Billete a la esperanza | La Lupa

Tenerife 1 – 3 Real Zaragoza

Lo primero de todo, la sensación de alivio. Que ya era hora. Tras casi tres meses, por fin una victoria. Tras dos años y cuarto, por fin una victoria fuera de casa en primera división. Tras mucho tiempo, tanto que ni se recuerda, la fortuna tiende una mano al equipo, y éste la acepta y la aprovecha. Un soplo de oxígeno para el desesperado ¿quizás el deseado milagro que Gay buscaba?. Tras muchas semanas, algunos volvemos a mirar con atención el teletexto y a hacer cuentas. Para nuestro asombro, hay fútbol allá arriba, hay más equipos, hay una liga. Hay toda una segunda vuelta por jugar. Tras un tiempo de ausencia y de dolores, vuelve la esperanza y por fin llega un lunes para ir contento al trabajo. Que insisto, hora era ya.

La fortuna. La que fuera diosa en los tiempos antiguos, reconvertida en fenómeno de estudio para filósofos y científicos, objeto de disquisiciones sobre el azar y la necesidad, sobre si Dios juega a los dados o no, sobre si el desarrollo del universo responde a un objetivo planeado (aunque incognoscible) o es fruto de la casualidad. Resumiendo, que lo que tiene que ser, será, y lo de Arizmendi fue penalti. Y ahí cambió el signo de las cosas.

Tras el alivio, la reflexión. Todo el partido anterior a la jugada del penalti tuvo como dueño al Tenerife. De haber sido un equipo más resolutivo, con una delantera más punzante, o de no haber estado nuestro portero tan acertado, el rival se hubiera llevado el encuentro con facilidad y ahora estaríamos hablando de un nuevo fracaso. El problema estuvo sobre todo en el centro del campo, que apenas ejerció. En cuanto al ataque, el número de acercamientos zaragocistas fue, simplemente, paupérrimo. Pero el problema era general, del equipo entero.

El Real Zaragoza actual recuerda a esos colectivos típicos de cómic o de película de acción en los que al principio del hilo narrativo alguien decide reclutar a unos cuantos individuos, cada uno de pelaje y hechuras diferentes, provenientes de las cuatro puntas del mundo, a los que se les congrega en aras de un objetivo común. (“La gran evasión”, “Los siete magníficos”, “Evasión o victoria”, “El pelotón chiflado”, etc…) Al principio, el grupo no dará pie con bola, en un derroche de quejumbre y caos, para acabar logrando, contra todo pronóstico, el fin deseado. Y así fue, al menos este domingo, en el que pudimos ver como de repente, ante el estupor de todos, un equipo efervescente y en busca de estructura, cristaliza en dos jugadas y deja hundido a un contrincante directo. Es una victoria de un valor altísimo, por los tres puntos que ganas y no dejas ganar al rival y por la carga anímica que supone dejar de perder. Además, no se deja margen a los recién llegados para que se contagien de las penurias pasadas.

De los jugadores nuevos, Contini nos devuelve la imagen de un defensa sobrio y contundente, de toda la vida. Atención, colocación, anticipación. Colunga mostró un destello de calidad que fue decisivo para marcar un gol. Suazo se va haciendo a los demás, y los demás a él. Jarosik seguro que tendrá días mejores, pero es muy aprovechable y Eliseu puede ayudar mucho al equipo. Todos, nuevos y antiguos, deberán trabajar en común para sacar esto adelante. El destino está por escribir y realmente, es difícil crearse una expectativa todavía. Han de seguir acoplándose. En ese sentido, la idea de la miniconcentración previa fue realmente positiva.

A Agapito Iglesias, máximo responsable autodeclarado de la situación actual del equipo, se le pueden reprochar muchas cosas, sobre todo el no haber sido capaz de discernir la realidad palmaria y siempre demostrada de que existe un salto cualitativo no desdeñable entre la segunda división y la primera, o aún habiendo sido capaz de ello, no haber aplicado durante el verano las medidas destinadas a reforzar más o reconstruir el equipo. Las culpas al maestro armero Marcelino se antojan excusas volátiles, y tan solo las razones económicas sostienen el argumento de la desafortunada gestión estival. En los últimas semanas el máximo mandatario ha tomado el camino de la catarsis y tras destituir al entrenador y provocar un baile en las estructuras directivas, ha tratado de acercarse a la afición, y se ha aplicado con denuedo en la contratación de nuevos jugadores en tal cantidad que casi suponen un conjunto nuevo. Aún es pronto para saber si las medidas darán resultado, pero lo cierto es que algo había que hacer.

La victoria en Tenerife es un billete al tren de la esperanza, e indica un camino a seguir. Sin duda nos devuelve al recuerdo de ese otro tren hacia Logroño, de hace doce temporadas, cuando vivíamos un apuro similar. En ese tren estábamos, agitando nuestras banderas. Entonces se consiguió hacer una segunda vuelta magnífica y permanecer en primera. Este año hay que luchar por lo mismo. A Agapito solo le quedaría entonces devolvernos el escudo que había en esas banderas. Aunque esa es otra batalla.

Por Ron Peter

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