¿Quién maneja mi barca? | La Lupa

Atlético Madrid 4 – 0 Real Zaragoza

Hace muchos años, tantos que ya pertenece a la mitología de la televisión, una cantante de inspiración folklórica, de nombre Remedios Amaya, acudió al festival de Eurovisión representando a nuestro país, con la ingenua pretensión de obtener un buen puesto en las votaciones a base de interpretar una canción de corte flamenco, de título: “¿Quién maneja mi barca?”. No recuerdo ni la letra ni el ritmo musical del tema, lo que si recuerdo es el fracaso más estrepitoso de la historia de España en Eurovisión. No hubo remedio para la barca de Remedios que se quedó, a fin de cuentas, sin saber quien la manejaba. Quién, qué o cómo se maneja la barca –técnico, preparadores y jugadores- del Real Zaragoza es para muchos, por no decir para todos, una cuestión que permanece en el mundo del misterio.

Y es que salvo esa indignación forrada de estupor y desconcierto, no se me ocurren otras sensaciones tras el partido de ayer. Cualquier cosa positiva que pudiera extraerse resulta absolutamente nublada por el resultado, y tampoco deberíamos dejarnos llevar por eso si queremos hacer un análisis. Ayer, pese a que la comparación resulta inevitable, no fue como el día del Barcelona. Hubo otra actitud y se intentaron cosas, aunque de nada sirvieron. El Barcelona hizo de nosotros lo que quiso y cuando quiso. Se permitió el lujo de bajar el pistón y de perdonar. El Atlético de Madrid ayer no bajó nunca la guardia. Se aplicó al ataque hasta que consiguió el primer gol y tras ello le cedió el mando al Real Zaragoza, dándole una engañosa sensación de dominio. Ese fue el momento clave del encuentro, ahí es cuando podría haberse recuperado el resultado, pero hoy en día este equipo resulta romo, sin jugar a nada, sin capacidad de aprovechar las oportunidades.

Era un partido muy importante, contra un rival directo a tenor de la clasificación del año pasado, y no se supo estar a la altura. Se rompió la tradición de salir invictos de este terreno de juego en los últimos años. El Atlético de Madrid parece haber dejado atrás esa especie de maldición pegajosa que le cubría, esa pátina de equipo patoso y desafortunado, de ese equipo que se dejaba ganar con un gol de Oscar el año pasado, o que veía como Delio Toledo salía de su estadio convertido en un semidios goleador. Muy al contrario, este año sabe a que juega y lo pone en práctica. Justo, justo lo que no sabemos hacer en el Real Zaragoza.

Ninguno de los sistemas puestos en práctica por Victor parece ser la panacea, los jugadores se muestran a veces desorientados, otras veces fuera de forma y en otras parecen almas deprimidas. Faltan líderes, gente que se suelte más allá de desastres tácticos, faltan hombres que dén sustancia a los nombres mediáticos, falta audacia y coordinación. Cuando se encajan goles falta capacidad de recuperación. Alguien tendría que decirles a los jugadores que un gol adverso se puede levantar -y ayer se pudo hacer-, y que hay que seguir insistiendo sin descomponerse. Esta es la impresión global, pero hay desajustes en todas las líneas.

En la defensa: el primer gol es un ejemplo de ausencia de trabajo táctico. Todo defensa debe estar siempre atento a su espalda, y si se la ganan, los compañeros centrales, laterales y mediocentros tienen que ir cubriendo sucesivamente los huecos, en un despliegue que, y esto es muy importante, requiere ser entrenado hasta la extenuación, pues la defensa debería funcionar como una sola pieza. Sin defensa no hay nada. En el centro del campo: La lesión de Matuzalem nos priva de ver a un distribuidor al uso. Zapater y Luccin deben jugar juntos, aunque ayer no fuera su día. Aimar se parece cada vez más a una triste figura de cera. No parece coordinado con sus compañeros, no se desmarca para llevarse a su par y dejar caminos, y no engancha con los delanteros. Oliveira y Diego no pueden jugar simultáneamente salvo casos especiales, y hoy por hoy, Sergio García es el único que aporta desajustes en las defensas contrarias.

Es muy triste tener que decir que existe la impresión de que el trabajo de preparación física, técnica y táctica se refleja solo en el hecho de juntar jugadores buenos y esperar que la cosa funcione. Se echa de menos un golpe de timón. En otros tiempos hay quien incluso apelaría a la cantera para provocar la catarsis, pero también se han ocupado por ahí de que esto no sea posible. Si hay que sacar a Cuartero, a Oscar o a Sergio García, pues se les saca. Si hay que sentar a Diego, Oliveira, Diogo o Aimar, pues se les sienta.

La liga se estira y mientras unos apuntan alto y otros se hunden, nuestro equipo permanece flotando entre dos aguas, recibiendo varapalos que le alejan de sus objetivos iniciales y mostrando su desnudez, como pellejo descarnado que pierde la piel. Es mala la derrota en sí, pero es peor el prestigio que se queda por el camino cuando sucede de esa forma infame.

Por Ron Peter

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