El tiempo perdido

No han pasado ni diez meses desde aquel 21 de mayo en el que el Real Zaragoza sellaba en el campo del Levante su permanencia en 1ª división; fue una noche alegre, de esas a las que te enfrentas con el temor propio de quien se juega, deportivamente hablando, la vida pero con esa seguridad interior de que una situación así ha de terminar necesariamente bien. Y lo más bonito de ese día no fue el respiro de ver que el Zaragoza seguía en la máxima categoría, ni siquiera ver las caras alegres de quienes entonces eran icono del equipo: Aguirre, Ander Herrera, Gabi, Ponzio, … lo que convirtió en inolvidable esa jornada fue el haber sido testigo, directo o indirecto, de la manifestación de amor a unos colores más bella que se ha visto en los últimos años: más de 11.000 zaragocistas se desplazaron a la capital del Turia para apoyar durante 24 horas al club de sus pasiones; que nadie olvide un hecho: dar ese apoyo tras una temporada cargada de decepciones y ayuna de buen fútbol solamente cabe desde la generosidad y la grandeza interior. Cuando asistimos a concentraciones, pitadas, abandonos del campo, … que ningún incauto piense que los maños somos unos tercos y unos intransigentes, porque tales reacciones vienen tanto del más desalentador hartazgo como de un profundo amor a una entidad que ha destrozado alguien venido de fuera, alguien que no la quería como la queremos nosotros.

Ahora, cuando asistimos al enésimo desencanto de la época del agapitismo, ese día tan hermoso me trae un recuerdo agridulce, porque ha quedado demostrado que tanta grandeza no ha servido para nada. A la nobleza incondicional de la afición zaragocista Agapito Iglesias ha respondido con el desprecio más insultante y el engaño más lamentable. Podríamos rellenar muchos folios acerca de los males del club del león y, muy especialmente, sobre los desaguisados que desde su cabeza rectora se han realizado, pero por encima de tales valoraciones, los aficionados sentimos una tristeza infinita: nos sentimos estafados, burlados y abandonados a nuestra suerte. A veces pienso que lo peor no es andar fondeando la clasificación con 15 miserables puntos, ni ser testigo cada domingo de la más notable combinación de impotencia y ausencia de calidad que hemos visto nunca, ni siquiera tantas decepciones en forma de fichajes frustrados y adquisiciones inútiles, … lo peor es saberse despreciados y ninguneados por quien rige los destinos del club, porque los hechos han demostrado que ni el Zaragoza ni su afición les importamos absolutamente nada.

Vuelven a mi recuerdo las ilusiones del principio, cuando a base de golpes de efecto -llegada de Víctor Fernández , fichajes de Aimar, D’Alessandro, Ayala, Oliveira, Matuzalem, …- hipnotizaron nuestro sentido común futbolístico, la satisfacción de volver a Europa con un 6º puesto adornado de espejismo, la alegría de un regreso a primera celebrado como un título, el respiro tras transformar Colunga el penalty a Ander frente al Español, la oxigenante jornada de Valencia ya mencionada … todo fueron quimeras, nos cegaron los espejuelos de promesas sin fundamento y la cobardía del miedo al futuro. Ahora comprendo que hubiera sido mejor que todo hubiera explotado antes, que se hubiera recurrido a amputar en vez de prolongar una situación cuyo único final era la gangrena. Ahora estamos solos, abandonados … canallescamente abandonados, y solamente nos queda el orgullo de nuestra historia -¡que no es la de ellos!- y la compañía de nuestros amigos, esos que sufren -que sufrís- desconsolados pero que quieren morir matando.

Por Falçao.

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