Lo bueno se hace esperar | La Lupa

Real Zaragoza 1 – 1 Rácing

Cuando las personas se encuentran en los primeros pasos de una nueva etapa, ya sea porque inician un largo viaje, afrontan una relación que se presume gratificante, o se ven ante un proceso del que se esperan sorpresas y recompensas, es la ilusión lo que llena las mochilas, haciendo de combustible vital ante las adversidades. El inicio de una nueva temporada futbolística nos retrotrae al concepto primigenio de inicio de curso, cuando éramos tiernos infantes que acudíamos al colegio en septiembre, presos de esa mezcla de ánimo por estar de nuevo con los compañeros, y de temor por ver de que lado caerían los chuzos dirigidos aviesamente por los maestros y profesores, esos seres tan abyectos que sólo pensaban en inculcarnos el conocimiento en clase, cuando lo que realmente nos gustaba era que llegase la hora del recreo, fuente de solaz y esparcimiento.

Para todos, el inicio de un curso ha sido siempre y continúa siendo hoy, una oportunidad maravillosa de dejar atrás la maleza de nuestro pasado, de empezar con buen pie, sin lastres ni cartas marcadas. En la liga, además, es la ocasión para empezar codeándote con los grandes, puesto que todos empiezan con cero puntos, sin ventajas, sin excusas. Pero este Real Zaragoza de nuestros anhelos, no estuvo atento el primer día del curso, cuando se ponían en juego los primeros tres puntos de valor. Quizás –nos decíamos- la cosa cambie ante la parroquia propia, en el feudo nuestro, y ante un rival de la zona media. Aunque la imagen mejoró ligeramente, tampoco se consiguió el objetivo de esa primera victoria.

El Real Zaragoza empezó mostrándose tocador del balón, con cierta prepotencia típica de equipo local, frente a un contrincante muy concentrado y táctico, consciente de sus carencias y adaptado al medio, cual especie animal superviviente. No vinieron a montar el autobús, pero tampoco dispuestos a perder de vista a ninguno de nuestras figuras. Es curioso observar como disponer de grandes y renombrados jugadores no es garantía de ganar siempre. A veces, un grupo de desconocidos basta para aguarles la fiesta. Esto ha pasado siempre y siempre pasará, puesto que si no fuera así, se acabaría la magia de este deporte, esa excepción milagrera que ensalza lo inesperado y lo convierte en noticia.

A priori, con dos elementos arriba con Oliveira y Diego Milito, era como para imaginar el temor de los defensas cántabros, y como para esperar que aunque sólo fuera por el propio paso del tiempo, el discurrir de las oportunidades terminaría por inclinar la balanza a nuestro favor. Pero el reloj marcaba y la cosa no avanzaba. El engañoso dominio territorial no se traducía en fruto alguno, y el Rácing no mostraba atisbo de nerviosismo. Al contrario, cada minuto quemado era un listón más que le acercaba a su objetivo. Cuando además en una jugada desafortunada y mal gestionada por nuestros defensas, llegó su gol, se acabó la historia. Vuelta a empezar. Si ya era complicado antes tomarse este amargo café, pues toma dos tazas. Solo entonces vimos al equipo volcarse con rabia, con auténticas ganas. Por unos instantes apareció ese rodillo implacable de la voluntad, esa estampida de animal desesperado que sabe que la única huida es hacia delante. Ahí llegó entonces Oliveira, que se ha convertido en los últimos tiempos, en nuestro particular clavo ardiendo al que agarrarnos, para arrancar ese gol que nos da el primer punto.

Mal inicio. El Zaragoza no empezará a dar alegrías hasta que no termine de salir de la pretemporada mental en la que se encuentra, y todos los jugadores alcancen su nivel normal de prestaciones. Ayala, Diogo, Aimar, Diegol, Zapater, entre otros, son jugadores que pueden hacerlo mejor. Si es cuestión de forma física, de conjunción colectiva o de pura fortuna es algo que se irá revelando con el tiempo, pero que confiamos en que se supere. Todos esperábamos que llegase lo bueno este sábado, pero lo bueno, a veces, se hace esperar.

Por Ron Peter

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