Estoy leyendo “Zaraguayos, reyes sin corona”, el magnífico libro de Rafael Rojas (Ed. Doce Robles) imprescindible en cualquier corazón zaragocista. En sus páginas queda grabada para siempre la vida de un equipo de leyenda que tocó el cielo con su talento, aunque la Historia se negó a concederle la gloria de ningún título. En la página 35 se puede leer: “Volver a Primera supone para mí tanto como cuando debuté, porque es una cuestión de amor propio”. Estas palabras nos las regaló en 1972 José Luis Violeta, el hombre que rechazó una oferta del Real Madrid porque José Ángel Zalba le pidió que se quedara para recuperar el camino a la gloria perdida. Y lo consiguió. Memoria eterna.
Hoy, cincuenta años después soportamos la miseria de un equipo que ayer nos asestó una puñalada de vergüenza que no nos merecemos. Eso sí, por mucho menos la Romareda en otros tiempos habría estallado indignada y le habría hecho saber al mundo que así no, almohadillas alfombrando el césped mediante.
En fin, vamos a lo nuestro, a lo que desde hace quince años dedico mi tiempo libre por amor a un escudo que dibujó mi niñez y atormenta mi madurez. Hablemos de un partido que nació con una extraña alineación que los sabios del balón, armados de metadatos, sabrán explicar pero que el aficionado de a pie, de tranvía o autobús no alcanza a comprender. Porque difícil es entender un juego con tres centrales en un equipo que no ha jugado así ni una sola vez, usted perdone si me equivoco. Y difícil es comprender que tras cuatro partidos en el casillero haya solo dos puntos, señal inequívoca de plan errado, de proyecto con mirada de fracaso.
La primera parte comenzó con cierto brío en el ataque blanquillo pero muy poco brillo en su pericia goleadora. Mucho petardeo pero muy poco fuego. Y la extraña ubicación en lugares inhóspitos para varios jugadores. Porque Francés es un extraordinario central pero un mediocre lateral; porque Gámez es un buen lateral, pero un escaso volante; porque Eugeni es un adecuado mediopunta pero un estéril gobernante. Y así, con el equipo destornillado de una realidad conocida, acabamos es una fantasía desconocida.
Durante quince minutos hubo varias acciones próximas al espejismo, pero ninguno de los remates tenía la energía necesaria para convertir. Giuliano, Jair y Bermejo quisieron ser protagonistas, pero su falta de tino y las manoplas de Whalley fueron suficientes para evitar el gol. Después, durante más de treinta minutos el partido llegó a ser un páramo de ideas, de ineptitud y de hastío. Hasta el minuto 42. En ese punto un centro lateral del Lugo lo remató Chris Torres de cabezazo casi imposible parar dar con el cuero en el larguero del Cristian. Un susto de esos que no se esperan porque el contrario no ha mostrado argumentos para casi nada pero que sirven para recordarnos que en fútbol cualquier gesto nos lleva al abismo o a la cumbre. Y ambas circunstancias se dieron.
Pocos minutos después un barullo en el área del equipo gallego fue resuelto de impecable derechazo por Giuiliano. Celebración orgiástica, alegría desmedida y suspense inesperado por supuesta mano de Gámez. Se repetía la escena de Cartagena aunque ahora a nuestro favor. Eso sí: a la inquietud de cualquier decisión VAR hubo que añadir el fallo técnico de la pantalla, hecho que propició que prevaleciese el criterio del árbitro. Gol para el Zaragoza y, claro, repetición del júbilo.
Se reanudó el partido con la entrada de Vada por Eugeni y una gran ocasión que Giuliano emborronó con un remate de cabeza con todo a favor que se fue fuera. Habría sido el 2-0 y la tranquilidad, si se puede estar tranquilo con este Zaragoza. Pero no, como diría Víctor Muñoz. Todo lo que podía haber sido no fue y lo que no tenía que ocurrir, sucedió. Un centro lateral arrimó la quilla del Lugo a la orilla aragonesa y allí el balón bailó una danza irrepetible por estúpida e improbable. Un mal remate, un rebote absurdo, un cabezazo de alevín y un golpeo en la cabeza de Jair para entrar en la portería de un descolocado Cristian. Uno de esos goles para las antologías de las redes.
