Por encima de sus posibilidades

Por Javier García Lapiedra y Javier Martínez Aznar

Salta la alarma. Un sonido desapacible y una luz centelleante recorren la planta mientras se inicia la cuenta atrás en un cronómetro digital: 00:59, 00:58… «Penalti a favor del Albacete en revisión», una voz sin alma informa por el altavoz.

—¡Líneas! ¿Está usted surdo, no oye la alarma? El VAR ha llamado al árbitro de campo. ¡Arréglelo! Dese prisa, tiene un minuto, ya lo sabe —vocifera el director, con medio cuerpo asomado por encima de la barandilla de su despacho, un primer piso en el extremo sur de la sala, donde está anclado el cronómetro.
—Controlado, jefe —responde el Líneas mientras tira del becario, pensado que cualquier día el Piños se cae y acaba de estropearse—. Vámonos, tú.
—¿Controlado? ¡Lo que tendría que estar es realizado! Esta alarma me pone los cabelos da punta. Desde que los partidos van en horarios diferentes nuestra labor debería ser feita con los ojos cerrados. Mueva las piernas como Dios manda, porra.

Salvo excepciones, el personal del Ministerio de la Suerte se nutre de trabajadores que se dedicaron a los espectáculos deportivos lejos de los focos. Operarios que, paradójicamente, rara vez tuvieron suerte en sus carreras. Hay jardineros a los que reemplazaron por el césped artificial, reventas retirados por la policía, vigilantes que no pudieron controlar una avalancha de fans, árbitros de regional…

El Líneas es un claro ejemplo de ello, durante veinte años encaló las líneas de La Romareda, hasta que una lesión en la tercera vertebra lo dejó fuera de combate. Ahora trabaja como funcionario en la Secretaría de Deportes de Equipo, encargado de que los pronósticos del algoritmo se cumplan. El Piños, sin embargo, es una de las excepciones que confirman la regla, ejemplo de quien la práctica del deporte se lo había dado todo y por su mala cabeza ha acabado viviendo de un enchufazo en el Ministerio.

—Oído cocina —le responde el Líneas, con el Almohadillas siguiéndolo a pocos pasos. Antes de cruzar el acceso a la sala interior, se detiene y señala el rótulo junto a la puerta—: «Gestión de resultados, entrada sur», aquí es.

La estancia central es amplia, cuatro paredes de metacrilato traslúcido sin techo ni ventanas entre las que el Líneas se siente como un ratoncillo de laboratorio, recorriendo los terminales mientras un científico loco, en este caso el Piños, calcula cuánto tarda en localizar su recompensa. El becario mira a todas partes, atolondrado por el zumbido de los ordenadores tropieza con los cables que culebrean sobre el parqué como arterias del azar.

—Ándate con ojo, Almohadillas, que te vas a partir la crisma el primer día.

«Incidencia 3.215, incorporando a la base de datos», informa la voz del megáfono que
ahora escuchan amortiguada tras las paredes de metacrilato.

—Ya vamos, ya vamos —murmura el Líneas, señalándole al becario el cronómetro en el balconcillo del jefe: 00:41, 00:40…

En el extremo contrario pueden ver dos paneles de estilo soviético con cuarenta y dos
gráficas de líneas fluctuantes, coloreadas como un semáforo.

—Estos indicadores, llamados umbrales de incertidumbre —explica el Líneas—, marcan en tiempo real la suerte que históricamente acumulan los equipos del fútbol profesional español, mediante un complejo algoritmo en el que se ponderan los resultados de cada una de las temporadas —el Almohadillas lo mira como si le hablara en mandarín—. Por decirlo de manera sencilla, el programa es una especie de compensador del azar, lo que en algunas religiones asiáticas conocen como karma.

Han llegado al terminal que ha provocado la alarma y el becario no parece enterarse de la teoría por lo que el Líneas decide pasar a la acción:

—Atento, Almohadillas, lo primero que haremos será cortar la comunicación del VAR.
—¿Ese tío del balcón no era Ronaldinho?
—Aquí todos tenemos un alias y nosotros lo llamamos el Piños, no tengo ni idea de cuál es su nombre real.

Desde que se instauró el VAR podría decirse que el trabajo del Líneas es más sencillo, cuenta con un tiempo adicional de actuación; aunque también más sofisticado, ahora manipula imágenes.

