Jugad, jugad, malditos | La Lupa

Real Zaragoza 3 – 0 Recreativo

En 1969, Sydney Pollack rueda «Danzad, danzad, malditos», una película pesimista y claustrofóbica en la que se reflexiona sobre la condición humana en un periodo de dificultad general e inestabilidad personal. Durante la gran depresión americana de comienzos de los años 30, un grupo de personas se ven en la tesitura de participar en un maratón de baile con el objeto de llevarse un premio de 1500 dólares. Los personajes, que al principio del metraje se ven embargados por la emoción, la esperanza y el divertimento, van viendo con el pasar de las horas como lo que era placer se transforma primero en molestia, luego en obligación y finalmente en la simple y llana tortura de aguantar de pie. Puede parecer escaso el premio, pero en el marco de la narración, equivalía a «la salvación» personal. El Real Zaragoza, que empezó el baile de la liga con toda la ilusión del mundo, se ha ido viendo abocado poco a poco a tener que bailar por pura supervivencia, y dentro de esa macabra danza, el del domingo era el paso más decisivo.

Una tras otra, todas las oportunidades de enganchar de nuevo con la zona tranquila se habían ido evaporando. Una tras otra, circunstancias desestabilizadoras habían ido haciendo mella en los ánimos de todos hasta un punto que, esta vez sí, parecía irreversible. Aún quedaba, dentro de esa colección de citas decisivas contra rivales directos en las que los puntos adquieren doble importancia, la más importante, la que nos traía al Recreativo de Huelva. Y no se falló. Una vez más, apelando a todo lo imaginable, a las fuerzas telúricas de la tierra, a las místicas del fervor religioso o a la condición talismánica de los amuletos, se convocó a una unión afición-equipo para poder lanzar esto adelante, y aunque no fue un partido glorioso ni brillante, se consiguió el objetivo con plena eficacia.

Pero las sensaciones al empezar, eran de una tensión casi sólida. Había incluso miedo en el ambiente. Por una vez, la fortuna nos sonrió pronto y permitió que ese ímpetu con el que el Zaragoza había salido al campo se plasmase en un gol tempranero que alivió presiones y desató emociones y cánticos en la grada. El equipo jugó sus mejores minutos, con los jugadores concentrados y aplicándose con rapidez y fuerza. Fruto de todo ello llegó el segundo gol, lo que, junto a la expulsión de un jugador onubense, hizo que el partido se pusiese francamente de cara, como eran antes muchos de los partidos de casa. De hecho, volvieron a verse destellos fugaces de calidad de Celades y sobre todo de Aimar, que nos recordó de repente que existía, y que estaba dispuesto a colaborar en la recuperación del ánima del equipo. Al mismo tiempo, la defensa se mantenía atenta y dispuesta al corte, en una disposición que convenció a todo el mundo.

En la segunda parte, se podría decir que el Zaragoza decidió entregar la manija del encuentro al Recre, replegándose con control para poderse proyectar a la contra. Se podría decir, y también se podría alegar que tuvo éxito. Pero también se podría pensar que si se jugó así fue por una cuestión de puro ahorro energético. Efectivamente, el equipo llega a estas alturas de la temporada, muy justo de fuerzas. Las numerosas lesiones, que han impedido una adecuada planificación de los ritmos, la escasez numérica de efectivos, y una errática preparación física, hacen que se deba dosificar esfuerzos. Villanova es plenamente consciente de esto, y ya se le ve jugar con las distintas opciones de que dispone, rotando a algunos jugadores y alineando a jóvenes del filial. Es importante no quemar especialmente a nadie.

La jornada en el resto de campos ha resultado ser completamente de dulce para nuestros intereses. Lo que podría haber sido un muro insalvable, se convierte en una rampa que, aún difícil, se puede subir. La victoria contra el Recreativo alivia la soga y da un poco de aire, lo justo para seguir en pie y afrontar los partidos venideros, pero también aporta una especie de resurrección, una recuperación del alma perdida, una demostración de que los jugadores aún están implicados, de que aún pueden jugar con calidad. Otra cosa es que puedan jugar con fuerza, velocidad y resistencia. Deben hacerlo, por el escudo del Real Zaragoza, o por el propio escudo personal de orgullo que cada uno tenga. La cuestión es aguantar en pie, como los danzantes malditos, hasta el final de la película.

Por Ron Peter

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