En busca de la alegría | La Lupa

Real Zaragoza 3 – 0 Getafe

Érase una vez un lugar donde la gente, después de pasarse la semana trabajando, iba a divertirse los domingos viendo a su equipo de fútbol, disfrutando con su juego, y viviendo sus triunfos. Esa arcadia feliz nunca fue permanente, ni la misma para todos. En el interior de cada aficionado, en función de nuestra experiencia vital, reside una pequeña edad dorada que recordar, un nicho de añoranza en el que aliviar las desdichas de un áspero y realista presente. Sean la época de los magníficos, o los Zaraguayos, o el Zaragoza de la Recopa, o simplemente pequeñas y fugaces islas microépicas, como el 6-1 al Real Madrid de hace tres años, en todo caso, son momentos cuya remembranza nos provoca un intenso placer. La ausencia de estos felices lapsos, cuando se prolonga demasiado, provoca una desazón persistente que desemboca en rabia y crispación, o lo que es peor, en atonía y conformismo. Y también en el olvido, en el olvido de que las cosas, de vez en cuando, pueden mejorar.

Después de presenciar el partido contra el Getafe, y sin querer por supuesto incluirlo en el catálogo de partidos excelsos de la Historia, más de uno caímos en la cuenta del tiempo que hacía que no disfrutábamos con el juego del equipo de forma más o menos tranquila. Casi dos años y medio, antes del ominoso año del descenso. Cierto es que la segunda vuelta del año pasado fue un despliegue de victorias, muchas de ellas contundentes, pero siempre estaba el stress del obligatorio ascenso, y la presión de esos rivales que también lo ganaban todo. Esta victoria además de trabajada y merecida, fue saboreada sin agobios.

El Real Zaragoza se impuso a los madrileños de principio a fin. Mostrando enseguida sus armas con los goles de cabeza, se sentaron las bases de un encuentro en el que la estrategia estuvo siempre del lado local. Los rivales tuvieron sus momentos de iniciativa y en la segunda parte lo intentaron con denuedo, pero el partido, que por momentos se volvió vertiginoso, estaba siendo controlado por el Zaragoza de forma muy seria. En ningún momento bajaron la guardia ni perdieron la concentración. Ni aún cerca de final, en esos minutos traicioneros en los que un mal pase te puede derivar a la ruina, hubo resquicio para el Getafe. El tercer gol fue un digno cosido de remate al bello bordado de un partido en el que la parroquia disfrutó, viendo a su equipo jugar con desparpajo, velocidad e investidos de una gran seguridad en sí mismos.

Resulta difícil de creer hasta donde se puede llegar con un plan de trabajo sistemático y adaptable a los cambios que van sucediendo. Marcelino, un día tras otro, se afianza como un excelente entrenador, con sus rarezas –¿quien no las tiene?- , que consigue resultados a base de inteligencia, instinto e insistencia. Los problemas a los que se ha enfrentado este equipo desde que empezó la temporada parecen haber sido diseñados por un equipo de guionistas con mala leche, y aún así, el tema sale adelante. De forma sorprendente, el entrenador, con la defensa del año anterior, probando con éxito a Pulido en el lateral, consolidando a Ponzio junto a Gabi, y posicionando arriba a Abel Aguilar, convierte un conjunto deshilachado y sin garantías de cara al público, en una máquina armoniosa en la que todas las piezas encajan.

El partido dejó, más allá del resultado, una serie de detalles muy visibles. Uno de ellos es la irrupción en escena de una gran jugador: el colombiano Abel Aguilar, que ejerció de todo un poco, de centrocampista avanzado, de conexión con la punta y de antídoto contra la gestación del juego rival. Hizo el hombre tal alarde de poderío fisíco, de cabeza –tanto de pensamiento como de acción- que a poco más le surgen ya los galones de Gran Cacique y se nos aparece sin encomienda previa el espíritu del Gran Poyet. ¡Ay Señor, ténganos cuidado de no perdernos estos tiempos que han de venir si han de ser buenos, y cuídenlo de los males de acechanza, que no le sobrevengan fiebres ni torcimientos!!!

Estamos contentos. Parece que, poco a poco, las nubes que amenazaban se repliegan, y amanece de nuevo. Si se sabe mantener esa confianza, las cosas irán bien. Tenemos un equipo. Van todos a una y eso se nota. No se sabe como, pero hay un equipo, y tienen hambre, quieren ganarse su alma y quieren darnos alegría. ¡Qué bueno!.

Por Ron Peter

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