—Mira, el programa ya te indica: «¿Interrumpir comunicación con el VAR?». Aceptas y te fijas en lo que propone el ordenador. En este caso: «Ratificar penalti contra el Real Zaragoza».
—¿Vamos a pitar penalti por eso? —pregunta el Almohadillas incrédulo, mientras visiona la repetición en uno de los dos televisores del terminal—. ¡Si el que da la patada es el del Alba!
—Por eso vamos a cambiar la imagen. Como puedes ver en las barras —el Líneas apunta hacia los paneles de estilo ruso—, junto al nombre del Zaragoza oscila una barra colorada, ese color quiere decir que tiene la suerte por encima de sus posibilidades. No podemos permitir que puntúe esta jornada. Por ello se eligió a este árbitro de campo que, ante la duda, favorece al equipo de casa en un sesenta y ocho por ciento de ocasiones…
—Por encima de sus posibilidades… ¡Qué mal suena eso!
—Al loro, entre estas carpetas buscas un vídeo que convenga, los hay para cualquier situación, solo recuerda que el elegido será el que vea el trencilla en su monitor. Buscamos en la carpeta de «Derribos para penalti». No te preocupes por los detalles, el programa informático se encarga de colorear las camisetas y de cambiar los rostros de los jugadores. A ver… Este nos servirá: «Penalti por contacto dudoso», pero penalti al fin y al cabo —el Líneas saca la punta de la lengua mientras clica en el documento—. Arrastras el archivo y listo.
—¿Y mientras tanto qué hace el árbitro de campo?
—Normalmente esperar con la mano en el pinganillo, donde escucha una grabación con problemas de cobertura hasta que nosotros colocamos el vídeo. Hay que darse vidilla, ahora nos han sobrado quince segundos.
—¿Por qué ha saltado la alarma, dónde se ha producido el fallo?
—Pues en la intervención del árbitro del VAR. El programa indica que el Zaragoza tiene que perder, si el árbitro de campo señala penalti, aunque no lo sea, es una oportunidad irrenunciable para que el pronóstico se cumpla. No interesa que el VAR pueda modificarla.
—¿Y quién controla eso de las posibilidades? ¿Quién escoge los árbitros y decide qué se señala?
—¿Tú te has leído el temario de acceso?

El Almohadillas baja la mirada avergonzado:

—Primero me prohibieron vender almohadillas porque las tiraban al campo, luego cervezas porque se emborrachaban y, por último, limonadas y pipas por competencia desleal. Desde entonces mi carrera como vendedor ambulante fue cuesta abajo. Gracias a Dios, mi tío, que trabaja en este ministerio como secretario de Deportes Individuales, me recomendó para esta plaza. Como tú dices, un intento de corregirme el karma.
—Bien, no te preocupes, aquí estamos para ayudarnos. Pero escucha, si te pillan cuestionando las decisiones, te despedirán o algo peor. Mira esa vitrina, ahí en el pasillo —señala una urna de cristal con lo que parece una momia precolombina en el interior—. Ese es, o era, el Almozaro, lo descubrieron manipulando el algoritmo en la última jornada del Zaragoza de Chechu Rojo, cuando quedaron cuartos. Le enfundaron la camiseta de PIKOLÍN y lo disecaron, dejándolo a la vista de todos como advertencia. Hazme caso, nada de forofismos. Ten presente que cuanto hacemos aquí queda muy por encima de nuestros gustos y opiniones, además de un honor, es un bien para el país y secreto de estado.
—¡Joder, por eso al final no fuimos a la Champions! —exclama el Almohadillas, a quien algunos detalles del compensador de karmas no le acaban de cuadrar—: ¿A ti te parece justo ese alga-algarro… bueno, como se llame?
—Los resultados deportivos generan estados de ánimo en la población, son una poderosa herramienta. Hace años se pensó que la arbitrariedad del azar debía ser corregida mediante unas reglas más justas. Respóndeme: ¿Puede haber algo más equitativo que un ordenador?
—Pues, ¿supongo que no?
—Entiende esto compañero: si has tenido suerte en el pasado, obtendrás malos resultados en la actualidad y optarás a mejores en el futuro. ¿Lo captas?
—Más o menos, si Dukić falla el penalti, al año siguiente ganan la Copa… Pero ¿por qué el Madrid y el Barça siempre tienen buenos resultados?
—¡Chico listo! Aparte de su potencial deportivo, tantos éxitos son el precio de la marca
España. Para que estos equipos sigan trayendo Champions a nuestras vitrinas patrias, tenemos que alterar de vez en cuando el algoritmo y pasar sus cuotas de mala suerte a otros clubes. ¿Te suenan el Recreativo o el Alcoyano?

Poco satisfecho con la explicación, el becario mira ahora una gráfica asociada al Albacete – Zaragoza que aparece en la esquina inferior del terminal.

