón me iba a saltar del pecho, no podía ser que me fallara tan solo el Zaragoza, entonces no se si producto de los nervios o de la tensión acumulada volví a ver otro fogonazo como el viernes anterior, pero no me dio tiempo de pensar en eso pues a la vez oí a Paco Ortiz cantar el gol de Murillo que daba la vuelta al partido y como un resorte salté con los paños encima gritando como un loco cantando el gol, pero no recordé que estaba sobre el volquete y al segundo salto caí al suelo envuelto en paños y sacos ante el estupor de todos los que estaban descargando en la almazara. No paraba de gritar lo que alarmó a todos, no sabía si gritar por el gol de Murillo, por la quiniela o por el intenso dolor que tenía en mi muñeca izquierda. Me rescataron de entre los paños y no paraban de preguntarme donde me dolía para auxiliarme, pero yo seguía cantando el gol y buscando la radio que no sabía donde había ido a parar. “Está loco el pobre”, era lo más suave que escuchaba a mi alrededor, poco a poco se fueron calmando los ánimos, mis padres me ayudaron a sentarme y se asustaron al verme la muñeca, yo sentía dolor, pero no veía como mi brazo izquierdo había quedado retorcido como un “churro”. Me llevaron al médico sin que consiguiera recuperar la radio por más que la pedía, menos mal que estando tumbado ya en la camilla del dispensario apareció Aurelio que me llamaba a gritos, hasta que consiguió entrar y echarse encima mío abrazándome ante el estupor del médico, de mi familia y de un montón de vecinos que nos acompañaban. Fue un momento inolvidable, Aurelio aireando la quiniela gritando “somos ricos” y los demás intentando averiguar que pasaba. A mi no se me ocurría otra que decir mas que “a Barcelona”, “a Barcelona”, solo pensar en volver a ver, era mi último tren, tenía que cogerlo y allí estaba el billete.”

  • Abuelo… – de nuevo estaba colgado y yo sin final de la historia – abuelo, abuelo – insistí – pero ¿te hiciste rico?
  • ¡Que va!, aquella semana debió acertar media España los catorce, eso sí, cogimos un buen pellizco. Aurelio se compró un Renault Caravelle, una maravilla que sacaba 40 caballos decía, y en el que invirtió casi todo el premio. Pero a mi me toco el mayor de los premios, pude ir a la consulta de Barcelona, un mes después me operaban y una soleada mañana de aquella primavera a la vez que caía la última venda caían por mi mejilla las primeras lágrimas de felicidad, la luz iba entrando en mis ojos sin saber que responder al doctor que me preguntaba que veía una y otra vez. No sabía que contestar, me desbordaba aquella sensación de recuperar algo tan grande, tan importante, algo que me había tenido preso mas de diez años, volvía a ver, al principio la cara borrosa de aquel hombre que con su habilidad me había devuelto lo que aquel maldito explosivo se llevó, volvía a ver el rostro envejecido de mis padres. Volví a ver a Aurelio, aquel chico de pantalones cortos, despeinado, con granos en la cara que se había convertido en un tipo enorme, pero con la misma sonrisa al que me abracé como si volviera de un largo viaje.
  • Entonces ¿funcionó la señal esa abuelo?
  • Ya lo creo que funcionó, unos días después Aurelio me llevó a bordo de su Caravelle a la Romareda, entrada de tribuna preferente, bajo la presidencia, nos fumamos un puro enorme, y vimos como Seminario marcaba tres goles al Español con los que sería el “pichichi” aquel año. Desde ese día gracias a la quiniela y gracias a la señal Wow no nos perdimos un partido del Zaragoza, incluso viajamos por esos campos de España con el Caravelle de Aurelio.

Unos días después encontré en internet la explicación de lo que era la señal Wow, mi abuelo me había estado vacilando, según la wikipedia se trataba de una captación de radio que podía tener un origen extraterrestre y haber sido emitida por seres inteligentes, pero fue recibida años después de que mi abuelo recobrara la vista. La imaginación de mi abuelo era algo increíble, lo cierto es que ya había oído en casa que perdió la vista de joven, supongo que sería verdadera parte de la historia que me había contado

  • Hijo, ¿no te he contado cuando volví a sentir la señal Wow? – mi abuelo volvía a la carga.
  • No, dime.
  • Una noche de mayo en Paris, no había manera de ganar a aquellos malditos ingleses, se acababa la prórroga, Linigham despejó un balón de cabeza que fue a Nayim…