Bailar con la más fea

En el fútbol pasa como en la vida y la riqueza, los dones y la inteligencia no están repartidos equitativamente. Cuando un chaval de esos que está empezando a disfrutar de las alegrías mundanas acude a una discoteca siempre confiará en poder ligar con la niña de sus sueños, pero muchas veces esta suerte está destinada a unos pocos elegidos y la mayoría nos tenemos que conformar con lo que nos acaba cayendo en gracia.

Es lo que le está pasando a nuestro Real Zaragoza; tras unos tiempos, coincidentes con la llegada al poder de Agapito Iglesias, en los que el club no se paro en barras para traer a peones de auténtico lujo –Ayala, Aimar, Matuzalem, D’Alessandro, Oliveira, Luccin, …- aunque al final la princesa saliera algo bruja, ahora viene la época de las rebajas, el club no tiene ni un duro para comprar y se ha impuesto una política de salarios bajos que, unido a su condición de recién ascendido, le ha hecho pasar de ser objeto de deseo a convertirse en la segunda o tercera opción.

Tras la alegría del ascenso las palabras de Marcelino García Toral prometiendo un equipo competitivo nos llenaron de una ilusión que es bien fácil fomentar en quienes llevan dos años sufriendo sin parar, ilusión aumentada con la aparición de nombres –Garay, Martín Cáceres, Granero, Jurado, Rodrigo Palacio, …- que, sin ser el acabose, confirmaban que era posible construir un equipo medianamente solvente. Pero a la hora de la verdad comprobamos que de momento no ha venido nadie, que hay operaciones ilusionantes que se han frustrado, que existen jugadores que no tienen claro fichar por el Zaragoza, que equipos hoy en día más “sonoros” como Valencia y Sevilla se interponen en nuestras aspiraciones y que intuimos que a la hora de la verdad quienes acabarán llegando serán alternativas mucho menos brillantes.

Sobre el papel todos somos conscientes de ser hinchas de un club cercano a la bancarrota y, en consecuencia, con pocas posibilidades de hacerse valer en el mercado, pero como, gracias a Dios diría yo, a los aficionados al fútbol y, en concreto, a los zaragocistas nos ciega el amor a nuestro club y no somos capaces de renunciar al deseo de que al equipo vengan los mejores, me temo que aún no hemos asimilado que lo que toca ahora es apretarse el cinturón, que la misión de fichar calidad a base de regateos y favores es casi imposible y que en septiembre habrá conformarse con lo que haya venido y confiar en que, como ha pasado en el último tercio de esta liga, el trabajo del mister y el compromiso y la entrega de los jugadores supla las limitaciones de la plantilla y logre la meta propuesta.

Los zaragocistas estamos acostumbrados a veranos largos de ilusiones frustradas, culebrones eternos, nombres que aparecen y desaparecen, aspiraciones no escuchadas y sustos de última hora. Este año no sólo no va a ser una excepción, sino que tenemos la dificultad añadida de encontrarnos entre los desheredados; ojalá tengamos esa paciencia tan necesaria como difícil de mantener y asumamos que en el baile de los fichajes no nos van a tocar las damas de honor.

Por Falçao.

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