Dignidad vieja, orgullo nuevo | La Lupa

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Real Zaragoza 1-0 SD Huesca

Estuvo muy bien que el Real Zaragoza fuera capaz en su momento de encadenar una serie de seis victorias seguidas, consiguiendo con ello escapar de la zona baja de la tabla. Asimismo, ser capaz de recuperarse tras el pinchazo que supuso caer ante el Sevilla Atlético hace dos semanas. La segunda vuelta del equipo está resultando excelente, con unos números que, extrapolados a una temporada, rondarían la centena de puntos. Algo realmente de arduo sostén y que no deja de ser una curiosidad matemática.

Ha estado muy bien que, y eso lo sabemos ahora, por primera vez en muchos años, en todos los ámbitos del club, desde la directiva hasta la afición, se haya asumido la necesidad de tener paciencia, y se haya actuado en consecuencia, superando dos o tres ocasiones críticas en las que la posibilidad de cambiar de entrenador, fue algo más que una hipótesis.

Está muy bien que el equipo haya crecido y se haya hecho fuerte, que hayan ganado poso todos, empezando por el entrenador, y siguiendo por cada uno de los jugadores, que hayan aprendido a tener confianza, a creer en ellos mismos y a ser un poco mejores cada día que pasa. Todo ello sin duda, decisivo para afrontar un partido tan serio como el que suponía el envite contra la Sociedad Deportiva Huesca, un rival que ha estado al máximo nivel durante casi toda la temporada, que ha mostrado una capacidad futbolística francamente temible, y al que se supo jugar, sin caer en el nerviosismo que la responsabilidad conllevaba ni incurrir en un aplatanamiento que hubiera resultado muy nocivo. Los blanquillos llevaron el control, tanto con balón como sin él, llevando peligro cuando lo tenían y acotando las aproximaciones oscenses al mínimo posible, hasta que en una de las llegadas, el gol de un revenido Ros hincó la espada en la piedra y plantó un marcador que podría haber sido más abultado de haber fructificado las ocasiones finales de Borja, Guti o Toquero.

Y lo que está realmente bien, más allá de todo lo sucedido y de lo que pueda suceder en el futuro, es la sensación de que el Real Zaragoza ha recobrado una vieja condición de dignidad ancestral y sin embargo renovada. La sobrecogedora visión de una Romareda abarrotada y rugiente, como un poderoso y atávico ser que despertase de su letargo, de años de inmundicia deportiva, de barro muerto y errático devenir, es la constancia de que el zaragocismo está más vivo que nunca, en la espera sostenida y paciente, reaccionando generoso a cualquier agitar del fuego de la vida por parte de aquellos que están en la hierba.

Parecen, parecemos los mismos de siempre, pero hay más, muchos más. Unos seguimos y otros muchos están viniendo. Son los nuevos zaragocistas, los jóvenes, los niños, son ellos los que portarán la llama y serán testigos de otras cosas, mejores o peores que las pasadas, que habrán de acontecer en este Real Zaragoza que, dentro de la segunda división, está ahora haciendo lo que por dignidad le corresponde hacer, y ayudando a crecer un poquito cada vez nuestro orgullo: sin prepotencias, con los pies en la tierra, pero sin perder la cara, luchando por ascender.

Por Ron Peter.

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