Halloween en Ipurúa | La Lupa

Eibar 3 – 2 Real Zaragoza

El sábado era día de difuntos, y no creo que tal conmemoración fuera precisamente alentadora si coincide con un partido de nuestro Real Zaragoza: llevamos años de velatorio en velatorio y de funeral en funeral y ver a Paredes, Leo Franco, Acevedo y cía vestidos con la zamarra blanquilla y los pantalones azul pálido en semejante fecha no hacía presagiar nada bueno. A tan preocupantes indicios se añadía el hecho de visitar el campo de Ipurúa, la legendaria sede del mítico Eibar, un auténtico fortín en el que su propietario practica un juego fosilizado, una especie de vuelta al pasado, un purgatorio por el que siempre ha de pasar el Zaragoza en sus viajes por la Segunda División. Vencer en Eibar exige entrega constante, luchar cada balón, templar los nervios e imponer la propia jerarquía… requisitos que ni de lejos viene cumpliendo hasta ahora el equipo aragonés.

En Galicia suelen sentir debilidad por meigas, exorcismos y todo tipo de escatologías. Aún recuerdo cómo a un conocido médico zaragozano que estudió en Santiago escuché hablar hace muchos años por primera vez de la “Santa Compaña”, una leyenda que muchos gallegos creen a pie juntillas; al parecer las almas del purgatorio salen a pasear por los fríos y húmedos bosques galáicos exhibiendo una especie de luz color violeta, si te encuentras con ellos mueres y automáticamente te incorporas al grupo. Así deambuló el Real Zaragoza por “Ipurúa”, como alma en pena, porque lo más grave de la derrota blanquilla no es la situación de mediocridad clasificatoria en que nos deja, ni siquiera el hecho de romper una imbatibilidad de cuatro encuentros, sino la imagen de fragilidad, complejo y pasividad ofrecida por el equipo.

En nuestro foro se encienden a veces polémicas en torno al talante de la afición zaragocista, y siempre hay quien mantiene que cuando menos buena parte de ella se merece las desgracias que sufre el club de sus amores, una opinión respetable que no comparto, porque no podemos ser tan pérfidos para merecer verdaderamente lo que nos pasa: los jugadores nos someten cada semana a humillaciones nuevas, impredecibles. Hacía mucho tiempo que el Zaragoza no conseguía remontar dos goles, y por mucho que el empate se consiguió con mucha más suerte que merecimientos, hay que ser muy desgraciado para que en un fallo inexplicable de Leo Franco los vascos tiraran por tierra lo conseguido. El sabor que quedó es tan amargo que casi hubiera preferido haber salido goleado como hacía predecir el juego den la primera mitad… y lo peor es que llevamos trece semanas seguidas con cara de tontos.

En medio de la depresión que un partido y un resultado así produce, deberíamos templar los nervios para preguntarnos con calma y honestidad por qué razón la defensa es de mantequilla, cuál es el motivo de la insistencia con Javi Paredes, por qué no hay ni continuidad ni constancia en el juego blanquillo, por qué da la impresión de que falta criterio, que los jugadores no saben bien lo que tienen qué hacer en cada momento, por qué el día del Alavés los blanquillos no fueron capaces de desordenar el partido como hicieron ayer los eibarreses a partir de su tercer gol… A veces pienso que nos hemos convencido, y no faltan razones para ello, de la poca calidad de nuestra plantilla y nos olvidamos que a pesar de todo con estos mimbres podríamos haber hecho más.

¿Estamos a tiempo?, ¿es capaz Herrera de coger el toro por los cuernos?, ¿Dejará Paco Herrera de marear a jugadores como Diego Suárez, Tarsi o Diego Rico poniéndoles el caramelo en la boca para luego no dejarles progresar?… La afición está harta de buenos propósitos, palabrería, amagos de recuperación y promesas ficticias… Cuando vemos la clasificación y vemos a nuestro equipo a la altura de Ponferradina, Mirandés y Sabadell –con todos los respetos- no sabemos si llorar o fomentar visceralidades, pero esto no puede seguir así.

Tuvimos un día de difuntos que no se si equiparar a la cámara de los horrores, que ya llevamos años contemplándolos de todos los colores o al Museo de Cera, pues nuestros jugadores parece que ya sólo sirven para exhibir una presencia amarillenta y mortecina, aunque me gustaría que terminara ocurriendo eso de pasar a mejor vida y que nuestro particular Halloween supusiera el inicio de tiempos mejores: no hay indicios sólidos de ello, pero vamos a darle, por enésima vez, tiempo al tiempo.

Por Falçao

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