El último acto | La Lupa

Real Zaragoza 2 – 2 Mallorca

La historia es dura, incluso con los dioses, con los mitos y con los sabios, como el título de la fantástica novela de Ceran, que ha servido para que a muchos de sus lectores nos entrase el interés por la arqueología y por las dichas y desdichas de los arqueólogos y aventureros que se lanzaron al descubrimiento de los tesoros del pasado. Muchas de las tumbas que guardaban los cuerpos con el ajuar adjunto correspondiente (sirvientes, joyas, etc.) de los faraones del antiguo Egipto o las ruinas de magníficos palacios de Mesopotamia, habían sido profanadas en el primer caso y saqueadas en el segundo, siglos antes de su descubrimiento por los “occidentales”. En Zaragoza, en el siglo XXI, cuando el hombre y la mujer moderna deberían estar alejados de creencias sobrenaturales, se ha producido la forja de un mito, Víctor Fernández. Pues bien, ese mito también ha caído, porque desgraciadamente para sus hagiógrafos, ha resultado humano.

Este domingo, en el estadio municipal del sufrimiento, los aficionados zaragocistas hemos presenciado la misma y patética historia de siempre. El Mallorca es un equipo apañado, trabajado táctica y físicamente como todos los equipos de la primera división española, excepto el que ya sabemos todos, y montó la tela de araña habitual en el centro del campo para ahogar a los escasamente duchos centrocampistas maños. El guión cambió un poquito, porque en vez de adelantarse el Real Zaragoza en el marcador con gol de Diego Milito, lo hizo el Mallorca, con gol de Varela, tras unos minutos iniciales de absoluto dominio isleño. La reacción zaragocista fue directa e inmediata, con un juego interesante a ratos y con el gran “Diegol”, un lujo para el club, implacable en sus remates. Los últimos veinte minutos de los zaragocistas podían acercarnos al optimismo, pero…

Pero no. La continuación fue un monólogo del Mallorca, cuyo entrenador, que si lee los partidos, sacó al consorte de Nuria Bermúdez, Güiza, en la punta para causar disturbios irreparables entre nuestra famélica defensa y las oportunidades se sucedieron para los visitantes. En el césped de La Romareda parecía que jugaban 16 o 17 jugadores de rojo por 4 o 5 blanquillos, porque todos los balones divididos, todos los rebotes, iban a parar a los pies de los más coloridos. Los nuestros deambulaban tristemente, como vagabundos sin hogar, siguiendo con dificultad las matrículas de los “bólidos” mallorquines, en una muestra más del penoso trabajo físico que han realizado con la plantilla Arjol y Fernández. El empate contra el Mallorca fue un mal menor en el desaguisado en el que se ha convertido el Real Zaragoza de la temporada 2007-2008.

Por la noche se desencadenaron los acontecimientos y el Consejo de Administración, hasta ese momento mudo e inactivo, decidió que las cosas no pueden seguir así y destituyó a Víctor Fernández. Para mí es una decisión acertada y tardía, que debió llegar tras la humillante derrota frente al Recreativo. Sólo hay un culpable en el cese de Víctor Fernández: los resultados, que son los culpables de los ceses del 99% de los entrenadores. Buscar más allá del puro desastre futbolístico de esta temporada son ganas de revolver la basura, de echar la culpa al maestro armero y a quién se ponga por delante y de fomentar la división entre zaragocistas.

En estos artículos de la lupa ya he expuesto suficientemente mi opinión sobre Víctor Fernández, de los errores constantes en los que ha caído, de su anticuada concepción del fútbol y que se ha convertido en esclavo de su discurso. Además, tras el partido contra el Español comenté que ya había llegado el momento de su cese y desde entonces las cosas aún han empeorado más y se acumulan nueve partidos sin ganar y estamos a dos puntos del descenso. El respeto por su trabajo de antaño siempre se lo tendré a Víctor, aunque nunca me ha acabado de gustar como entrenador. También respeto la adoración que le tienen muchísimos aficionados, en mi opinión basada en su zaragocismo y en el recuerdo de los éxitos de su primera etapa. Pero lo que no se puede consentir es que, con la plantilla más cara de la historia del Real Zaragoza, construida por el propio Víctor, con jugadores del tipo que le gustan, esté luchando por el descenso y se vea incapaz de superar a cualquier equipo de primera división.

No sé si el entrenador nuevo, sea quién sea, va a resolver los problemas del equipo, pero Víctor estaba claro que no podía hacerlo. No sé si tenemos motivo para la esperanza, pero con Víctor estaba claro que no los íbamos a tener. Ahora ha llegado el momento de pensar en que nuestra aspiración es salvarnos del descenso, porque otro descenso en esta década sería fatal para la entidad, y por eso debemos estar todos los zaragocistas en el mismo barco para que no se hunda. Primero la salvación y luego a pedir responsabilidades a esos dirigentes que nos han vendido a precio de Jaguar una Vespa.

Por Jeremy North

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