El silencio de los corderos | La Lupa

FC Barcelona 4 – 1 Real Zaragoza

Enfrentarse dialécticamente a un psiquiatra asesino y sociópata no debe ser plato de buen gusto para nadie. Así podría atestiguarlo la pobre Clarice quien, en la primera parte del afamado largometraje “El silencio de los corderos”, veía como el Doctor Hannibal Lecter le ayudaba a aflorar dormidos terrores infantiles, mostrándole el camino hacia su pesadilla más personal, en la que los corderitos seleccionados para ser sacrificados por su tío el granjero chillaban ante la proximidad de la muerte. El silencio que sobrevenía a los chillidos era el inequívoco signo de que había llegado el fin para el animal cuya garganta había dejado de albergar ningún afán. El silencio de los corderos. Un silencio sepulcral, una ausencia de vida. El resto de corderos aún vivos permanece en silencio, ignorantes de su naturaleza de víctimas, incapaces de la mínima rebelión o iniciativa. Hace muchos años que no recuerdo a un Real Zaragoza tan parecido a un rebaño de corderos en un matadero, incapaces de reaccionar ante los vaivenes de la cuchilla del matarife.

Todo el mundo sabe de la superioridad teórica de los equipos grandes sobre el resto de conjuntos en la liga, pero siempre existe un atisbo para la esperanza, y además a veces, se consigue alterar el ritmo de los pronósticos, combinando los propios recursos con un análisis de los defectos del rival, y también con algo de fortuna. Pero aún así, todo el mundo asume que lo lógico es caer derrotado. Pero no así, de esta manera tan triste como hemos visto en este miércoles infausto. Casi sin dar tiempo a asentarse, cayó el primer gol en contra. Una jugada de tantas que tiene el Barcelona muy practicadas, ayudada por cierta fortuna en los rechaces, sirvió para poner en evidencia a una defensa mal colocada y sin ninguna anticipación. El empate de Zapater, que podría haber contribuido a ayudar al equipo a asentarse y a ralentizar el juego empezando de nuevo, fue muy pronto neutralizado con otro gol en contra, similar al primero.

En ningún momento el Zaragoza supo cómo jugar este partido. No hubo equipo, no hubo juego de conjunto. No hubo táctica alguna, y si la había previamente sobre el papel, fue como un concepto vaporoso que las individualidades no supieron nunca materializar. La premura de los goles en contra ayudó sin duda a tal desbarajuste, pero aún así llevar dos goles en contra no es una situación tan rara en la liga española. Hay que saber jugar así, hay que saber qué hacer, y ni los jugadores ni el entrenador supieron. Ya se sabe cómo juega el Barcelona, ya se sabe cómo juega Messi. ¿Por qué esa falta de presión en el centro del campo? ¿Por qué esa falta de anticipación en defensa? ¿Es que no hay videos? Siempre que el Barcelona entra por el centro hay jugadores cayendo rápidos por banda buscando la espalda de los defensas, para luego revertir el balón hacia el centro. ¿Por qué les resultó tan fácil entrar?

Aunque estas preguntas tuvieran respuesta todavía nos quedará por resolver el enigma de la actitud, de la falta de conjunción colectiva. Durante la primera parte no se robaron balones, y cuando se tenían, no había desmarques, no había amigos buscando el hueco. Mientras tanto, los jugadores blaugranas, que ganaban 3 a 1, corrían sin balón, se desmarcaban ampliando espacios y mostraban una motivación que invita a mirar sin duda a los banquillos. Enfrente un equipo trabajado tácticamente y anímicamente. El nuestro, entretanto, mostrándose como un viejo vestido de fiesta, tejido en torno a un supuesto gran jugador que no se manifiesta, y arrastrando por los campos de España sus cada vez más frecuentes hilachos. ¿Dónde vas, Victor Fernández, con jugadores y sin equipo?

Si tras el día de hoy quedase algún resquicio para el optimismo, doy fé de que es difícil verlo. A la pobre impresión dejada hoy –no olvidemos que el resultado podría haber sido mucho peor de no ser por César y el perdón del Barcelona-, hay que añadir la lesión de Matuzalem, obra y gracia de una de esas bestias pardas que los tratantes de futbolistas aportan de vez en cuando a la liga española y que sueltan en los partidos a ver a quien pilla. Menudo sujeto.

Cinco partidos, y el cielo, que era azul, se cubre ya de espesas nubes. No importaría el chaparrón de hoy si saliera pronto el sol, pero el problema es que no se ve, y el tiempo corre en nuestra contra. Demasiado pronto quizás, antes de lo esperado, va a llegar, ya está aquí, la primera hora de la verdad de la temporada.

Por Ron Peter

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