La última batalla | La Lupa

Real Zaragoza 2 – 1 Rácing

El Real Zaragoza, nuestro equipo, se aproxima ya a su último combate. Una temporada 2011-2012 que ya muere en el horizonte y que ha supuesto, y ya es difícil, el año más extravagante que uno recuerda. Como decía ya de anciana, la protagonista de la película “El amante” cuando recordaba sus años de adolescente: “Muy pronto, en mi vida, fue demasiado tarde”. Y para el Zaragoza, para todos nosotros, se hizo tarde demasiado pronto. Se hizo de noche, se apagó la luz y bajamos a los precipicios más profundos, allí donde, como en Alien: “Nadie hay que pueda oir tus gritos”.

Fueron los domingos del cieno, las tardes de asco donde el equipo se descomponía, donde la impotencia de los jugadores se unía al desconcierto del entrenador. Cuando mirábamos arriba, buscando al culpable, solo veíamos la negrura del silencio y la incertidumbre de un destino fatal. Un destino que, como institución, continúa envuelto en humo, pero al que le surgió, desde lo más adentro, el último factor, lo que de verdad importa: el fútbol.

Era una mañana plomiza. Se perdía contra el Villarreal en La Romareda faltando diez minutos. Moría la última esperanza. El resto ya es historia. Desde entonces, fue todo un levantarse, un ir hacia arriba, creciendo entre la maleza, arañándose la piel contra las adversidades. Un hombre creyó, o hizo como que creía, en este equipo: Manolo Jiménez, más que un entrenador deportivo y más que un psicólogo. No sé donde radica su ciencia o su magia. Probablemente en las cosas más sencillas, como son la honestidad y la fe en que el trabajo da sus frutos.

Y la afición, que solo estaba a la espera, despertó, y se fundió con los jugadores, creando los ambientes caldeados de las viejas épocas. Nació el grito contra la frustación, el “Sí se puede”, que parecía de una infantil ingenuidad cuando se estaba a nueve puntos de la salvación y hoy es una realidad tajante. Se escalaron las colinas, se cerraron los ríos tras nuestro paso, y siempre hacia delante, con la desesperación del que corre perseguido por las bestias. Había que ganar tres partidos seguidos en casa, y se ganaron. El último, contra el Racing, atacando más que nunca, superando de una vez todos los complejos, siendo de nuevo el equipo combativo y victorioso de los viejos tiempos.

Sin tiempo casi para pensar se llegó hasta aquí, hasta el último combate. Y ya no nos asusta nada, porque ya hemos estado en el infierno y hemos visto de cerca la enigmática sonrisa de Caronte. Tenemos la experiencia, y si vienen malos dados los de la fortuna, también tendremos la entereza de afrontar nuestro destino.

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“Siempre hay un último día para una batalla. Siempre hay una última batalla para una guerra.

Y yo, que no soy nadie y que soy cualquiera, que soy uno o que somos todos, estaré con ellos. Yo, que he visto naves en llamas más allá de Orion, que he vivido recuerdos que se perderán como lágrimas en la lluvia, estaré con ellos. Yo que he visto como nace el zaragocismo en el llanto de rabia de un niño, iré allí para acallar esas visiones con mis gritos iracundos y tribales. Yo, que he estado en las finales por conseguir el cielo, estaré en las finales por conseguir la tierra. Yo, que he alzado la mirada y he visto a mis capitanes levantar copas, bajaré al suelo a arañar el barro gritando de alegría por conseguir la permanencia.

Cuando llegue la hora, sacaré mi vieja bandera y me reuniré con mis gentes, con la vieja guardia, y con los más jóvenes, con aquellos que se encomienden a dios y aquellos que al diablo. Todos en el ejército de Getafe. Estaremos con el equipo, como siempre lo hicimos.”

Por Ron Peter

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