El partido se dio la vuelta sobre sí mismo. Los cambios del Lugo demostraban que el empate les iba muy bien, si bien en ningún caso renunciaron al contragolpe, herramienta que manejan con destreza. Uno de ellos nos enseñó de qué iba la peli. Fue una escapada de Cuéllar, que llegó a llamar a la puerta del portero argentino aunque su disparo final salió desviado. Un bonito regalo que todos aceptamos con gran alivio. Esta acción pareció activar los mecanismos del míster riojano del Zaragoza, que puso en el césped a Mollejo y Larra, dos cambios ya clásicos que apuntan a convertirse en habituales. Su decisión no aportó soluciones a un equipo atorado, falto de luz y luces, mientras que el Lugo pareció encontrar la llave de la búsqueda de la victoria. Cierre de senderos, recuperación magnética y lanzaderas hacia la portería local. Con eso, el edificio del león entraba en colapso. Moyano y Señé lo intentaron, pero erraron cuando el silencio de la Basílica auguraba la tragedia. Ahí pareció reaccionar la grada, preocupada, incluso aterrada ante lo que se adivinaba.
Los locales solo tenían corazón, pero casi sin latido. Ni la entrada del esperado Gueye ante la increíble ilusión de la hinchada pudo arreglar el estropicio. Desmesurada la ovación de bienvenida. Alguien debería decirle a la gente que quien pisó el verde de la Romareda no era Dwamena, por mucho que nos lo recuerde. Como mucho, tenemos a un tanque, a un portento físico, pero nos tiene que demostrar muchas cosas para llegar a convertirse en la referencia que necesita el equipo. Antes al contrario, el equipo de Hernán Pérez siguió con su plan y a punto estuvo de rubricar el desastre Baena, pero lo que hizo fue ampliar la lista de fallos clamorosos.
Todo apuntaba al empate. Todo: la falta de puntería, los innumerables errores, los goles fallados. Sin embargo, he aquí que de nuevo recordamos que estamos hablando de fútbol. En el minuto 97 Chris Ramos recogió un balón huérfano, aguantó la entrada de Jair en carrera, se encontró de bruces con Cristian, que pasaba por allí y según caía enganchó un chut raso y rectilíneo que entró en la portería del Zaragoza. Sí, sí: Cristian. Él también se apuntó a la fiesta de la fragilidad de los mortales.
Real Zaragoza:
Cristian Álvarez; Francés, Lluís López (Mollejo, 62), Jair, Nieto; Gámez (Larrazabal, 62), Molina (Petrovic, 83), Francho; Bermejo (Gueye, 73); Eugeni (Vada, 46); y Simeone.
CD Lugo:
Whalley; Loureiro, Jesús Fernández, Lozano (El Hacen, 79), Zé Ricardo; Xavi Torres,Clavería; Cuéllar (Baena, 83), Señé, Chris Ramos; y Barreiro.
Goles:
1-0, min. 45+2: Simeone. 1-1, min. 56: Chis Ramos. 1-2, min. 97: Chris Ramos.
Árbitro:
Hernández Maeso (Comité Extremeño). Amonestó a Eugeni (20), Nieto (68), Lozano (79) y Francés (85).
Incidencias:
Partido de la Jornada 04 de LaLiga SmartBank 2022-23 disputado en La Romareda, con 20.000 espectadores.
Cristian: 1. No estuvo. Su salida, un grave error.
Francés: 1. De nuevo le obligan a jugar mal.
Lluís López: 1. Desubicado.
Jair: 1. No supo a qué jugar.
Nieto: 2. Buena primera parte para luego flaquear.
Manu Molina: 1. No se encuentra. Muy preocupante.
Gámez: 1. Él no sabe jugar a lo que no sabe jugar.
Eugeni: 1. Fallido partido.
Francho: 1. Tuvo lagunas físicas.
Bermejo: 2. Muy presente al principio. Luego se difuminó.
Giuliano: 3. El mejor. Luchó, actuó y goleó.
Mollejo: 1. No ha encontrado la brújula.
Vada: 1. Muy desordenado.
Larrazabal: 1. Jugó a nada. Despistado.
Petrovic: 1. No es el ancla que necesita el equipo.
Gueye: 1. Salió y corrió. Y ya.
por arrúa 10 (Real Zaragoza, Aire Azul)
@japbello