1971-72 (1): Complicado regreso a Primera

El Real Zaragoza acababa de descender a 2ª división; la temporada había sido nefasta y la situación del club era de bancarrota tanto económica como deportiva. El presidente que nos había conducido a 2ª, D. Alfonso Usón Sanagustín, había dimitido con toda su junta directiva y no se vislumbraba en el entorno del zaragocismo a nadie que quisiera hacerse cargo del equipo.

El equipo estaba desmantelado; de la plantilla del descenso, ya de por sí bastante descolorida, habían desaparecido diversos efectivos: Villa, quien ya nada tenía que decir como futbolista, se había retirado; dos valores de la cantera, que podían haber formado parte de la base de los planes de regreso a 1ª, el portero Izcoa y el interior Chirri fueron traspasados al Granada, en aquella época frecuente receptor de jugadores blanquillos, mientras otro canterano, Miñes, se iba al Levante; también habían abandonado el club unos cuantos de los fichajes baratos e inútiles de los últimos años: Iznata, que fichó por el Villarreal y Borrás, que regresó a Cataluña para incorporarse a las filas del San Andrés. Otro jugador del equipo del descenso, Pepe Juan, frustrada promesa procedente del Tenerife, era relegado a la plantilla del Deportivo Aragón.

En medio del naufragio aparecieron dos nombres que dieron pasos decisivos para reabrir, aunque fuera en un mínimo resquicio, la puerta de la esperanza: José Ángel Zalba, que tuvo las agallas –para algunos el instinto y la ambición- de presentarse a las elecciones presidenciales y José Luís Violeta, el “León de Torrero”, que no escuchó las tentadoras ofertas de los clubes grandes y estuvo dispuesto a liderar en la división de plata el regreso de su club de toda la vida a la élite futbolística de España.

VIOLETA.SALUDANDO
Jose Luis Violeta

José Ángel Zalba aportó juventud y arrojo; hay quien decía que tenía poco que perder, que sus negocios estaban por los suelos y que buscó la aventura del fútbol como medio de recuperar terreno y alcanzar fama. Formó un equipo joven, del que recuerdo a los vicepresidentes Eduardo y José Gil, que no eran hermanos, a Jesús Castejón, que a los pocos años fallecería de un infarto en pleno partido del Zaragoza en el campo de La Rosaleda de Málaga, a quienes serían dos convencidos y valientes defensores de la cantera, Jesús Sampietro y Manuel Aznárez, y otros más cuyos nombres han huido de mi memoria.

Para dirigir la plantilla hubo que optar por lo barato y asequible, recurriéndose a un hombre de la casa, Rosendo Hernández, quien no hacía mucho había entrenado con buen rendimiento a la Unión Deportiva Las Palmas, un clásico entonces de la 1ª División. Era un técnico que confiaba en la cantera y que estaba dispuesto a conformarse con los retales que le consiguieran. El tiempo tardó poco en demostrar que la elección no fue acertada.

Sin un duro en las arcas zaragocistas la tarea de reconstruir la plantilla no era nada fácil. La línea defensiva aportaba cierta solvencia, con Nieves en la portería, Rico, un lateral navarro muy ofensivo y que iba a más, la sobriedad de Manolo González y las aportaciones de Vallejo, un lateral tosco y difícil de superar que había llegado del Málaga años atrás, Ángel Royo, un sobrio y eficaz defensa que había salido de la cantera e Irusquieta, uno de los pocos supervivientes del equipo histórico de los años 60. También se contaba con Juan José Ruiz Igartúa, un central llegado el año anterior del Arenas de Guecho y que siempre cumplió. Al mando de todos ellos estaba Violeta, un coloso, un jugador que unía a una indudable calidad, un pundonor y una entrega ejemplares.