—¿Y esto? —señala dos líneas ondulantes.
—La serie histórica de la suerte, similar a los paneles gigantes, pero en pequeño y más detallado. ¿Ves la del Zaragoza? Aquí tiene un pico favorable que es como el Everest, esto lo causó el gol de Nayim en el último segundo de la final de la Recopa. Luego, salvo la final de Sevilla y poco más —añade el Líneas con el dedo en descenso por la línea—, solo ha hecho que acumular desgracias para ir compensando el karma. Según el algoritmo todo este tiempo ha estado por encima de sus posibilidades; bueno, hasta el año pasado en el que determinó que ya le tocaba ascender. ¿Ves aquí, casi al final, como remonta la curva?
—Pero no ascendió.
—No, eso es verdad. Lo tenía a tiro, pero llegó la pandemia y nos hicieron un ERTE, de manera que no vinimos por aquí en meses y la suerte se descontroló. Nada hay más injusto que dejar a la suerte a su libre albedrío. Sin correcciones el Zaragoza no levantó cabeza. Los partidos se le hicieron largos, los jugadores se lesionaron, dieron positivo, perdió un partido tras otro, cinco seguidos en casa. Incluso su máximo goleador tuvo que marcharse antes de que terminara la temporada… Una mala racha sin reconducir truncó las previsiones, un ejemplo del porqué es tan necesario nuestro trabajo.
—Si es así, con tanta desgracia acumulada, este año le tocaría subir a primera. Entonces, no entiendo por qué sigue en rojo. ¿No le estaréis pasando la mala suerte del Farsa y del Mandril?
—Hay una parte que… —el Líneas se interrumpe. El Piños accede a la sala con visita: un hombre con gabardina, guantes y maletín—. Luego te cuento, ese que viene con el director es quien manda en el fútbol español.
—¿Tebas? —dice el Almohadillas girándose hacia ellos.
—Tebas no existe, es un holograma. Ese es el que manda de verdad, le llamamos el Mandamás y se rumorea que es asesor de varias casas de apuestas.
—¿Que Tebas no existe?
—Ya te he dicho que es un holograma y no muy perfeccionado. El Ministerio va mal de pasta y usa un proyector de segunda mano que lo engorda.

El Piños llega hasta la posición de los empleados con el Mandamás a su lado.

—Líneas, aquí tiene los resultados de los demás juegos de la jornada para segunda y primeira. Que no se escape ni un gol —advierte el director general—. ¿Cómo va el becario, se entera?
—Sí, sí, es bastante competente, jefe.

Se produce un silencio incómodo, el zumbido de decenas de refrigeradores resuena en la sala mientras la pareja se retira y ascienden por las escaleras metálicas:

—¡¡¡Pero qué mierda de barras de la suerte ni qué ocho cuartos, si ese gacho es el que dicta los resultados!!! —estalla el becario.
—Shiiiis… no grites, te van a oír.

Suena una nueva alarma en el Albacete – Zaragoza. «Asedio del Zaragoza en el Belmonte». 00:59, 00:58…

—¡Líneas! ¿Alarma controlada? —pregunta el Piños antes de entrar en su despacho—, recuerde que o Zaragoza tiene que perder uno a cero, no la líe. «Incidencia 3.216, incorporando a la base de datos».
—Tranquilo, jefe, todo controlado. El algoritmo habrá activado el campo magnético, como mucho le darán al palo. Vamos a comprobarlo.
—¿Tú sabes que mi abuelo ha muerto con el Zaragoza en segunda? —dice en voz baja el Almohadillas—. ¡Era el socio número cincuenta y cinco! Si no fuera por la pandemia lo habría visto ascender a primera. ¡Y resulta que lo decide un algarrobo! —remarca doblando dos dedos por mano como si le pusiera comillas a la palabra, mientras dirige los ojos hacia arriba, donde están reunidos—. ¡Yo me planto! Si la pandemia sigue así, con la suerte que tiene el Zaragoza igual os hacen otro ERTE y se van a segunda b o como cojones se llame ahora.
—El siglo XXI está lleno de injusticias…
—¿Y no vamos a hacer nada?
—¿Qué podemos hacer, acaso quieres que nos disequen?
—¡Me cagüen sos! ¿Tú no tienes sangre? ¿Es que te han parido en un laboratorio? 00:38, 00:37… «Campo magnético activo en la portería del Albacete». «Confirmar /
Desconectar».
—Una vez cambié un resultado —se defiende el Líneas—, el de la final de los galácticos.
Un partido, si vas con tiento, se puede hacer. Cambiar los de toda una liga es impensable —añade mirando a la momia del Almozaro.
—Algo podrá hacerse. ¿Le mandamos al director una invitación para los carnavales de Río? —sugiere el becario. 00:25, 00:24…
—Están suspendidos…
—Pues yo que sé, que se vaya a ver a Jamelli o al cumple de la hermana de Neymar.
—Déjame pensar…
—¿No puedes quitar la alarma?
—Hay que elegir: confirmar o desconectar —responde el Líneas.

El becario se adelanta y selecciona desconectar, la alarma deja de percutir, el cronómetro se detiene en 00:13.

—¿Qué has hecho? Sin el campo magnético el Zaragoza puede empatar. ¡Ya lleva tres tiros al palo!
—¿Y qué pasaría si marca?
—Pues que estaríamos metidos en un buen lío… —responde el Líneas mientras sigue los pormenores del partido en uno de los monitores del terminal.
Ambos contienen el aliento cuando Narváez chuta dentro del área.
—¡Al palo! ¡No puede ser! ¡Otro tiro al palo! —exclama el Almohadillas. La barra de incertidumbre asciende levemente y se tiñe de ámbar—. ¿¡Cómo puede ser si está desconectado!?
—El libre albedrío de la suerte, compañero, la final de París fue demasiado.