Sigue la agonía | La Lupa

Valencia 1 – 0 Real Zaragoza

En 2.004 James Wan dirigió la primera entrega de SAW, una película de difícil definición en la que un asesino psicópata llamado Jigsaw o rompecabezas pone a prueba a sus víctimas con macabros juegos y torturas psicológicas que acaban por desquiciarles en una lenta agonía. Cada una de sus víctimas debe enfrentarse a decisiones terribles de las que va a depender su vida y la película se desarrolla en un clima estremecedor y angustioso que acaba por intranquilizar al más impertérrito de los espectadores.

La escena no se desarrollaba en un sucio y pequeño baño, sino en un abarrotado Mestalla, pero el Real Zaragoza se enfrentaba a una más de las pruebas de las que debe salir airoso si desea la supervivencia y las víctimas de esta angustiosa intriga son, cómo siempre han sido, los aficionados blanquillos que están sufriendo este año uno de los finales más terribles e intranquilazores de la historia del club. Pero una vez más la prueba se nos atragantó, porque jugárselo todo a una sola carta es peligroso, muy peligroso. Lo peor del caso es que no parece que quede otra porque así se va a escribir el final de la temporada. Cada semana que pasa es una semana menos de tiempo, es un paso más hacia el desenlace que, desgraciadamente no va a ser fácil y habrá que sufrir hasta el último momento, si los corazones resisten.

Desde el primer momento el Valencia dio sensación de ser un equipo más completo, mejor trabajado y más seguro que el Real Zaragoza, que en un triste acto más del quiero y no puedo, apareció ante el rival con un centro del campo colmado de jugadores que, sin embargo, a pesar de la acumulación de efectivos, no conseguía parar las arremetidas del contrario ni crear peligro serio que relativizara la comodidad del rival. El Real Zaragoza destilaba miedo por todos sus poros, daba sensación de tener demasiadas dudas, agarrotado e ineficaz, estaba a merced del acierto del Valencia, porque visto el juego que estaba realizando, la victoria se antojaba misión imposible. Y pronto se confirmaron los peores presagios. Un clamoroso error defensivo habilitó a Silva para que ejecutara la sentencia y le diera la puntilla al Real Zaragoza. La puñalada, no por esperada, era menos certera y letal.

Pero cómo en toda buena historia de terror psicológico la trama central se veía salpicada por acontecimientos incontrolables procedentes del exterior, que venían a añadir emoción, esperanza e intranquilidad a la truculenta historia que nos tocaba vivir. El reloj corría con lentitud desesperante pero la esperanza llegaba en forma de goles… de otros. Marcó el Mallorca, Marcó el Villarreal y marcó el Betis. O lo que es lo mismo, perdían el Osasuna, el recreativo y el Valladolid. Con esos resultados hasta la derrota era más digerible, que no buena, porque bastaba con acabar los 90 minutos para que todo siguiera igual. Y que las cosas no cambien, a estas alturas del drama, es una gran noticia, porque con 90 minutos menos de agonía seguíamos fuera del descenso.

Mientras tanto Manolo Villanova empezaba a quemar sus naves con la salida de un absolutamente inoperante Aimar, que ya nada tiene que aportar a este equipo. La esperanza sólo se pierde cuándo la aplastante realidad entra como elefante en cacharrería y seguir creyendo en la milagrosa recuperación del centrocampista argentino, es un absurdo. Claro que Oscar, que era el sustituido, tampoco había aportado absolutamente nada. Por si no teníamos bastantes problemas en defensa Chus Herrero se lesiona y la cosa, en momento de escribir estas líneas tiene muy mal color y aparenta ser una lesión grave. El entrenador, nunca sabremos si echándole valor o recurriendo a lo poco que le quedaba, decide sacar Matuzalem y a Diego Milito. Pero aunque el Real Zaragoza maquilla de ambición una alineación que era marcadamente defensiva, no muestra mejoría real y aunque empezaba a manejar más la pelota, era más por pundonor y por nerviosismo de los chés que fruto del buen juego, y tampoco daba la sensación de poder hacer daño de verdad.

Y entonces el mazazo. El empate del Osasuna y del Valladolid, nos devolvía a una situación terrible y taquicárdica. La desesperación se apoderaba de los aficionados blanquillos que veían cómo el milagro de Ayala el sábado pasado se difuminaba poco a poco dejándonos demasiado cerca del abismo. Sólo la derrota del Recreativo nos mantenía vivos.

Y sobre el césped, nada de nada. Balones a la olla resueltos de forma embarullada por la defensa valencianista y poco criterio en el juego blanquillo. Nervios, lentitud exasperante, faltas continuas, lesiones, tirones… todo un mosaico de un equipo roto, incapaz de defenderse por sí mismo y a merced de los acontecimientos. 8 puntos fuera de casa son sentencia más que suficiente para sufrir hasta el final y sólo la solidez en casa nos sirve de respiración asistida.

Pero una vez más los acontecimientos dieron un nuevo giro. El gol del Mallorca in extremis nos permitía soltar un pequeño suspiro de alivio. La cosa estaba mal, pero sólo igual de mal que antes de empezar el partido y con 90 minutos menos de agonía por delante.

Ya no queda sino desear que esto acabe pronto, que se termine este sufrimiento y que todo siga igual. Desgraciadamente este equipo sólo sabe ganar en casa. Pero para no descender quizá no baste eso y por si la historia presentaba pocos problemas el rival de este próximo domingo es el Real Madrid. Necesitaremos ganar, claro, pero además es preciso que los demás no reaccionen y que esa exigua ventaja de un punto con el Recreativo y el Osasuna, nos permita seguir vivos hasta el final, porque el miedo no va a dejar de atenazarnos hasta el último suspiro.

Por Gualterio Malatesta

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