El salvaje Este | De 5 en 5

Con el polvo pegado a los párpados y la garganta, siempre idéntico el paisaje que le rodea -tierra arrasada en un mundo donde el ganado es más importante que las personas-, el Zaragocismo deambula por un territorio olvidado durante largo tiempo, ahora merecido a pulso. Toda una generación desconocía esta categoría a la que se puede caer por un mal año pero que, bajo la contumaz gestión de Agapito Iglesias, se ha convertido en único horizonte blanquiazul, en ocasiones habitado -como esta temporada- de pleno derecho. Conocemos este campeonato anodino en el que abundan balas cruzadas, ases bajo la mesa y burdeles cochambrosos. Un mundo dantesco con partidos eternos que duran varias jornadas ante rivales intercambiables, donde por menos de un whisky cualquiera recibe plomo en la espalda. A este lugar merodeado por coyotes hemos vuelto; en este salvaje entorno nos movemos. Este de aquí, y no otro, es el mundo al que nos enfrentamos.

El constante coqueteo con la perdición apenas nos otorga ventaja pues la Segunda División es peor aún que la última vez que estuvimos, tanto en mediocridad como en peligrosidad. Sabemos que deportivamente sólo hay dos cuestiones obligadas que, interrelacionadas, otorgan el premio buscado: ganar y saber a qué se juega. No se espera un buen juego -que no se ve desde hace siete años- ni sirve de nada la buena (o mala) suerte de ganar (o perder) partidos de forma esporádica sin saber bien cómo. Con el nivel de esta competición, todos los equipos ganan y pierden ante cualquiera, por ello lo importante es mantener una regularidad a la hora de sumar puntos que sólo se alcanza si uno sabe a qué juega y cómo manejar los partidos. El Real Zaragoza, fiel a su agapitista filosofía de chapuza, improvisación y desconcierto, sigue buscando asentar estos conceptos mientras no deja de dispararse en el pie.

Preguntaba choben_zgz si tras la victoria ante el Tenerife habría cambiado el rumbo y aunque en resultados se ha mejorado el inicio de liga, la naturaleza de su consecución indica que el equipo va de espejismo en espejismo. Si el mundo se divide en dos categorías, los que tienen el revólver cargado y los que cavan, en la Segunda División todos cavan, y más este Real Zaragoza en permanente estado de autoengaño.

De nada sirve compararse con otros equipos cuando lo que nos preocupa es el presente y futuro del nuestro y la palpable realidad es que el dinero destinado a confeccionar una plantilla de garantías para el ascenso fue dilapidado pagando deudas a las que no se supo hacer frente de otra manera. Esto, y el infame estado de la institución que la hace tan poco apetecible a posibles jugadores, ha hecho que no podamos contar con un grupo salvaje, ni siquiera con siete magníficos. En los laterales, sendas reproducciones del Gran Cañón permiten el paso libre; los mediocentros son escopeteros: útiles para disparar desde la parte de atrás pero no para conducir la diligencia; en la delantera no había nada de pólvora hasta la llegada de Henríquez, solo ante el peligro; los balones parados se defienden como colonos sin carromatos, ofreciendo mínima resistencia. La cantera es como una reserva india: a veces sale uno pero rápidamente es devuelto al redil; en estas cinco últimas jornadas, Rico ha tenido un partido y medio, despareciendo después, Ortí quince minutos testimoniales y Tarsi un esperanzado debut de veinticinco minutos que futuros autores de esta sección dirán si encontró continuidad. Mención aparte, como símbolo de la era agapitiana, es la figura del capitán Paredes, esa manta con viruela que se entregaba a los indios y que, por mucho que infecte, siempre habrá alguien que siga diciendo que abriga y en él se cobije. La diferencia es que los indios no lo sabían.

Al final, el plano deportivo es un reflejo del institucional con el que debe cargar y contra el que cualquier aficionado que ame a su club debe luchar. Quienes rigen y muchos de los que rodean al Real Zaragoza, están matándolo, ahondando en su degeneración amparados en intereses espurios. Es frecuente en este mundo ver agentes indios, aquellos encargados de las reservas que se supone que nacieron para defender el bien común pero son la viva encarnación de la corrupción. No faltan ejemplos de gente ruin que a menudo mira por sus intereses particulares, fortaleciendo al enemigo a cambio de un beneficio material aunque puedan ser devorados por él. Tampoco puede faltar, en toda historia que se precie, la figura del periodista borrachín, aquel cobarde que mientras conserve su posición y su forma de vida, se aferra a su botella en su núcleo de bienestar y esconde la cabeza mientras hay alguien cerca para fanfarronear de forma cuasi cómica cuando nadie le oye. Y en medio de este torbellino, la figura nueva de este año: un García Pitarch que vino por un puñado de dólares y muchos temen llegar a decir que se quedó en el club hasta que llegó su hora.

Una cosa tienen en común –cada uno en su ámbito de actuación- los aficionados con los jugadores del Real Zaragoza: cuando tienen la oportunidad de hacer algo positivo, se dejan llevar por el miedo y la inacción para luego lamentarse del resultado. En ese partido continuo de las cinco últimas jornadas, el miedo ha sido el común denominador en una plantilla que busca su sitio y no sabe atar los encuentros.

