El mecanismo de un botijo | La Lupa

Osasuna 1 – 0 Real Zaragoza

El Diccionario de la Real Academia define los milagros como “hechos no explicables por las leyes naturales y que se atribuyen a intervención sobrenatural de origen divino.” Pero los milagros no existen. De todos es sabido que los dioses tienen la fea costumbre de no estar jamás cuándo verdaderamente se les necesita. Las cosas suelen ser siempre mucho más sencillas de lo que la desbordada imaginación o la confiada ilusión de los humanos espera.

Y por maestro que sea, Irureta dista bastante de ser un dios y su capacidad para hacer milagros es, por lo tanto, inexistente. El real Zaragoza que ha heredado el vasco es un equipo tan simple cómo el mecanismo de un botijo. Dependemos única y exclusivamente de la inspiración de nuestros tres delanteros. Algo se podía mejorar y de hecho se ha mejorado. Hemos juntado las líneas, tenemos una actitud algo más agresiva y luchadora y hasta parece que estemos más concentrados en lo que nos jugamos, cometiendo menos errores colectivos en defensa, lo que hace que el rival tenga más dificultades para llegar con comodidad hasta nuestra portería. Pero a la hora de la verdad no se puede hacer mucho más. Si el día no está de cara para Oliveira, Sergio o Diego Milito, este equipo no marca y sin marcar el empate es nuestra única aspiración real.

Y así, en esos días en los que la inspiración no acompaña a nuestros únicos baluartes, queda automáticamente eliminado uno de los signos de la quiniela con lo que nuestras posibilidades de perder se acrecientan mucho, hasta porcentajes muy peligrosos y cualquier fallo propio o acierto del rival nos hace pasar por la jornada con más pena que gloria y seguir manteniendo una distancia más que preocupante con los puestos de descenso, por mucho que algunos que, simple y llanamente son felices auto engañándose, se empeñen en seguir hablando de logros europeos que hoy por hoy están totalmente fuera de nuestras posibilidades.

El partido en el Reyno de Navarra (que reino fue y así debemos reconocerlo) fue un perfecto reflejo de esta triste situación que nos toca vivir. Dominio aplastante del Osasuna que manejó la pelota durante prácticamente todo el partido y pocas, muy pocas oportunidades reales de sacar algo positivo del feudo del eterno rival. La tuvo Oliveira con un claro mano a mano ante Ricardo que falló de manera poco explicable. Y no es el primero, el matador es menos letal con tiempo para pensar que cuando recibe oportunidades a bocajarro en las que sí que es capaz de engatillar con certeza y rapidez. Y es que Oliveira no es Diego Milito, eso está claro. La tuvo poco después, más complicada porque estaba muy escorado, el propio Milito, pero no sonrió la fortuna y no conseguimos perforar la meta del Osasuna. Y pasó lo que suele pasar cuándo sólo se puede empatar o perder, que uno de nuestros defensas, esta vez Sergio Fernández, cometió un error, o que uno de los delanteros del rival, esta vez Plasil, tuvo un acierto. Sea como fuere el resultado es el mismo, el Osasuna marcó uno de esos goles que se han dado en llamar psicológicos y rompió el equilibrio con el que aspirábamos a finiquitar nuestra visita a tierras navarras.

Y esto es todo amigos, aquí termina el resumen de nada, porque nada hay que resumir. Porque cómo ya ha sido dicho los milagros no existen, sólo las cosas incomprensibles o las soluciones afortunadas y extrañas por su infrecuencia. Y esa es la clave. Jugando cómo se jugó en Pamplona se pierde casi siempre y esta vez no fue la excepción. Lo infrecuente tiene la manía de suceder muy pocas veces. Llegamos muy poco, cedimos el control del balón y la iniciativa del juego y pagamos por ello. Un partido más, un mal trago más y la vida sigue igual…

En realidad nada ha terminado, nada ha sucedido que no estuviera escrito en el guión de nuestra particular tragicomedia de este año. Hemos perdido otro partido y seguimos dónde estábamos, a cinco puntos del Coruña que custodia la puerta del infierno, cinco puntos que si las cuentas no fallan son sólo dos partidos, margen que podría ser suficiente si no fuera porque los dos próximos compromisos del Real Zaragoza son nada más y nada menos que el Fútbol Club Barcelona y el Sevilla dos grandes que aunque quizá den menos miedo que el año pasado, siguen siendo dos cocos de difícil digestión que podrían hacer que la situación se torne negra negrísima en apenas quince días… Lo cierto es que el cambio de entrenador nos ha dejado el bagaje de siete puntos de doce posibles. Hemos mejorado pero no lo suficiente para otra cosa que no sea intentar esquivar el descenso, agarrarnos con uñas y dientes a la primera división y soñar con que esto ha sido un error subsanable que dará paso a un nuevo proyecto que, y ojalá me equivoque, morirá cómo todos, en una ciudad que parece que por fin tendrá un gran estadio, pero que me permito dudar que algún día pueda tener jugando en él a un equipo a la misma altura de grandeza.

Es lo que hay. Y no quererlo ver quizá sólo sirva para sufrir menos, porque la realidad está ahí y las cosas no pintan bien. Estamos en peligro pero no por el calendario, no por las circunstancias o por hechos concretos, analizables y subsanables, sino porque la planificación deportiva que se ha hecho no ha funcionado y ahora ya es demasiado tarde para preparar otra. Habrá que intentar sobrevivir con lo que nos ha quedado, habrá que recomponer nuestros restos y darles nueva vida, cómo si de una ceremonia vudú se tratase, para aguantar como podamos hasta mayo sin perder más que la paciencia y la ilusión, si es que a alguien le quedaba alguna de las dos cosas. A día de hoy ser zaragocista es un dolor, pero, cómo un Rambo cualquiera el aficionado blanquillo tendrá que acostumbrarse a ello, superarlo y tratar de no sufrir… Esperemos que las heridas curen, porque esto, desgraciadamente, no es una película y nadie nos garantiza el final feliz.

Por Gualterio Malatesta

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