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Sevilla Atl. 0 – 4 Real Zaragoza

Siempre resulta subyugante la frialdad con la que los matones de las películas americanas asumen los siniestros encargos de sus jefes. Unas veces la comanda se produce de forma explícita, como cuando en “El honor de los Prizzi”, Jack Nicholson escucha a los que mandan decirle que hay un par de tipos que están estafando a la familia, y que debe matarlos; hasta la forma sutil y prácticamente imperceptible en que, en “El Padrino II”, Michael (Corleone, por supuesto) gira la cabeza hacia su asesino de confianza, cuando se encuentran todos asistiendo a un espectáculo, en el momento en que se da cuenta de que su hermano Fredo le ha mentido. Esta gente son profesionales, y suelen preparar bien las cosas –les va la vida en ello- aunque la víctima sea aparentemente un caramelillo. El Real Zaragoza se presentó en Sevilla como un asesino poderoso pero chapucero, alejado de la pulcritud y perfección que todos le deseamos, pero con una conciencia inquebrantable del deber. Había que ganar al Sevilla Atlético, y punto pelota.

Tantas veces escuchadas estas frases de que si hay que romper la racha, que si hay que ganar de una vez, etc en los partidos como visitante, de nuevo sonaban como manido tópico, con el agravante emocional de acercarnos cada vez más al aniversario del último buen resultado fuera de casa, y con el condimento extra de tener que solventar semejante papeleta ni más ni menos que con el equipo filial de un equipo de primera división. Para los más dignos, una humillación necesaria, para todos un mal trago ineludible. Con los filiales ya se sabe, son mayormente jugadores en tierna mocedad, pero con hechuras técnicas no desdeñables, pues si no, no estarían donde están, que sus méritos habrán contraído. Más fueron los defectos que las virtudes los mostrados por el equipo sevillano, y por ahí supo colarse el equipo aragonés.

Ambos contendientes empezaron el partido con cierto empanamiento defensivo. Por parte del Zaragoza, el que ya conocemos, y por parte del Sevilla Atlético, debido sin duda a la falta de veteranía y al, por qué no decirlo, temor que suscita a un defensa, tener que lidiar con un delantero como Oliveira, que fue quien aprovechó la primera y única ocasión zaragocista hasta ese momento. Pronto llegó el segundo y los pobres chicos Hispalenses no daban una. Fallos en el último metro, e incluso un penalti marrado, fueron factores de suerte que se aliaron con nosotros. Ante tal tesitura, el Real Zaragoza solía últimamente relajarse y a verlas venir, pero esta vez no sucedió. Ya fuera por la poca capacidad de presión de los rivales o por la propia concienciación alimentada a base de gritos por el inefable Marcelino, el equipo se mantuvo sin descomponerse hasta obtener un tercero y un cuarto goles que vienen como agua de mayo.

El equipo crece poco a poco. López Vallejo, nuestro portero, se reivindicó satisfactoriamente. Oliveira confirma lo que ya se sabe de él: que es la referencia ofensiva, Zapater se asienta, y todos son piña. Fue un resultado espléndido: una victoria como visitante que rompe la negativa racha, una demostración de superioridad contra un filial como se debía suponer, y un toque de mando en la categoría que dice a todo el mundo que ahí estamos.

Con esta octava jornada, se cumplen los dos meses que algunos le dábamos a Marcelino para que demostrase cosas y para que enderezase la cuestión tras una vana pretemporada, dos meses que eran el remedio para la impaciencia y la esperanza de todos. Bien, no se ha visto más que a ráfagas al equipo fulgurante que queremos, sigue habiendo cierta inseguridad en la defensa, pero el carril ya está cogido. Cuatro victorias en los últimos cinco partidos, y el golpe de moral de verse ya en puestos de ascenso son elementos que deben ser considerados por su lado positivo. Lo que importará al final son los resultados, y de momento van saliendo. Ahora hay que seguir, sin falsas confianzas y trabajando el día a día. Hay muchísimos equipos apiñados en tres puntos y habrá que seguir luchando por proyectarse hacia arriba.

Por Ron Peter

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