Mucho más corto de efectivos estaba el centro del campo; tan sólo quedaban del año anterior Javier Planas, toda una garantía como volante e interior, Fernando Molinos, que había terminado la desgraciada campaña anterior como la más firme promesa de la cantera zaragocista y Duñabeitia, un navarro sobrio y cumplidor; junto a ellos estaban el último magnífico, Eleuterio Santos, ya en plena decadencia y Luís Costa, el fichaje estrella del año anterior, que no había dado buen resultado y a quien se quiso colocar, sin éxito, en el mercado.

El plantel de delanteros tampoco era para tirar cohetes; seguía en plantilla el conflictivo paraguayo Ocampos, pero su temporada había sido pésima y no gozaba de la confianza de los técnicos, quedaban dos extremos muy “limitaditos”, Oliveros y el argentino Martín y se había repescado a un extremo zurdo brasileño, Totó, quien había estado cedido la campaña anterior en el Córdoba. Lozano, un joven ariete traído el año anterior del Salamanca, no ofrecía garantía alguna y, de hecho, no llegaría a jugar ningún partido en la campaña que se avecinaba.

A pesar de la penuria, Zalba comenzó a demostrar su capacidad de sacar petróleo del desierto; una de sus mejores gestiones, que con el tiempo sería uno de sus más grandes aciertos, fue negociar con el F.C. Barcelona la cesión de Pablo García Castany; se trataba de una de las perlas de la cantera barcelonista, un interior muy técnico, con mucha fuerza y con un disparo durísimo; no gozaba de minutos en el Camp Nou y tenía que hacer el servicio militar en Zaragoza: el acuerdo fue fácil y rápido y se consideraba que podía convertirse en jugador clave para el regreso a la división de honor, en una de las estrellas del equipo; acabaría siendo cierto lo segundo …. pero un año más tarde.

Ya quedó dicho que Rosendo Hernández era un hombre valiente a la hora de dar oportunidades a los jóvenes; de esta manera, se trajo a dos medio-campistas a los que se auguraba un buen futuro: el medio volante Bustamante, que jugaba en la Gimnástica de Torrelavega y el interior derecho Emilio Lacruz, en esos momentos la gran figura del Huesca. Asimismo, se subió al primer equipo al goleador del filial, Francisco Galdós, un donostiarra al que llamaban “el capuchino de oro”. Los tres comenzarían la temporada de titulares, aunque su trayectoria posterior fuera muy distinta.

Para completar el equipo llegó Manolo Villanova, guardameta aragonés que había causado baja en el Real Betis y que comenzaba una nueva época en Zaragoza que se prolongaría muchísimos años, primero como guardameta y posteriormente en la dirección técnica.

A lo largo del verano hubo otros rumores y noticias que la memoria no llega a precisar; vinieron dos jóvenes jugadores argentinos de tercera fila, García Pardo y Alonso (portero y defensa respectivamente) que estuvieron unos días a prueba sin que llegaran a convencer a nadie. También se adquirió a un centrocampista español que jugaba en Bélgica, llamado Galindo y que acabó comenzando la temporada con el filial para abandonar el club a la vista de su escasísimo rendimiento.

En el filial no había demasiados jugadores con posibilidades de aportar algo al primer equipo; el meta Alonso, Eusebio, un lateral izquierdo ofensivo y Moles, interior izquierdo de buena técnica que había debutado en la Copa del año anterior, eran los más destacados e hicieron parte de la pretemporada con el primer equipo, el resto –González, Oliver, Fabra, Padilla, Lamarca,….- eran jugadores sin relieve.

La pretemporada fue una sucesión de partidos sin relieve y de actuaciones que no ofrecían excesiva confianza a la afición. El colofón lo puso el Barça, que se ofreció a visitar La Romareda para contribuir a que al menos los zaragocistas pudieran ver a un grande en el campo municipal. Como era de prever, los azulgrana ganaron sin despeinarse.

Con esta disposición y estos mimbres el Zaragoza se enfrentaba al reto de regresar en un año a la división de honor, única forma de salir cuanto antes del pozo en el que se encontraba.

Por Falçao.

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