Los principios irrenunciables | La Lupa

Real Zaragoza 2 – 1 Osasuna

El título de este artículo tiene un cierto parecido a otros que han encabezado obras literarias de valor, como “Las afinidades electivas” de Goethe o “Las partículas elementales”, del polémico escrito francés Michel Houellebecq. Pero no, su razón de ser no tiene que ver con la literatura sino con una frase-tipo del entrenador zaragocista Víctor Fernández, que suele utilizar con una excesiva profusión.

Personalmente, no me gusta el Víctor Fernández rapsoda, de frases grandilocuentes, un émulo de Valdano en su petulancia verbal. Y tampoco me agrada el Víctor Fernández instalado en la cabezonería de sus ideas atacantes, que propone un sistema difícilmente asimilable en el fútbol físico actual, con un tipo de jugadores livianos, de toque pero sin fuerza. La temporada pasada mejoró mucho mi percepción del mister zaragozano cuando renunció a sus “irrenunciables principios” y tras unas jornadas complicadas, modificó su sistema de juego, pasando del rombo imperfecto a un doble pivote en el mediocentro mucho más lógico.

Pero en esta temporada, con una plantilla supuestamente mejor y más amplia, a Víctor le vuelve a dar un ataque de “superentrenador” y recupera el diamante fracasado en el curso anterior.

En la primera parte del encuentro contra el Osasuna no hubo síntomas de mejora en el fútbol zaragocista, excepto por chispazos individuales de calidad, como el del gol de Matuzalem. El equipo navarro se plantó, como hacen el resto de los equipos, con una presión en el centro del campo suficiente para cortar cualquier atisbo de juego inteligente y combinativo maño. Además, la desastrosa labor defensiva intensificó la sensación de peligro de cualquier ataque osasunista, y así llegó el gol del empate, conseguido bajo la atenta mirada de Ayala y Juanfran, dos perfectas estatuas.

En el descanso Víctor percibió el desastre organizativo y efectúo un cambio en la posición de Matuzalem, que fue decisivo para el triunfo final, centrando su posición junto a la de Luccin. Con ese simple movimiento de piezas bastó para dominar la segunda parte, con un juego más profundo y agresivo, con el brasileño como motor y con Sergio Fernández como baluarte defensivo. El, digamos, “riguroso” penalti señalado por Medina Cantalejo al Osasuna y ejecutado por Diego Milito fue justo premio al esfuerzo zaragocista.

El rombo volvió a fracasar estrepitosamente, porque el principal motivo de su existencia, la libertad de movimientos de Aimar, no produce unos resultados tan espectaculares como para supeditar el rendimiento general del equipo al del jugador argentino. La obcecación del entrenador zaragozano en ciertos conceptos muy pintureros en la pizarra pero escasamente resolutivos en su puesta en práctica resulta desalentadora, pero es lo suficientemente listo para rectificar. Por mi parte espero que vuelva a una disposición del once más racional, como la que puso en práctica en los segundos cuarenta y cinco minutos contra el Osasuna, aunque es evidente que a otros aficionados les puede parecer fantástica esa apuesta por el ataque romboidal, por eso existen tantos entrenadores en potencia en esto del fútbol.

La victoria ante el equipo navarro era necesaria para tranquilizar unos ánimos en el entorno del club que estaban sobresaltados con el flojo inicio de temporada. Lo más positivo de la situación es que prácticamente ningún jugador del equipo está a un nivel normal en su juego, por lo que es de suponer que cuando estén al óptimo, las prestaciones generales serán mucho más importantes. Esperemos que sea así.

Por Jeremy North

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