La grandeza del fracaso | La Lupa

Real Zaragoza 1 – 2 Real Madrid

Cuando se piensa en grandes contiendas, ya sea de tipo militar o deportivo, o en retos personales de naturaleza individual, la Historia se encarga de recordar sobre todo a los triunfadores, a aquellos que vencieron en la gesta, a los que derrotaron al enemigo o a los que se superaron a sí mismos. La Historia, tan noble cuando es por buenas manos escrita, es también maleable y se transforma en una amasijo siniestro cuando es manipulada por bastardos intereses. En general, aquellos que ostentan el poder en un determinado momento, sienten siempre la tentación de adaptar la memoria real a la deseada. Esto no solo sucede en política, sino en muchos órdenes de la vida. El fútbol no es más que una de esas facetas.

Para los medios de comunicación vasallos del poder, para aquellos a los que se les hace la pipitilla agua al contemplar la dicotomía Madrid-Barcelona, tan solo estos dos equipos existen. Todo lo que en los campos suceda será en función de ambos, y no de los demás. Así, se traslada el servilismo mediático a las masas desmotivadas y huérfanas de equipo, llenando de paso sus tristes vidas de aficionado apátrida. Son los mismos vecinos nuestros que, cuando sales del campo triste por una derrota más, ellos te hablan del Madrid, de que el partido estuvo feo, y de que la expulsión a Contini fue justa. Creen que saben de fútbol, pero esa gente sólo siguen al Madrid y al Barcelona, y mayormente por televisión. Estos no han visto al Santander, al Gijón, al Mallorca, etc…, en La Romareda. No han visto los arbitrajes que hay en Primera División, para ellos es normal que los jugadores del equipo poderoso dirijan al árbitro y le ayuden generosamente en el difícil proceso de la toma de decisiones, ya sea con palabras, o con performances gestuales del tipo “Oh, qué dolor siento en mi rostro”

Desde el primer momento se vió que aguardaba una tarea difícil en ese terreno. Los jugadores del Madrid tomaron posesión del balón y apenas lo soltaban. A eso se añadía la dificultad de presionarlos, pues el mínimo contacto era sancionado como falta. Aún así, el Real Zaragoza, manteniendo la doble línea defensiva, y ese punto de concentración necesario, consiguió llegar al descanso sin encajar goles. Al poco de empezar el segundo tiempo, todo se desmandó. Llegó, como un azote postrero, el gol de Raúl, y a continuación, la expulsión de Contini por osar defender un balón, levantar el brazo, y disparar el ardor escénico del jugador madridista, del que no recuerdo su nombre, pues para mí, son todos iguales: actores.

Y aquí es donde entra la épica del derrotado: con un hombre menos, contra aquellos que todo lo ganan, fueron capaces de empatar con un gol del avispado Colunga, y luego de sostener el asedio desordenado durante muchos minutos. Fue una lucha tripa arriba, contra la calidad del rival, contra el árbitro, y contra los problemas físicos y el agotamiento de jugar en inferioridad. Y es que, siendo realista, sabiendo que la del sábado no era nuestra guerra, de que al fin y al cabo fue una derrota más que nos deja a dos puntos del descenso, desearía recordar que la grandeza está en el éxito, pero también en la derrota, cuando está se ha producido con honor, que más allá del materialismo resultadista que impera en nuestra sociedad, la exhibición de los valores primigenios del ser humano que lucha por la supervivencia merece siempre un hueco en nuestro criterio para discernir qué es lo que merece la pena. Cuando se persigue un fin, siempre merece respeto el que lo da todo, y aunque al final sea que te matan cuando estás a punto de conseguir tu sueño, ya sea la llave de un tesoro o un triste punto en la clasificación, poder sonreírle al que se reclina sobre tu cuerpo moribundo y decirle aquello de “sabes?, ¡casi lo logramos!”

Por Ron Peter

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