Déjennos ser felices | La Lupa
Real Madrid 2 – 3 Real Zaragoza
Después de todos los acontecimientos vividos durante esta temporada, y echando una vista atrás no han abundado los buenos, un resultado como el que se consiguió en el Bernabeu es una gran buena noticia. Este año ha habido desesperanza en los inicios, conformismo brutal ante la realidad incómoda de la escasez de recursos, adaptación evolutiva a un medio hostil al que el Real Zaragoza no estaba acostumbrado, y una conversión no exenta de traumatismo hacia un modelo de equipo superviviente y guerrero.
Mientras todo esto sucedía, el estado de ánimo de la afición fue también oscilando entre el pesimismo gris, la resignación deportiva y la añoranza de otros tiempos, no teniendo otra conclusión tan oscuros vericuetos más que la amargura o la indiferencia forzada. Pero no, hete aquí que en los últimos dos meses, el equipo se estabiliza y se solidifica, empezando a recoger el fruto de su esfuerzo en forma de victorias sobre equipos similares, como Real Sociedad, Levante, Málaga, Getafe o Almería, y equipos más complicados como Bilbao o Valencia.
Poco a poco, y en esto ha tenido una importancia vital el hecho de acumular victorias en la vieja Romareda, resulta que lo que era una temporada desastrosa y decepcionante, está generando un sentimiento de apoyo y de cariño nuevo hacia el equipo. Es la complacencia de aquel que ve al débil o al indefenso, defenderse panza arriba y luchar con orgullo hasta el último aliento. En este contexto, vencer al Real Madrid, reciente Campeón de la Copa de S.S.M.M el Rey, en su propio terreno, se inscribe como un hecho heroico, como un evento que adornaría de clasicismo cualquier relato que lo incluyera. Pues ha sucedido, en serio.
Un Real Madrid embebido como institución en una persecución constante y nunca completa, de su perfecto rival el Barcelona, llegaba a este partido tras haber sido derrotado en la primera semifinal de Champions. En su desquicio, el madridismo llega a quejarse de los arbitrajes, cosa que a los aficionados normales, nos produce estupor y incluso asco ante la inmoralidad de semejante cinismo. Sea como fuere, parecía que era el momento adecuado para morder, puesto que tan solo jugarían unos tales Kaka, Benzema, Higuaín, amén de algunos pocos campeones del mundo.
EL Real Zaragoza jugó su partido. El listo Aguirre sacó su armadura de cinco defensas y dispuso un sistema de contención inicial para ir dando tranquilidad. Cuando llegó el error de Casillas, el segundo delantero tras Uche, estuvo hábil y certero. Pero sobre todo estuvo, que no es poco. Angel Lafita, el nombre propio del partido, se reinventó a sí mismo, gritando a los cuatro vientos el anuncio de su presencia. Un penalti y el tercero y definitivo gol fueron de nuevo gracias a él. Un gran premio tras este año tan tortuoso.
El zaragocismo lleva tiempo echando cuentas para la salvación. Se hablaba de los 42 puntos, y de que ganado en casa todo, se conseguía. Pero ganar en casa todo hasta el final es difícil, y fiarlo todo a un precipicio sin margen para el resbalón era realmente arriesgado. Ahora se han conseguido tres puntos con los que no se contaban. Es gratificante pero…lo malo es que los demás también ganan, y el valor en puntos que marca el descenso ha aumentado muy rápido en estas tres últimas semanas. Quizás los 42 puntos ya no sean suficientes. En esta tesitura el partido próximo contra Osasuna adquiere una relevancia principal, con connotaciones de nuevo épicas. En cualquier caso, el abanico de rivales es amplio, y se puede especular con las combinaciones hasta acabar mareados.
Lo importante es que hemos sumado, y el equipo está más fuerte que nunca en lo moral. Que en los recursos puramente técnicos, el Real Zaragoza se mantiene a tope de sus prestaciones, que hay un compromiso y una dignidad en los jugadores que es realmente encomiable y que se están ganando nuestra admiración. Nada está conseguido, todo puede pasar. Pero hoy por hoy, un buen chutazo de euforia nos hacía falta. Por lo menos, hasta que llegue el próximo partido, déjennos ser felices.
Por Ron Peter
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