Si digo partido malo, pudo ganar cualquiera, sí pero no, no pero tampoco, gol y gracias, pánico, puedo estar refiriéndome a cualquiera de los cinco partidos jugados o a todos a la vez. Contra el colista (Castilla) no se mereció ganar y contra el líder (Recreativo) no se mereció perder; las victorias por la mínima pudieron ser derrotas por la mínima y viceversa; el empate fue tan amargo como justo y sólo en la primera parte ante el Mallorca se atisbó una idea de juego adecuada al equipo y bien ejecutada por momentos, hasta Cortés hizo algún buen centro. Dejando de lado la crónica universal y la mención especial para la vergüenza de jugar en ese exilio de la dignidad que es Valdebebas para un club como el nuestro, el período que nos ocupa puede resumirse en: diez puntos de quince; goles encajados a balón parado en los últimos cuatro partidos; reencuentro con los compañeros de descenso, caravana al Oeste incluida; miedo ante el colista quitando al delantero con empate; miedo ante el líder cuando se ve que las cosas no salen; miedo a derrochar la ventaja de 0-3 obtenida, al quedar con uno menos; miedo a no saber qué hacer; miedo a ganar yendo por delante, siendo uno más. No saber controlar finales como el de La Coruña, encerrándonos y sin tener el balón en absoluto, ni gestionar partidos con marcadores ajustados, es una pesada carga fruto de la falta de identidad del equipo. Por ahí pasan las posibilidades de optar al ascenso. No saber a qué jugar y que la balanza caiga de tu lado ocurrirá tantas veces como lo contrario, o al menos no las suficientes para sumar los puntos necesarios.

Cada partido se oye en las crónicas que se ha jugado mejor. No es cierto. Se puede matizar, comentar, comparar, pero al final la conclusión no es que el equipo sepa lo que hace durante los 90 minutos porque cualquier alteración (incluso la falta de ella) en el juego le descoloca y dispara ansiedades, temores y errores que a menor calidad más se pagan. Al frente de este grupo, Paco Herrera, voluntarioso y errático, sigue buscando asentar al equipo por caminos que quizá ni él mismo conoce, a la luz de los bandazos que presenciamos cada semana. Es de esperar que estabilice el grupo en algún momento -siempre empezamos con retraso- para que arrope a los tres jugadores que realmente tienen nivel y lo demuestran: Montañés, lesionado en el último partido, Henríquez, un delantero de verdad, y Víctor, que donde pone el ojo pone la bala.

Pero si algo es necesario en lugares tan remotos como Fort Apache -donde organizar un simple baile era una forma de mantener las tradiciones para no perder nunca la conciencia de su pertenencia-, es recordarse siempre quiénes somos, no perder la identidad, salvaguardarla por encima de todo como nuestro bien más preciado. Son esos valores, esa historia y naturaleza la que nos mantiene vivos e impide perder todo contacto con la realidad. En el actual Real Zaragoza no hay decencia ni respeto por el pasado y aceptar eso es la derrota definitiva antes de la batalla porque entonces no quedará nada, estemos donde estemos. La directiva del club no sólo no fomenta esa identidad si no que la ataca constantemente con la aquiescencia de muchos que prefieren vender whisky a los indios y comerse sus judías.

Así como el amor propio se va perdiendo hasta el punto de considerar normal lo que nunca fue en este club, admitir desprecios a su dignidad y hasta vender sonrisas en el infierno -a unos más caras que a otros-, el espíritu crítico se ve atacado por los dirigentes de la entidad ante un estruendoso silencio cómplice. En la jornada nueve, partido contra la Ponferradina, los empleados del club impidieron la entrada de pancartas a miembros del Movimiento Avispa con los lemas “ZARAGOZA SÍ, AGAPITO NO” y “BASTA DE INFAMIA”. Son muchas las veces que lo han pretendido y muy pocas las que lo han conseguido pues ni la razón ni la ley están de su lado. Esta censura resulta intolerable, especialmente en un recinto municipal, y más todavía en una comunidad pequeña donde todos nos conocemos y el ataque selectivo no encuentra una oposición firme y decidida de la masa. Una masa, por cierto, que sigue sin encontrar en la realidad el reflejo de los datos que acostumbran a dar desde el club. De los abonados zaragocistas esgrimidos por éste con orgullo se puede decir como John Wayne a Henry Fonda: si los ha visto, no son apaches. Nada nuevo. En lo que a la relación con los dirigentes del club se refiere, es bien sabido aquello que decía Johnny Guitar: nunca le doy la mano a un pistolero zurdo. El Movimiento Avispa ha batallado, y sigue haciéndolo, sin contraprestación alguna, ni siquiera los trece dólares al mes de la paga de un soldado de caballería, convencido de la justicia de su causa y ante las actitudes hostiles, soberbias y desesperadas cada uno de ellos puede decir: duermo tranquilo porque mi peor enemigo vela por mí.

Quedan por hacer, respondidas en su mayoría las anteriormente planteadas, cinco preguntas para el siguiente periodo de esta larga liga que ya se hace eterna:

  • ¿Encontrará al fin el equipo un juego definido y sobre todo será capaz de vencer el pánico y controlar los finales de partido?
  • Lesionado Montañés, ¿su baja se notará mucho o muchísimo?
  • ¿Seguirá la directiva intentando censurar a sus aficionados?
  • ¿Cuál será el nuevo achaque que conozcamos de Barkero?
  • La muerte tenía un precio, el club también ¿lo dará Agapito de una vez?

Ajustadas las cinchas y dispuesto el sable, no dejamos de continuar nuestro camino en esta liga a un punto del sexto, dos del segundo y cuatro del decimonoveno; donde el decimosexto está a tiro de play-off y desde el noveno quedan a tiro de descenso. Un campeonato salvaje, este. Pasarán meses hasta que puedan definirse las verdaderas aspiraciones de cada uno y, pase lo que pase, lo más épico que podrá decirse de nuestros jugadores es que… jugaron con las botas puestas.

Por Hidalgo

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