El geómetra en su delirio | La Lupa

Real Zaragoza 2 – 3 Valladolid

Apolonio de Perga, que era conocido como “El gran geómetra”, vivió en la Grecia clásica y dedicó su vida a profundizar en el conocimiento de la geometría y la matemática. Fue precursor de las secciones cónicas –elipse, parábola, hipérbola- , abriendo el camino a la geometría proyectiva, y su obra fue además calificada como “de categoría cósmica” al revelarse su importancia en la comprensión de la mecánica celeste. Fue un adelantado cuyos delirios le llevaron a veces a rozar hipótesis absurdas, pero también a hallar la solución a algunos enigmáticos problemas que aún hoy nos inquietan. Resulta fascinante pensar en el hombre, el sabio, encerrado en la soledad de su gabinete, elucubrando y postulando, y por fin encontrando la solución del enigma, saliendo alborozado a poner en práctica sus conclusiones ante la plebe ansiosa y expectante. Aquí y ahora, nuestro geómetra doméstico, Victor Fernández, volvió a sorprendernos con su peculiar visión de la mecánica balompédica.

Sería injusto cargar todas las tintas de la derrota sobre el entrenador, dados los problemas de plantilla que actualmente atraviesa el equipo, con varios defensas lesionados, pero también es cierto que es él quien debe gestionar lo mejor posible, esa situación de carencia. Más peliagudo era todo en Almería, y se supo salir del paso. Este domingo, con Sergio, Pavón, Cuartero, Juanfran y Paredes fuera de juego, resulta ser Zapater el elegido para ocupar el lateral izquierdo. Una decisión que podría haber funcionado, pero que se revela equivocada cuando el entrenador rival se da cuenta del desajuste y pone a un hombre ahí para amargarle la vida al ejeano. Todo esto conlleva además la ausencia de Zapater en el mediocentro, donde sólo queda Luccin como elemento de contención. Cuando no hay recursos para un puesto específico, se puede recurrir a alguien de otro puesto, pero desvistes un santo para vestir a otro, y mientras tanto en el filial, seguro que hay un lateral izquierdo con ganas y oficio para jugar ahí.

Pero así y todo esto habría quedado en mera anécdota si los jugadores hubieran sabido administrar el poderío obtenido gracias al gol de Oliveira, que puso las velas con viento a favor. El Valladolid, que nunca se cerró del todo, aún hubo de abrirse más. Surgieron oportunidades y huecos, pero no se aprovecharon. Los castellanos ya avisaban y al final, mojaron. Ante el desconcierto generalizado, cayeron tres goles fulminantes en contra. Era un partido fácil, que además lo parecía, pero la prepotencia o el exceso de confianza acabaron con nosotros. Un partido que se podía perder pasó a ser un partido imposible de ganar. De nuevo volvemos a los errores en defensa, a la falta de coordinación. Lo dije en mi última lupa en el partido frente al Atlético y también en la del Barcelona. ¿Alguna vez me tocará la fortuna de hablar sobre un partido plácido y fructuoso?

Tras el descanso, Aimar y D’Alessandro juntos. Oscar queda desplazado de la posición en la que ha destacado últimamente, y el equipo se ve sumido en un delirio posicional de difícil digestión. Nadie sabe muy bien a quien pasar el balón, quién sube o quien hace las coberturas. Cuando los jugadores más o menos se ajustaron, ya era demasiado tarde y el tiempo se había consumido. Fue un partido loco, con alternativas y con sorpresas. El Valladolid perdonó algunas ocasiones y también el árbitro jugó su papel, inclinándose hacia el rival en todas las decisiones dudosas. Al menos un gol más debió subir al marcador para el Zaragoza, quien también pudo haber cobrado dos penalties. Todo hay que decirlo. Más no era un día para el brillo de la flor del geómetra Fernández, que deberá esperar a otra ocasión para lucirse.

Se esfuma la ventaja obtenida con la victoria frente al Almería y se dice adiós a una racha larga de imbatibilidad como local. Otra oportunidad que se pierde de agarrarse al pelotón de los mejores. Este parece ser el destino de nuestro equipo este año: jugar alternativamente al desespero y a la euforia, quedando nosotros, los meros aficionados de asiento sin mayores pretensiones, como mudos y atónitos testigos de lo imprevisible y lo desconcertante.

Por Ron Peter

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