Un cuerpo exánime | La Lupa

Real Zaragoza 1 – 1 Getafe

La historia se repite, la historia interminable. Nada cambia, nada se destruye y nada se transforma. Tenemos un partido de fútbol o algo semejante; uno de los conjuntos es el Real Zaragoza y el otro puede ser cualquiera, este domingo fue el Getafe. El rival de turno es un equipo trabajado, ordenado, con las líneas muy juntas, fuerte táctica y físicamente. No hace falta que sea creativo, le basta con presionar con vigor para dificultar las evoluciones de los zaragocistas y, con el paso de los minutos, esperar nuestro habitual bajón físico para matar el partido. Esto sucede una y otra vez, como un bucle pesado y machacón, y el del Getafe fue un capítulo más de la caída libre hacía el cadalso del Real Zaragoza, que transmite a la perfección la agonía que sufre un cuerpo exánime que sigue respirando sólo por el deber con la naturaleza de la liga española.

En la primera parte hubo igualdad, un reparto de juego algo insulso, aunque se vislumbraba mejor engranaje táctico en el equipo madrileño, que frecuentaba las inmediaciones de César con bastante facilidad. En la segunda parte el dominio factible se convirtió en visible y fue un monólogo de superioridad de los jugadores dirigidos por un gran entrenador, Michael Laudrup. Aún así, su puesta en ventaja se debió a un fallo lamentable de Juanfran, indigno de un jugador profesional, pero el “Pato” Abbondanzieri, un guardameta peculiar de la escuela del “Loco” Gatti, quiso dejar huella en su visita a Zaragoza y su “patochada”, unida a la pillería de D´Alessandro, sirvió para empatar un partido e impedir que el descenso al averno de la clasificación sea más veloz.

El equipo es un caos: la defensa defiende muy pegada a César, los medioscentros, a pesar del trote incesante de Zapater, ni atacan ni defienden, los interiores tienen mucha distancia con los dos delanteros, que a pesar del número no sirven como referencia atacante. En resumidas cuentas, el Real Zaragoza juega muy largo cuando debería juntar mucho más sus líneas, en especial cuando la retaguardia está cogida con alfileres por las múltiples lesiones y necesita más cobertura del resto del equipo. Pero éste es sólo uno de los muchísimos defectos que se están detectando partido tras partido y así hasta trece de liga y tres de las diferentes copas, como la nefasta preparación física, la descoordinación entre los puntas, la falta de hombres de banda, la desatención defensiva en los balones aéreos, etc., etc.

El crédito de Víctor Fernández está agotado. Seguirá en el puesto porque sus cuatro años de contrato hacen inviable y costosísimo su cese, salvo hecatombe en forma de descenso. Además se debe reconocer que cuenta con el apoyo de una buena parte de la afición, que recuerda mucho mejor su glorioso y lejano pasado que su raquítico presente. Pero su labor en esta temporada tiene el triste aroma del fracaso, de un entrenador sobrevalorado que permanece con las tácticas de los años 80-90, con su sabor a fútbol de “qualité” y no se adapta al mundo del fútbol físico del siglo XXI. Sólo queda esperar y rezar para que en algún momento tenga la lucidez necesaria y acierte en alguna de las muchas combinaciones que está probando sin éxito alguno. Y lo celebraremos todos, seguro.

Eso sí, Víctor no es el único culpable de esta lamentable situación, ni siquiera el principal. Quizás ha llegado el momento de preguntarnos el porqué está fracasando un supuesto proyecto (palabra muy manida en el mundo del fútbol para justificar los errores a corto plazo), que ha jugado en gran medida con la ilusión (y con el bolsillo) de los aficionados para que tengamos más de lo mismo, mediocridad e indiferencia. Eso sí, con todos los precios más caros y con jugadores mejor pagados. Pero también celebraremos a lo grande si se demuestra que lo que nos ofrecían para ilusionarnos era algo serio y no pura filfa.

Por Jeremy North

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