El triunfo de la voluntad | La Lupa

Real Zaragoza 1 – 0 Dep. Coruña

Hace pocas semanas y desde esta misma casa, se promovió la publicación de un cómic que recogiese un resumen de los 75 años de Historia del Real Zaragoza. Obviamente, y dadas las limitaciones de espacio, los guionistas hubieron de seleccionar anécdotas y situaciones representativas de la vida del club. Momentos de todo tipo que dejaron huella en las memorias de los aficionados. La Historia no es algo estático y cerrado, no al menos mientras exista el equipo, y entretanto así sea, seguirán sucediendo cosas que producirán impacto en nuestros ánimos, cosas de esas que no siempre suceden en una temporada. Algo de eso ocurrió el sábado en La Romareda. En uno más de los enfrentamientos agónicos que jalonan este fin de campaña que estamos viviendo, el Real Zaragoza nos obsequió con un encuentro trepidante, de lucha constante, de abnegación por el triunfo, de esfuerzo ímprobo, de resistencia al conformismo del empate, de fé en una victoria final que resultase el fulminante de una catarsis colectiva de emoción, alegría y satisfacción ante el triunfo de la justicia en el fútbol y en la vida.

Muchas cosas sucedieron aquel día. Tantas, que hablar del partido desde el punto de vista técnico se antoja una frivolidad digna de un impasible forense. El partido fue en sí mismo un derroche de pasión y de fuerza, tanto en el césped como en las gradas. Pocas veces se ha vivido un ambiente tan denso en un partido de liga. Se respiraba antes del inicio esa sensación de final copera, de luchar para vencer, sin contemplaciones ni especulaciones. La derrota no se consideraba pues suponía el fin. Desde el primer momento Villanova sacó sus cartas con la habilidad y la veterana sapiencia de quien conoce sus recursos y se la juega. Temblores de estupor recorrían la grada al pensar en como el equipo, que a lo largo de la temporada había demostrado una trémula capacidad física, salía con su centro de campo más blandito, con Matuzalem, Celades y Aimar, sin Luccin y con Zapater en el lateral. Además de eso, los tres delanteros titulares al unísono. Estaba claro: vencer o morir, no había más. Ya fuese por astucia o por desesperación, el viejo león se encomendaba al oficio del gol temprano y al aguantar. Ya vendrían después los cambios.

Pero el gol temprano no llegó, y hubo que seguir intentándolo una y otra vez. Con la entereza del soldado aguerrido, todos los jugadores se entregaron al máximo para la gesta, unas veces con calma, muchas otras con premura, con las prisas de quien quiere resolver rápido, de quien siente que ha de correr porque tras él se abre la tierra y se traga lo que encuentra. Las ocasiones llegaron, a pesar del entramado defensivo de los gallegos, pero siempre terminaban en vano: el poste, el portero, el desacierto, cuando no era uno, era otro. Conforme pasaban los minutos, aumentaba la angustia de un público sobrecogido, testigo de la injusticia suprema que en fútbol premia lo casual y margina el acopio de méritos, como dicen que hacen los dioses caprichosos. Nunca como hoy hizo el Real Zaragoza un partido de tanto corazón, nunca hicieron tanta falta los puntos, y nunca resultó tan esquiva la fortuna, pero…

Pero allí donde no llegan ya en orden ni la cabeza ni las piernas, llega la voluntad, motor indestructible de las acciones humanas. El deseo de victoria era más fuerte que nunca y esta premió a aquellos que en ella creyeron hasta el final. Ilustrarán esto las imágenes de Diego Milito en el límite de sus fuerzas, de un Zapater impulsor una y otra vez de las incursiones ofensivas, de un Sergio García bregando de continuo, y de Ayala marcando ese gol que desataba la euforia y la mirada al cielo.

Es increíble lo que ha hecho Villanova con este equipo. Una plantilla con los nervios de cristal, desestabilizada por las decisiones de unos y de otros, con una preparación física mejorable, y mermada en número por lesiones y ausencias no reemplazadas, se ha convertido en un grupo unido, que crece día a día y que gana confianza a cada paso, que se sabe aupada por su afición, y que demuestra que tiene orgullo, que no se resigna al descenso, que quiere luchar y que sabe sufrir. Ojalá pudiésemos decir que el objetivo se ha alcanzado y que estamos salvados, pero aún quedan tres jornadas de liga en las que deberemos ser mejores que nuestros rivales. En todo caso, y aunque tarde, el Real Zaragoza parece haber encontrado el camino.

Por Ron Peter

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